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Septiembre de 2024
Campus de Toledo de la Universidad Castilla La-Mancha, Facultad de Humanidades

1.

—Repíteme el nombre, por favor.

Serafina Valero tenía veintitrés años, la piel tostada después de un verano trabajando al abrasador sol de una terraza de bar del centro de Toledo, una sonrisa que daba a entender que la chica nunca había roto un plato —ja ja—, una mirada parda que seguramente había enmudecido a más de una mujer de la famosa ciudad manchega y un ímpetu contagioso por la vida. A Serafina Valero le encantaba la vida, y por matizar, en concreto le encantaba la vida universitaria. Pasaba la intrepidez de sus días en un pequeño piso de alquiler en el casco antiguo de dicha ciudad junto a sus dos amigas del alma: Carmen Recas, una muchacha un par de años mayor que ella, que cambió Sevilla por Toledo por amor y Claudia Díez, una extremeña que estudiaba Derecho y Estudios Internacionales en otro de los Campus de Toledo, en la Universidad de Castilla-La-Mancha. Su vida, desde que cumplió dieciocho, había sido relativamente tranquila. Empezó a trabajar en una famosa tienda de perfumes de la ciudad para ganar algo de dinero y una vez lo tuvo, lo dejó para ponerse a estudiar. Y punto. Un año de sacrificio y después, a seguir punto por punto el plan que con tanto mimo se había ido marcando de adolescente. Justamente allí en las perfumerías conoció primero a Carmen, la persona que la animó a dejar el piso que compartía con su padre a las afueras para mudarse al centro con ella —y así vivir toda la experiencia como merecía, claro— y luego a Claudia, la chica que había elegido la UCLM porque, primero, Toledo estaba tocando Extremadura y, segundo, su madre vivió una larga temporada en la ciudad y siempre la había idealizado tanto que era imposible que una chica tan soñadora como Claudia no hubiera ansiado seguir su legado. En resumen: a Fina le encantaban sus amigas, le encantaba la Universidad y una secretaria —a la que no le importaba una reverenda mierda aquello, por supuesto— no iba a estropear su primer día de cuarto curso, claro que no.

La trabajadora que tenía delante mascaba un chicle con cierta apatía, mientras miraba de reojo de vez en cuando a la joven estudiante, que movía el pie con su nervio habitual. Siempre le pasaba; cada vez que mencionaba su nombre, recibía exactamente la misma reacción: qué hacía una niña tan joven con un nombre tan... tan...

Carraspeó, cansada. Por favor, que aquella mujer acabara rápido, por su salud mental. Lo que le costaba un trámite burocrático a las nuevas generaciones, vaya por Dios...

—Serafina Valero Izquierdo. Estoy en el cuarto curso de Humanidades y Patrimonio.

—¿Y qué es lo que necesitas, exactamente?

No se lo podía creer, ¡pero si llevaba enfrente de aquel mostrador por lo menos un cuarto de hora! Cerró los ojos y soltó un suspiro discreto, que no correspondía con el hartazgo que verdaderamente sentía.

—Vamos a ver... —Fina se llevó una de sus perfiladas manos al puente de la nariz y cerró los ojos por un momento. Café. Sí, necesitaba un café doble. Y no por gusto—. Debe de haber un error con mi matrícula y quiero saber qué ha pasado. El banco me ha devuelto los recibos de los dos pagos que hice en julio y mis clases empiezan dentro de una hora.

—Aquí no consta ningún error con tu matrícula, cariño. Mira, si quieres te imprimo la documentación, pero todo está más que correcto. Deberás ir a la oficina de tu sucursal bancaria y allí—

—Por favor, ¡si es que de allí me mandan aquí!

—¿Estás segura de que no te han ingresado una beca o algo por el estilo?

La joven alzó los hombros: —Eso tendría sentido si hubiera solicitado alguna —la secretaria hizo un mohín fastidioso y Fina entendió, entonces, que su investigación acababa allí—. Qué gracia, todo el verano deslomándome en un bar para poder pagar este curso de la carrera y ahora...  bueno. ¿Gracias, supongo? En fin.

buena suerte, cariño // mafinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora