Lucía solía ser una chica alegre, siempre con una sonrisa en el rostro. Un día, su vida cambió cuando conoció a Juan. Al principio, todo era emocionante, divertido, lleno de bromas y risas. Él la hacía sentir especial, diferente, y aunque su relación no era formal, ella se dejaba llevar. Un día, en una de sus tantas conversaciones, él comenzó a pedirle cosas que la hacían sentir incómoda, pero nunca se lo dijo.
"Vamos, Lucía, complace a tu flaco"
le decía Juan en mensajes, usando el tono de siempre, como si fuera un juego inofensivo.
Lucía, sin pensarlo demasiado, le enviaba fotos que él pedía. Al principio, no sentía que fuera algo malo, pero un día todo cambió.
"Ya no quiero hacer esto"
pensó. Pero cuando trató de decirle a Juan, él explotó.
"¿Cómo que no quieres? Ya me tienes harto, si no lo haces, mejor no me hables"
le gritó por mensaje de voz. Lucía, aterrada de perderlo, cedió una vez más.
Pasaron los días, y Lucía intentaba encontrar el coraje para terminar con todo, hasta que finalmente lo hizo.
"Juan, esto no está bien, no quiero seguir así"
le escribió en un mensaje que le costó lágrimas. Él no se lo tomó bien, pero al final, aceptó.
Unos meses después, Juan le escribió de nuevo.
"Te extraño, Lucía. Ya no serás la otra, ahora serás la única"
le decía, como si con esas palabras todo el dolor pudiera desaparecer.
Lucía le respondió con frialdad:
"No, Juan. No más. Esto se acabó."
Y creyó que ahí terminaría todo.
Pero las sombras del pasado no tardaron en alcanzarla. Un día, mientras estaba en la cafetería del colegio, escuchó risas a su alrededor. El salón de tercero B susurraba, murmuraban cosas sobre ella.
"¿Qué está pasando?"
pensó, sin entender hasta que una de sus amigas la encaró.
"Lucía, ¿es cierto que le mandaste fotos a Juan? Todo el mundo lo sabe, él mostró tus fotos a sus amigos"
dijo con una mirada de lástima. Lucía sintió como si el suelo desapareciera bajo sus pies.
Corrió al baño, cerró la puerta de uno de los cubículos y se sentó en el suelo, con el corazón roto.
"¿Cómo pudo hacerme esto?"
se repetía una y otra vez, sin encontrar consuelo. El miedo y la vergüenza la devoraban. Sabía que la próxima vez que pisara el colegio, todo el mundo la vería de manera diferente, que las risas no cesarían. Juan la había traicionado de la peor manera, y ahora no había vuelta atrás.
Días después, Lucía confrontó a Juan por mensaje.
"¿Por qué lo hiciste? Dijiste que habías borrado todo"
escribió, esperando alguna excusa, alguna razón que hiciera el dolor más llevadero.
"Lo borré de mi mente, pero no de mi galería. Relájate, todo el mundo hace esto, no te pongas tan dramática"
respondió él sin un ápice de culpa.
"Me destruiste"
le escribió Lucía, pero él nunca respondió.
Las semanas siguientes fueron un infierno para ella. Las miradas, los murmullos, las bromas hirientes. No importaba cuánto intentara ignorarlo, el dolor se volvía insoportable. Sentía que no podía hablar con nadie, que nadie entendería lo rota que estaba por dentro. La soledad la consumía.
Una noche, sentada en su cama, revisó una y otra vez los mensajes de Juan. Pensaba en cómo todo había empezado con una simple broma y en cómo su vida se había desmoronado en tan poco tiempo. La idea de enfrentar otro día en el colegio, de seguir soportando las miradas, las risas, el dolor, se hacía insoportable.
"No puedo más"
susurró entre lágrimas. Miró el techo, sintiendo que el peso de todo era demasiado grande para cargarlo sola.
Esa noche, Lucía tomó una decisión.
Al día siguiente, su madre fue la primera en encontrarla. En la mesita de noche, había una pequeña nota escrita con su letra temblorosa:
"Perdón. No pude con el peso de todo esto."
Las risas del salón de tercero B nunca volvieron a ser las mismas, y Juan, aunque intentó seguir con su vida, nunca pudo escapar de la culpa. Las palabras de Lucía y su silencio eterno lo perseguirían para siempre.