Capítulo VII Ética del amor.

138 10 0
                                    

- Doce, trece, catorce, quince, ¡vamos! Esos músculos han sido descuidados por varios años - Decía mi maestro quien no tenía piedad en su entrenamiento.

- Creo que con dieciocho abdominales basta y sobra - Respondí con mi alma saliendo de la boca (¡OTRA METÁFORA DE MI DOLOROSA EXISTENCIA!).

- ¡Treinta! - Grito el viejo lunático.

- ¿Treinta qué? - Respondí a duras penas.

- Treinta abdominales, treinta lagartijas, treinta sentadillas, treinta vueltas por la cancha y eso que estamos calentando - Dijo sin perder su mirada de bestia apuntando hacia mí (esto no es una metáfora lamentablemente), su enclenque discípulo (es decir yo).

«Me gustaría tener que esforzarme menos... pero... ella está sufriendo. «, reflexione en mis pensamientos mientras el vejestorio gritaba lo mediocre de mi esfuerzo.

- Veintiocho, veintinueve y treinta ¡Ahora las lagartijas! Uno, dos, tres - Decia mientras mi cuerpo sudaba como un mugriento animal y los gritos también eran comparables a uno.

- ¡Eso Ezequiel! La meta a la que quieres llegar está lejos de la línea de salida y obstaculizada por una increíble cantidad de retos. - Dijo mi maestro.

- Da igual la distancia lo que en verdad importa es el corredor - Conteste terminando las lagartijas y posicionándome para las sentadillas.

- ¡Bien dicho Ezequiel! - Grito mi maestro amarrándome cuerdas en piernas y brazos.

- ¿Y esto? - Pregunte en el número cinco de mis sentadillas.

- Ahora proseguirá el correr en vueltas por la cancha - Menciono mi maestro soltando carcajadas de vejete.

- Lo sé, pero, ¿Por qué tengo amarrado esto? No ves lo difícil que será andar con eso.

- Porque obtendrás mejores resultados con eso. - Dijo deteniendo su risa.

- ¡Viejo loco! - Este entrenamiento pareciese ser del mismísimo diablo - ¿Ah? ¡Ay!... No puedo moverme con estas chingaderas en mis brazos y piernas - Dije molesto del absurdo peso que tenían.

- ¿No puedes?... Dices idioteces discípulo inútil. - Replico mi maestro que me desato las cuerdas y ató a él mismo.

- ¡Imposible!... es una locura lo que está haciendo - Dije impresionado al verlo mover esa monstruosidad de peso por la cancha.

- La palabra imposible fue creada por los holgazanes y quienes carecen de valentía. - Me dijo el viejo que en ese momento me dejo asombrado.

- Si un viejo como usted puede hacer eso, yo también lo lograre - Dije extendiendo manos y piernas.

- ¡Esa es la actitud Ezequiel! - Exclamo amarrando mis piernas y brazos.

Siempre después de dos horas entrenando nos despedíamos mi maestro y yo y cada quien se iba por su lado.

Dos semanas han transcurrido de lo que le sucedió a la chica misteriosa que me sito en los miradores, en esos días falto a la escuela y no he sabido nada de ella. Mi maestro me calma para no llamar a la policía y acusar al bastardo de su padre por violencia familiar, aparentemente su madre quien los abandonó en realidad no tenía relación sanguínea, su verdadera madre murió hace mucho tiempo y esa señora fue contratada por su padre. Si yo delato a su padre con las autoridades, no tendrá ningún familiar a su lado, el maestro no quiere eso, piensa que ese hombre puede volver agarrar juicio, que merece una segunda oportunidad, pero para dársela, yo debo llevar mi cuerpo al límite. El padre de la chica es boxeador, uno de los mejores y el maestro me va a dar la oportunidad de que me enfrente a él, dice que es un boxeador que acepta cualquier reto en la cancha y que al vencerlo cumple con lo acordado, negociara para que él ya no maltrate a su hija y cambie su forma de actuar hacía ella. Esto me genera miedo, tiemblo al pensar que cruzare puños contra él, pero, ignorare esa debilidad, me centrare en que esa chica debe ser ayudada, seré el héroe que la cubra con su capa, aunque después del entrenamiento del maestro... me veré más como una bestia que cuida de un pequeño animal.

No dejo de pensar que sería mejor arrestar al padre de la chica, pero las palabras de mi maestro por muy estúpidas que se escuchen, tienen razón en una cosa y es que él es su familia; no escogemos quien nos dará el soplo de vida, quien formara un vinculo inquebrantable de sangre con nosotros, simplemente es una elección que va por encima de quienes reciben la vida. La existencia se nos da, pero existir corresponde de nosotros.

Su padre elige que la chica tenga existencia, pero no la deja existir y sin él a su lado su existencia siempre tendrá un desequilibrio. No pretendo justificar las acciones del padre, por eso, voy a dar mis mejores golpes en su cara para que entienda de una vez por todas que la existencia de su hija recae en sus manos pero que le permita existir de acuerdo a la forma que ella quiera.

Quiero ser tuyo que tú seas yo y yo ser túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora