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Max Verstappen, un cirujano y forense de 26 años, estaba agotado. No por su trabajo, aunque ciertamente tenía sus desafíos, sino por la desilusión constante en su vida amorosa. Parecía estar atrapado en un ciclo interminable de relaciones superficiales: infidelidades, aventuras de una noche, y personas que solo se acercaban a él por su dinero. Era algo que ya casi esperaba, pero no dejaba de doler.
Hamilton, un amigo cercano y también médico, había intentado consolarlo después de su último fracaso amoroso. "El humano perfecto no existe", le dijo, intentando que Max bajara las expectativas que tenía de los demás y, quizás, de sí mismo. Pero para Max, estas palabras eran poco más que una consigna vacía.
Max siempre había deseado algo más, algo profundo. En el fondo de su corazón, anhelaba una familia: niños corriendo por la casa, una pareja que lo entendiera completamente, alguien que fuera fiel, cariñoso, humilde, con una chispa de creatividad y humor, y sobre todo, paciente. ¿Era eso mucho pedir? Max no creía que fuera así. Después de todo, él se veía como un buen partido: un profesional exitoso, dedicado, con una gran capacidad para amar. Y, sin embargo, todas sus relaciones terminaban de la misma manera: con él sosteniendo las cenizas de lo que una vez fue amor, preguntándose qué había hecho mal.
Las noches eran las peores. Se encontraba solo en su cama, rodeado por la silenciosa compañía de sus seis gatos, preguntándose si algún día encontraría a alguien que realmente lo amara. ¿Estaba condenado a este ciclo de desamor? ¿Existía alguien que fuera su alma gemela, o era solo un mito cruel que la gente contaba para no sentirse tan solos?
Max estaba cansado de sentir que todo su amor, todo lo que tenía para ofrecer, era en vano. Sentía que daba tanto de sí mismo, pero lo que recibía a cambio era nada más que dolor, noches en vela, y el eco constante de su propia duda: ¿Era realmente digno de ser amado? ¿O estaba maldito a estar solo para siempre?
A pesar de sus dudas y su creciente escepticismo, Max aún soñaba con encontrar a esa persona especial, alguien que llenara su vida con el tipo de amor que solo había imaginado. Pero con cada relación fallida, ese sueño se sentía más y más lejano, como una estrella que brillaba débilmente en el horizonte, apenas visible, pero siempre fuera de su alcance.
Esa noche en particular, Max estaba en la morgue, trabajando en el examen de un nuevo cuerpo que acababa de llegar. Parecía demasiado joven para estar allí, un chico que no tendría más de veintitantos años. Había muerto en un accidente automovilístico. Mientras Max preparaba los instrumentos, echó un vistazo más atento al cuerpo. Había algo en él que lo detuvo, algo que lo hizo estudiar su rostro con más detenimiento.
El joven era guapo, incluso en la muerte. Era más bajo que Max, su piel ahora pálida y fría, aunque sabía que ese no era su verdadero tono. Estaba más frío que un pescado que ha pasado tres semanas en un congelador. Su cabello oscuro contrastaba con la frialdad de su piel, y lo que más llamó la atención de Max fueron las pecas que adornaban su rostro. Estaban dispersas como estrellas, creando una constelación única sobre su piel. Era casi poético, aunque terriblemente trágico.
Max suspiró, sintiendo una mezcla de tristeza y soledad que se acentuaba en noches como aquella. Sabía que era extraño, pero había desarrollado la costumbre de hablar con los cuerpos. Le ayudaba a llenar el vacío de la silenciosa morgue. Se inclinó un poco, observando aquel rostro inerte, y murmuró suavemente, casi en un susurro:
-Ojalá pudiera darte vida... Apuesto que eras una persona increíble.-
El eco de sus palabras se perdió en el aire frío. Max sabía que era absurdo, pero en ese momento, deseó poder hacer algo más que simplemente estudiar cuerpos sin vida. Quizás era el peso de su propia soledad lo que lo hacía sentir más conectado con aquellos que ya no tenían nada que ofrecer al mundo, más allá de su silencio eterno.
