El Silencio de Lucía

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Lucía siempre había sido una chica alegre, al menos eso es lo que todos decían. Su sonrisa iluminaba las reuniones familiares, pero poco a poco comenzó a sentir que esa luz se apagaba. Todo empezó con comentarios pequeños, aparentemente inofensivos, pero que para Lucía se volvían cada vez más pesados, hasta que se convirtieron en una carga imposible de ignorar.

Un día, mientras se probaba unos pantalones en su habitación, notó que uno de sus favoritos ya no le quedaba bien. Bajó las escaleras, insegura, y se lo comentó a su mamá. 

"Mamá, ya casi no me queda este pantalón"

dijo en voz baja.

Su mamá, sin siquiera levantar la vista del teléfono, respondió: 

"¿Y para qué engordas, Lucía? Luego no te quejes si no te queda nada".

Lucía no supo qué decir, su corazón se encogió. Fue a la cocina y allí estaba su padrastro, con una taza de café en la mano. Intentando distraerse de lo que su mamá le había dicho, mencionó el tema otra vez, pero esta vez él la miró de arriba abajo y con una sonrisa burlona le dijo: 

"Te estás pareciendo a tu tía. Ya sabes, gorda y fea."

El comentario le dolió como una puñalada. No quería ser "gorda y fea", no quería parecerse a nadie que su familia considerara desagradable. Solo quería sentirse bien consigo misma. Desde ese día, cada vez que se miraba en el espejo, veía algo diferente. Ya no se veía como la Lucía de antes, sino como la versión que los demás le habían pintado: una chica que debía cambiar.

Poco tiempo después, un día en el que toda la familia tenía que ir a casa en la moto, su tía Milagros dijo en voz alta, entre risas: 

"La Lucía de hace dos años sí alcanzaba, pero ahora...". 

Lucía fingió reírse, pero por dentro se sintió cada vez más pequeña.

Esa misma noche, en su cuarto, se miró en el espejo. 

"¿Tan gorda estoy?"

susurró para sí misma. Nadie lo escuchó, pero esa pregunta resonaba en su cabeza constantemente. Decidió que debía hacer algo. Intentó hacer ejercicio, se prometió cambiar, pero cada vez que se ponía la ropa deportiva, algo dentro de ella se detenía. Le daba vergüenza que alguien la viera. Imaginaba las risas, los comentarios, las burlas. 

"¿Y si alguien me ve haciendo ejercicio? ¿Se reirán de mí?"

Las semanas pasaron, y la desesperación creció. Un día, mientras estaba sola en casa, decidió buscar soluciones rápidas. Había escuchado que beber agua con sal o provocarse el vómito ayudaba a perder peso. 

"Solo será por un tiempo"

pensó. Fue a la cocina, preparó un vaso de agua con sal y lo bebió lentamente, sintiendo cómo su estómago se revolvía.

"Lucía, ¿Qué estás haciendo?"

se dijo a sí misma en un murmullo, pero ya no sabía detenerse. Comenzó a provocarse el vómito en secreto, con la esperanza de que los comentarios cesaran. Pensaba que si lograba verse como ellos querían, todo mejoraría.

Un día, su mamá notó que Lucía estaba más callada que de costumbre. 

"¿Estás bien, hija?"

le preguntó, como si realmente le importara. Lucía solo asintió, evitando la mirada de su madre.

Una noche, mientras estaba acostada, escuchó el eco de los comentarios en su mente. Se sentía cansada, agotada de luchar contra la imagen que los demás tenían de ella. 

"¿Cuándo dejarán de hablar? ¿Cuándo podré ser feliz con quién soy?"

pensó, con las lágrimas resbalando por su rostro.

Al día siguiente, Lucía no se levantó para el desayuno. Su mamá fue a su habitación y la encontró dormida, o al menos eso pensó al principio. Pero cuando trató de despertarla, Lucía no reaccionó. El vaso de agua con sal estaba en la mesa de noche, y un sentimiento de culpa llenó el aire.

Fue entonces cuando su mamá se dio cuenta del daño que habían hecho, pero ya era demasiado tarde. Lucía no volvió a abrir los ojos. Los comentarios, las palabras afiladas, la presión, todo había sido demasiado para ella. El peso de las expectativas y las burlas había aplastado el espíritu alegre que alguna vez iluminó la vida de quienes la rodeaban.

En el silencio de esa casa, donde ahora faltaba la risa de Lucía, todos comprendieron lo que habían hecho, pero el arrepentimiento llegó demasiado tarde.

Ay, Lucía...Where stories live. Discover now