Capítulo X El Reto Inminente

10 3 0
                                    


La emoción del día anterior aún palpitaba en el aire mientras Ezequiel se preparaba para enfrentar su primer gran desafío. Con el torneo de boxeo a la vuelta de la esquina, cada paso que daba parecía resonar con la presión de las expectativas y el miedo a la derrota. Las palabras de su maestro y la imagen de su reciente combate contra el padre de Amelia lo perseguían, incitando a encontrar su propia fuerza.

En el gimnasio, el olor a sudor y esfuerzo impregnaba el ambiente. Ezequiel se veía rodeado de compañeros de entrenamiento que lo animaban, pero en su interior, la batalla era diferente. Se dirigió al ring, donde su maestro ya lo esperaba, con una mirada que oscilaba entre la preocupación y la determinación.

—Ezequiel, recuerda que el boxeo no es solo un deporte; es una prueba de tu carácter —le dijo, con la voz firme pero afectuosa—. Debes aprender a leer a tu oponente, a anticipar sus movimientos. No se trata solo de fuerza física, sino de inteligencia.

Ezequiel asintió, sintiendo cómo el peso de las palabras de su maestro se posaba sobre él. La confianza en sí mismo se desvanecía ante la realidad del desafío que le aguardaba. El recuerdo del combate de su maestro, quien había caído ante el padre de Amelia, pesaba en su mente. ¿Podría él, un simple aprendiz, superar lo que su maestro no había podido?

La sesión de entrenamiento fue intensa. Golpes al saco, ejercicios de velocidad y resistencia, y una constante lucha interna con sus miedos. En un momento, mientras estaba en la esquina del ring, sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de Saimon.

—¡Vamos, Ezequiel! ¡No dejes que el miedo te consuma! —gritó su amigo, apoyándose en la cuerda del ring.

Las palabras de Saimon resonaron en su mente, reavivando la chispa de determinación. Sin embargo, la duda no desapareció por completo. Se preguntaba si podría realmente proteger a Amelia del monstruo que era su padre, quien siempre había intimidado a los demás.

Cuando el entrenamiento finalizó, Ezequiel salió del gimnasio con el corazón palpitante y un nudo en el estómago. La noche era clara y tranquila, pero en su mente, la tormenta de inseguridades continuaba. Regresó a casa, donde su madre lo recibió con una sonrisa, ajena a la tormenta que se desataba en su interior.

—¿Cómo te fue hoy, cariño? —preguntó ella, sentándose a su lado en el sofá.

—Bien, solo... estoy pensando en el torneo —respondió, tratando de ocultar su ansiedad.

—Recuerda que lo más importante es que te diviertas y des lo mejor de ti. El resultado vendrá solo si te entregas al momento —dijo su madre, ofreciéndole una cálida sonrisa que iluminó un poco su pesar.

Sin embargo, la verdad era que la presión de demostrar su valía era abrumadora. La imagen del padre de Amelia, un gigante en todos los sentidos, lo seguía como una sombra. Esa noche, Ezequiel no pudo dormir. Las imágenes de su primer combate llenaban su mente, cada golpe y cada respiración resonando en su corazón como un eco.

Al amanecer, el día del torneo llegó. Con una mezcla de emoción y terror, Ezequiel se preparó. El gimnasio estaba lleno de competidores, y la energía era electrizante. Las voces del público resonaban a su alrededor mientras se vestía con los guantes y el equipo de boxeo. Sus compañeros lo animaban, pero en su mente, el ruido se desvanecía.

Ezequiel se acercó al ring, donde su oponente ya lo esperaba: el hijo del padre de Amelia. El chico, de su misma edad, tenía una sonrisa confiada, como si estuviera disfrutando con anticipación.

Ezequiel sintió que el mundo a su alrededor se desvanecía, dejándolo solo frente a su oponente y el imponente desafío que se avecinaba.

El árbitro llamó a ambos al centro del ring, y el murmullo del público se convirtió en un rugido ensordecedor. El momento había llegado. El primer golpe sería el más importante, no solo en la pelea, sino en su vida.

—¡Recuerda! ¡Usa tu cabeza! —le gritó su maestro desde la esquina, mientras Ezequiel trataba de calmarse y concentrarse.

La campana sonó, y Ezequiel se preparó. Con cada paso que daba hacia el centro del ring, su corazón latía más rápido, una mezcla de miedo y adrenalina. La lucha no solo era contra su oponente, sino también contra sus propios demonios.

"Soy más que un aprendiz. Hoy demostraré que puedo ser un verdadero boxeador."

Con esa determinación, Ezequiel se lanzó hacia adelante, decidido a darlo todo en el combate que definiría no solo su futuro en el boxeo, sino también su propia identidad. 

Quiero ser tuyo que tú seas yo y yo ser túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora