Sorpresa.

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El trabajo nunca fue un peso ni una carga para Lisandro. Que sí, dedicarse a casi cincuenta niños durante nueve meses, ocho horas al día, durante los últimos cinco años le pasaba factura a su cuerpo, que llegaba exhaustiado a cada fin de semana. Sin embargo, él disfrutaba de lo que eligió como profesión. Rara vez se lo veía bajoneado o sin ánimos, sus buenas vibras siendo contagiosas para sus compañeros.

Y desde que conoció a Cristian, Lisandro caminaba sobre nubes cada vez que tomaba el tren de ida hasta el jardín. Si hablabas con él, notabas que su sonrisa era más amplia y sus ojos brillaban con más intensidad. Ese era el efecto de Cristian en él. No estaba seguro de cuál era exactamente el sentimiento que iba creciendo en su interior, sólo sabía que la mejor parte de sus días era encontrarse con el morocho y hablar con él, aunque fuera por unos minutos.

Así, las mañanas de Lisandro se redujeron a Cristian. Ver a Cristian, hablar con Cristian, reír con Cristiar, saludar a Cristian. No importaba ninguna de las personas que los rodearan en esos momentos a la entrada y a la salida del jardín. Ni siquiera le importaba llegar a casa a tiempo para almorzar, ni ser puntual para el turno tarde, ni la larga fila de mamás que tenía como pretendientes. No.

Lisandro tenía ojos para Cristian, nada más.

Así que enorme fue la sorpresa cuando una mañana no fue su morocho quien dejó ni quien buscó a Valentino del jardín.

Ese lunes, en la entrada, no hubo señales de Cristian por ningún lado; aunque, Valentino sí estaba en la hora de clase. Bueno, pensó Lisandro, capaz no me dí cuenta. En el transcurso de la mañana, sus ansias de charlar con él fueron creciendo, para dedicarle una gran sonrisa y hacer algún comentario que haga reír a ambos. Lamentablemente, esa sensación pronto cambió a preocupación cuando, a cinco minutos del mediodía, Cristian no llegaba. Y él nunca era impuntual.

Valentino, paciente al lado de Lisandro, se agarraba a un costado de su pierna, saludando a sus compañeros a medida que el maestro los entregaba a sus mamás. El tiempo pasaba y no parecía que Cristian fuera a buscar a Valentino. Probablemente el nene estaba igual de impaciente que Lisandro.

Fue un pequeño grito de su alumnito lo que sacó a Lisandro de sus pensamientos, casi asustándolo.

— ¡Mamá! ¡Mamá, acá estoy!

...¿Mamá?

— ¡Hola, Titi! — Con pasos acelerados, una rubia hermosa se acercó a ambos. Le sonrió ampliamente a su hijo, quien reía con emoción al ser tomado en brazos por ella.- ¡Buen día, profe! Soy la mamá de Valen.

Lisandro tenía un don para que nadie pudiera descifrar lo que estaba pasando por su cabeza. Le vino muy bien utilizarlo en ese momento, manteniendo una sonrisa en su rostro pesar de que se le llenó el culo de preguntas de un momento a otro.

— Buenos días, señorita.— Trató de mantener su tono normal, siendo salvado por su brillante sonrisa. La mujer no parecía notar nada raro en él.- Gusto conocerla. Valentino se portó re bien hoy, así que espero tengan un lindo almuerzo.

— ¿Muy bien? Ay, me alegra un montón escuchar eso.— El nene se colgaba de los hombros de su madre mientras ella hablaba.— Él siempre está feliz de venir al jardín. Dice que tiene un maestro muy buenito.

¿Ah, sí?— Se inclinó para hablarle al pequeño.— Espero ser tu favorito, Valen.— Detrás de una risa, Lisandro se preguntaba dónde estaba Cristian.

El nene se escondió en el cuello de su madre con timidez, no sin antes asentir a lo que el maestro le decía. Aunque, inmediatamente, cambió de tema al recordar algo, volviendo a demostrar emoción en sus ojos.

Buenos días, Lisandro (CUTILICHA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora