4. Volvemos después de una pausa.

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"¿Cómo sería si Patrick me llevase a su casa?", empezó a fantasear Laura.

Era lunes y estaba trabajando, analizando perfiles de candidatos a un puesto poco relevante. Una mañana tranquila, sin mucha presión.

La experiencia del fin de semana le había encantado. Su instructor, Patrick, la había puesto en su sitio. Eso le gustaba. Sentir que no podía resistirse, dejarse llevar. La primera vez que la obligó a correrse, estando atada en el suelo, fue brutal. Y la segunda, por la noche, encadenada en su celda, fue más íntima y tuvo la satisfacción de que él también se corriera con ella, dentro de ella. Esa vez le tuvo que pedir permiso para tener el orgasmo, fue raro pero interesante.

"Creo que me ordenaría hacer tareas domésticas desnuda, y a mí me gustaría hacerlas, mientras él me mira. Sería como en Birchcane pero en su casa." pensaba mientras jugaba con un bolígrafo entre sus dedos.

"¿Por qué le conté lo de las mujeres? Total, de cada cien veces que me masturbo no creo que piense en mujeres más de una... O de dos... Me gustan mucho los hombres. A lo mejor no debería haber dicho nada, pero me excitó decirlo, me sentí muy perra."

Mordió el bolígrafo. Estaba un poco nerviosa.

"Y si estuviera en su casa, quizás le haría la cena, y se la serviría en la mesa. Y yo comería en el suelo, de rodillas, a su lado. Y luego él me follaría por el culo... Me pasé horas con la cosa esa metida dentro, para dilatarme, pero todavía no me la ha metido por ahí. Necesito volver a verle. Este fin de semana no voy a poder, a lo mejor me pido un día libre entre semana la semana que viene... ¿Cómo de ocupado estará? ¿Con cuantas mujeres estará, y qué les hará?"

***

Mientras tanto, Patrick disfrutaba su día libre. Estaba en su gimnasio. Siempre se había cuidado pero ahora llevaba unos meses poniéndose en serio con las pesas. Antes sólo hacía un poco de mantenimiento. Era de constitución delgada, y se limitaba a tres series con cada ejercicio. Desde que empezó a hacer cuatro series y comer más proteínas había ganado diez libras de músculo. Se notaba más fuerte y se cansaba menos.

No podía evitar echar una mirada a las chicas del gimnasio. Solía coincidir con unas jovencitas que llamaban bastante la atención, pero nunca hablaba con ellas. No hablaba con nadie allí, no había ido a socializar. No era muy extrovertido tampoco.

¿Y si algún día se encontrase con una clienta, allí o en cualquier otro lugar fuera de la mansión del látigo? Era muy improbable, con lo que grande que es Londres y toda su zona metropolitana, y la cantidad de gente que vive y trabaja en la zona. Pero si sucediera tendría que mantener la discreción, ni siquiera saludarla.

¿Y si mañana iba a trabajar y se encontraba con que su clienta de ese día era una de las chicas del gimnasio? ¿Y si fuera esa monitora rubia con la cintura tan estrecha y el culo tan ancho y redondo que no podía evitar mirar cada vez que pasaba?

No, imposible.

Aunque algunas clientas eran bastante jóvenes, eso era cierto.

La mayoría no tenían un cuerpo del estilo que a él le gustaban, eso también era cierto. No le importaba que una mujer fuese un poco "fea" según los cánones, nunca le había echado atrás una nariz más grande de lo normal, o esas tonterías. Se fijaba más en el cuerpo. Con las edades también se había vuelto menos exigente que antes de dedicarse a esta profesión.

Laura tenía buen cuerpo, y le parecía guapa, y tenía más o menos su edad. De momento se podría decir que era su clienta favorita. El domingo se esforzó en darle placer. Le gustaría que le volviese a contratar.

La mansión del látigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora