CAPÍTULO 1

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Un joven muy guapo

El sol abrasador era como la sangre y los estandartes de vino* se mantenían erguidos.

*Se refiere a los estandartes de seda que colocaban las tiendas de vinos para publicitar su negocio en la antigüedad.

Una muralla serpenteante se extendía a lo largo de la naturaleza sin límites, como una daga afilada que puede cortarte la garganta de un solo tajo.

Un grupo de perros salvajes estaba reunido en una esquina.

Cuando la luz del sol poniente traspasó el borde de las paredes, cayó sobre la carne cocida que estaban desgarrando.

Di un paso atrás.

Los perros me daban mucho miedo, pero tenía demasiada hambre para razonar. El deseo de comer invadió mi cabeza, haciéndome pisar el violento terreno de lucha donde estaban los perros salvajes.

Un perro del tamaño de una campana de cobre me miró fijamente. Sujeté la vara de bambú que había cogido, diciéndome a mí mismo sin cesar: Si el perro no se mueve temerariamente, yo tampoco lo haré.

El perro negro movió su cola, mirándome fijamente con maldad y de repente, su boca mordió la cabeza de la vara de bambú. Rápidamente la solté y recogí un muslo de pollo, corriendo hacia atrás tan rápido como pude.

El grupo de perros empezó a emocionarse, persiguiéndome y ladrando clamorosamente.

Rápidamente perdí las fuerzas para correr, trastabillé unos pasos y tropecé con una piedra, cayendo al suelo.

Un perro se abalanzó sobre mí. Mis piernas empezaron a temblar y no pude evitar tratar de huir. En ese instante, la visión de la cara del perro se magnificó en mis pupilas.

Los nervios de mi cabeza se quebraron al instante, dejando mi mente en blanco.

La cabeza del perro cayó en mis brazos y su sangre salpicó todo mi cuerpo. Tras un largo rato, reaccioné por fin y grité, tirando la cabeza del perro lejos mientras lloriqueaba.

De espaldas al sol, él se quedó allí, mirándome sin pestañear. Después de mirarme fijamente durante un rato, caminó hacia mí y utilizó su espada para tirar de mi ropa exterior, limpiando la sangre en ella con las cejas fruncidas.

Lloré viéndolo quitarme la ropa exterior, seguí llorando, viéndolo limpiar su espada, y continué llorando viéndolo usar una técnica de fuego espiritual, quemando mi ropa exterior hasta convertirla en cenizas.

Pero no me prestó atención de principio a fin.

Finalmente me cansé de llorar y aparté los pies para coger el muslo de pollo. Cuando estaba a punto de metérmelo en la boca, él me dio un manotazo y el muslo volvió a caer al suelo.

Lo miré y quise llorar, pero no pude.

Seguí sollozando, pensando para mis adentros: No hay nadie más lamentable que yo en este mundo.

Él suspiró y me llevó a una taberna. Como si fuera una marioneta, me sujetó por el cuello y me arrojó a un barril lleno de agua caliente.

Los arañazos en mi codo me dolían, pero era soportable.

Mamá decía que era mejor actuar con moderación cuando uno estaba en entornos desconocidos.

Me senté en el barril durante un cuarto de hora y el agua caliente pronto se volvió fría.

El barril era alto y grande. Intenté salir varias veces, pero no lo conseguí. Mis piernas se volvieron flácidas y mi cabeza se sumergió en el agua. En ese instante, me sentí muy agraviado. El perro no me había matado a mordiscos, pero iba a morir ahogado.

MEDADMLDLB (Finalizado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora