¿Qué es lo que nos hace únicos? ¿Porque somos nosotros y no otra persona? ¿De qué sustancia se compone la esencia de las personas?
"No estoy seguro de que yo exista, en realidad. Soy todos los autores que he leído, toda la gente que he conocido, todas las mujeres que he amado. Todas las ciudades que he visitado, todos mis antepasados...", decía Jorge Luis Borges. Gran escritor, exceso de honestidad en sus entrevistas.
Afuera, la ciudad sigue su curso, pero yo me concentro en la pareja de ancianos que está sentada al otro lado de la cafetería. Él le toma la mano como si fuera la primera vez, y ella lo mira con una ternura que solo los años pueden esculpir. Me pregunto cómo fue el primer momento, la chispa que encendió lo que hoy parecen silencios cómodos.
Saco mi cuaderno y la pluma. El papel en blanco me desafía, pero hay algo en esta escena que me empuja a escribir, algo en ellos que parece más verdadero que todo lo que me rodea. Abro la primera página, la tinta se desliza como si siempre hubiera estado allí, esperando.
"Se conocieron en un barco. Él viajaba con el peso de una despedida, y ella lo notó apenas lo vio. No era el típico pasajero que busca una conversación pasajera. Había en él algo que le hizo pensar en la marea, en esos silencios profundos que esconden lo que no se dice. Él estaba apoyado en la baranda, mirando al horizonte, como quien busca en el agua una respuesta que no llega.
Ella no pensaba hablarle, pero algo en su postura, en la forma en que sus hombros caían con el peso de algo invisible, la hizo acercarse. No se dijeron nada al principio. Solo compartieron el mismo espacio, el viento salado y la oscilación suave del barco bajo sus pies. Después de un largo rato, él la miró y, con una sonrisa breve y cansada, le dijo: 'El mar siempre me recuerda que no sé dónde pertenezco'."
Me detengo. Las palabras fluyen, aunque no sé qué estoy construyendo con ellas. Es su historia, pero al escribirla, siento que algo toma forma dentro de mí, algo pequeño, imperceptible, pero ahí. El peso que sentía antes, esa levedad insoportable que me rodea, parece moverse, aunque apenas.
Levanto la vista. La pareja sigue allí, hablando en murmullos que no alcanzo a escuchar. El cuaderno descansa frente a mí, y aunque he cerrado la tapa, sé que las palabras seguirán esperando. Quizás escribir sus recuerdos me ayude a dar forma a los míos. O tal vez, esta historia no sea solo sobre ellos.
Cierro el cuaderno y dejo la pluma a un lado. El café frente a mí está casi frío, pero aún le doy un sorbo. Saco el pequeño calendario de entre las páginas del cuaderno, su superficie desgastada por el uso. Abro en la semana actual y tomo un lápiz. Las páginas están llenas de anotaciones dispersas, con palabras que solo tienen sentido para mí.
Lunes: *Calle Liniers, 14:00. Recuerdo de una despedida.*
Miércoles: *Plaza San Martín, 16:30. Un reencuentro.*
Viernes: *Café de la esquina, 11:00. Algo perdido.*Escribo sin pensar demasiado, las palabras fluyen como si ya supiera lo que me espera. Cada lugar, cada hora, como piezas de un rompecabezas que debo armar antes de que el tiempo se acabe. Miro las páginas llenas de apuntes y, por un momento, el vacío se siente menos. La semana está marcada, los espacios listos para ser llenados.
Saco el reloj de arena y lo coloco sobre la mesa. El sonido de los granos cayendo es apenas un susurro, pero lo escucho claro, como una cuenta regresiva que no me deja descansar. El tiempo sigue su curso, y yo también debo hacerlo.
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La coleccionista de recuerdos
FantasiSara busca construir su identidad robando recuerdos de terceras personas. En una carrera contra el tiempo, deberá armar las piezas del puzzle sobre quién era antes de perder por absoluto su memoria.