Chistes malos

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El día transcurrió lentamente, cada clase se sentía como una eternidad. Ian, con su habitual sonrisa optimista, intentaba no dejarse llevar por la preocupación que lo atormentaba. Mientras tanto, Lisa, en su rincón habitual del aula, permanecía absorta en sus pensamientos, tan seria como siempre.

En la cafetería, Ian decidió acercarse a Lisa. Había un espacio libre en la mesa de ella, y, con el corazón acelerado, se dirigió hacia allí.

—¿Te importa si me siento? —preguntó, su voz nerviosa mientras se acomodaba en la silla.

Lisa levantó la vista de su libro, y sus ojos grises lo miraron con una mezcla de curiosidad y desdén.

—No me importa —respondió, volviendo a concentrarse en la página. Ian sintió que había sido un error.

—Hoy el profesor de matemáticas estaba de mal humor —dijo él, tratando de romper el hielo.

Lisa no respondió. Ian se dio cuenta de que ella no estaba interesada en conversar, pero no se rindió. Necesitaba entenderla.

—La clase de historia fue un desastre, ¿no crees? —continuó, forzando una sonrisa.

—No estoy aquí para hablar de eso —replicó ella, aún sin mirarlo.

Ian sintió un leve tirón en su pecho. Quería conocerla, descubrir qué había detrás de su actitud seria. Sin embargo, sabía que tenía que ser paciente.

—Está bien. Pero, por lo menos, ¿puedes decirme cuál es tu parte favorita de la clase? —insistió.

Lisa parpadeó, sorprendida por la pregunta. Finalmente, se detuvo un momento para pensarlo.

—La historia siempre tiene algo interesante, supongo —respondió, casi como si estuviera probando sus propias palabras.

—Eso es un comienzo —dijo Ian, contento de haber obtenido una respuesta.

Se produjo un silencio incómodo. Ian miraba a su alrededor, intentando encontrar algo más de qué hablar.

—¿Tienes planes para el fin de semana? —preguntó, tratando de sonar casual.

—No. —La respuesta fue rápida y contundente.

—¿No te gustaría hacer algo divertido? No sé... ir a algún lugar, como un cine o algo así —dijo, sintiéndose cada vez más frustrado.

—No, gracias. No me gusta salir. —Lisa siguió concentrada en su libro, sin darle importancia a su presencia.

Ian se sintió un poco abatido, pero no quería rendirse.

—Está bien, pero siempre es bueno salir de la rutina —replicó él, con un tono amistoso.

Finalmente, Lisa cerró el libro y lo miró, esta vez con una mirada más intensa.

—¿Por qué te esfuerzas tanto? —preguntó, curiosa, pero sin dejar de ser seria.

—Porque creo que hay más en ti de lo que muestras. —Su voz sonaba sincera, casi vulnerable.

Lisa lo observó durante unos momentos, como si estuviera evaluando su respuesta.

—No tienes idea de lo que hablas —respondió, volviendo a abrir su libro.

Ian sonrió, sabiendo que había logrado algo, aunque fuera un pequeño paso. Se sentó en silencio, sintiendo que había una chispa de conexión, a pesar de la distancia que todavía había entre ellos.

Mientras ella leía, Ian no podía dejar de pensar en lo complicada que era Lisa. No sabía cómo, pero estaba decidido a descubrir lo que había detrás de esa fachada de seriedad.

De repente, escuchó un grito proveniente de la mesa contigua. Un grupo de chicos había comenzado a hacer bromas sobre el examen de matemáticas, y la risa llena de energía llenó el aire. Ian se volvió hacia Lisa, esperando que al menos ella se distrajera por un momento.

—¿No es gracioso? A veces creo que en lugar de un examen deberíamos hacer una competencia de chistes —dijo, intentando compartir la diversión.

Lisa lo miró de reojo, pero su expresión seguía seria. Sin embargo, algo en su rostro se suavizó, casi imperceptiblemente.

—No todos los chistes son graciosos. —Su voz era casi un susurro, pero había un leve atisbo de curiosidad en su tono.

—Eso es cierto, pero siempre hay uno que hace reír a todos —insistió Ian, decidido a provocar una reacción.

—No tengo tiempo para eso. —Respondió, aunque ahora parecía un poco más relajada.

A medida que la conversación continuaba, Ian se dio cuenta de que había algo en la seriedad de Lisa que lo intrigaba. Ella era como un misterio que deseaba desentrañar.

—¿Tienes algún chiste favorito? —preguntó, esperanzado.

—No. —La respuesta fue rápida, pero esta vez, la sombra de una sonrisa se dibujó en sus labios.

—Vamos, tienes que tener uno. ¿Y si me lo cuentas?

—No soy buena contando chistes. —Lisa finalmente lo miró a los ojos, y por un instante, Ian sintió que estaba alcanzando una conexión real.

—A veces, lo más divertido es lo que menos esperas.

Y, por un momento, el ambiente cambió. Lisa se quedó en silencio, como si estuviera considerando su respuesta. Ian vio una chispa de interés en su mirada, y eso fue suficiente para seguir adelante.

—Te cuento uno. ¿Qué hace una abeja en el gimnasio? —dijo, sonriendo.

—No sé. —Lisa levantó una ceja, disimulando su curiosidad.

—¡Zum-ba! —exclamó Ian, riéndose de su propio chiste.

A pesar de sí misma, Lisa soltó una pequeña risa. No fue una risa estruendosa, pero era un inicio. Ian sintió que había ganado una pequeña victoria, y la alegría le llenó el pecho.

—Eso fue... realmente malo —dijo Lisa, tratando de mantener la seriedad, pero su tono ya no era tan hostil.

—Tal vez, pero al menos te sacó una risa —respondió Ian, sintiendo que había encontrado una pequeña brecha en la armadura de Lisa.

El timbre sonó, marcando el final de la hora de almuerzo.

—Tendremos que continuar esta conversación más tarde —dijo Ian, mientras se levantaba.

—Si insistes. —Lisa lo miró con una mezcla de sorpresa y desdén.

Ian sonrió mientras se alejaba, satisfecho con lo que había logrado. Sabía que había mucho trabajo por hacer, pero cada pequeño momento contaba.

Mientras se dirigía a su siguiente clase, Ian sintió una renovada esperanza. A pesar de la seriedad de Lisa, había algo que le decía que estaban en el camino correcto. Las pequeñas interacciones eran solo el comienzo de una conexión que estaba ansioso por explorar.

La Historia Detrás del ArcoírisWhere stories live. Discover now