Y ahí estaba él, hablando con un cuerpo, buscando compañía en el frío de una noche que parecía eterna.
-Entonces, Sergio Pérez - dijo Max, leyendo el expediente en voz baja -. ¿Tenías mascotas?
Lo dijo como si realmente estuviera teniendo una conversación casual con el joven fallecido, un intento más por llenar el vacío de la fría morgue. En momentos como esos, se sentía al borde de la locura, pero seguir con esas pequeñas charlas le ayudaba a mantenerse cuerdo... al menos eso pensaba.
-Yo tengo seis gatos - continuó, mientras inspeccionaba el cuerpo -. Garfield, Rollyn, Carlos, Max, Marchitas y Keroppi. Son buenos compañeros, aunque a veces son un poco revoltosos.
Hizo una pausa, observando las pecas en el rostro del joven.
-¿Tenías novio? - preguntó en tono casual, como si realmente esperara una respuesta.
El silencio pesado de la sala fue la única respuesta que obtuvo, pero en ese instante, Max sintió que al menos no estaba completamente solo.
-Entiendo - asintió Max, como si el silencio del cuerpo hubiera sido una respuesta-. Yo tampoco he encontrado a nadie, ya sabes... No tengo tiempo y no encuentro a mi persona especial.
Hizo una pausa, recordando con cierta amargura.
- Creía que me casaría con Charles. Fue mi novio por dos años, pero las cosas no salieron bien... y aquí estoy, nuevamente solo.-
Con un suspiro, comenzó a trabajar en el cuerpo, concentrándose en las incisiones y el procedimiento. Pero el silencio de la morgue se hacía pesado, y como era su costumbre, Max retomó la charla, hablando con el mismo tono casual de siempre, como si Sergio pudiera responderle en cualquier momento.
-¿Te gustan las películas de terror? Yo soy fanático -continuó Max, su voz resonando en la soledad de la morgue-. Me encantan las películas de "El conjuro". Aunque... también tengo una debilidad por los clásicos. Drácula, las momias, Frankenstein...
Suspiró, dejando que su mente vagara mientras continuaba con el trabajo, sus manos moviéndose casi por instinto.
Entonces, una idea loca se apoderó de su mente, una chispa que lo hizo detenerse por un segundo. ¿Y si...? No, era imposible. Ridículo. Pero el pensamiento siguió creciendo, enredándose entre su cansancio y su soledad. Si tanto sabía sobre el cuerpo humano, si había pasado años aprendiendo cada detalle, cada músculo, cada órgano... ¿por qué no intentar crear a su propio humano?
Max tragó saliva, sintiendo cómo su corazón latía más rápido. Era una idea completamente descabellada, enferma incluso, pero... ¿y si funcionaba? Podía moldear a su pareja perfecta, alguien que nunca lo traicionaría, que llenaría el vacío en su vida, que lo amaría tal como era. Estaría completo, finalmente feliz.
-¿Te gustaría conocernos? -preguntó al cuerpo, su voz apenas un murmullo en el aire frío.
Su mirada cayó de nuevo sobre el cadáver de Sergio Pérez. El cuerpo estaba casi intacto, salvo por la incisión que él mismo había hecho. Y aunque el protocolo indicaba que debía ser quemado, Max sabía que podía cubrir las marcas, hacer desaparecer todo rastro de su existencia. Podía jugar sucio, fingir que ese cuerpo nunca había estado allí. Tenía el conocimiento. Tenía los recursos. Y ahora, tenía una idea peligrosa rondando en su mente.
Crear su propio humano perfecto. Moldearlo a su gusto.
La idea, tan absurda y macabra, ahora no parecía tan imposible.
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Perdón por escribir a la 1 de la mañana, pero la noticia de Liam me afectó tanto que escribir es lo único que me distrae.
Hice mención especial a mis 6 gatos
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