𝟐.

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Max había aprendido demasiado en sus años de medicina. Sabía que había personas que habían logrado revivir animales, y si eso era posible... ¿por qué no hacerlo con un humano? Durante las siguientes semanas, la idea que inicialmente parecía una locura se fue convirtiendo en su única obsesión. Comenzó a recoger partes de cuerpos que llegaban a la morgue, aquellos en espera de ser utilizados para trasplantes o de ser descartados. Pacientes al borde de la muerte que no necesitarían más sus órganos. Un pulmón aquí, un corazón allá. Un hígado, unos riñones. Cada pieza funcional encontraba su camino hasta su laboratorio secreto.

No importaba. Al fin y al cabo, un humano menos en la tierra no era la gran cosa, se decía a sí mismo. Max justificaba sus acciones pensando que, al final, aquellos pacientes no sobrevivirían de todos modos. Nadie se daría cuenta si un órgano desaparecía, o si un cuerpo faltaba.

Pulmones, corazón, hígado... todas las partes necesarias para su creación. Poco a poco, iba reuniendo todo lo que necesitaba. No tenía un plan claro de cómo lo lograría, pero algo dentro de él lo empujaba hacia esa posibilidad prohibida. Le daría vida, de una manera u otra. Había leído sobre electricidad, sobre cómo algunos científicos del pasado habían teorizado que la vida podía ser estimulada por corrientes eléctricas. Y si el mítico Frankenstein pudo vivir, ¿por qué no su creación?

Max trabajaba en las sombras, lejos de cualquier mirada indiscreta. Se había adentrado en un mundo oscuro del cual ya no podría regresar. Con cada órgano que conseguía, con cada parte que unía, se acercaba más a su propósito final. Estaba decidido a crear el humano perfecto, aquel que llenaría el vacío en su vida.

Max se encontraba cada noche planeando lo que haría si realmente lograba despertar a su creación de entre los muertos. A pesar de que intentaba no hacerse ilusiones, su mente no podía evitar fantasear con lo que vendría después. ¿Cómo le enseñaría a amar? ¿Qué le diría cuando abriera los ojos por primera vez? Era un pensamiento aterrador y, al mismo tiempo, emocionante.

Pasaba horas frente al cuerpo en construcción, visualizando escenas que lo llenaban de una extraña calidez: él y su creación compartiendo conversaciones en su sala, viendo películas de terror, quizás riendo juntos mientras cocinaban o paseaban por la ciudad. Imaginaba noches en las que lo abrazaría al caer el día, sintiendo el latido de un corazón que él mismo había traído de vuelta. Ese ser, creado con partes de otros, sería perfecto, hecho a su medida, incapaz de herirlo, incapaz de traicionarlo.

¿Qué le diría primero? ¿"Bienvenido"? ¿"Te estaba esperando"? O tal vez algo más simple, más íntimo. Max sabía que su creación no sabría nada del mundo, así que tendría que enseñarle desde cero. Le mostraría lo que significaba el afecto, la paciencia, la lealtad. Él sería su guía, su mentor, y juntos construirían una vida.

A veces se encontraba hablando en voz alta mientras trabajaba en el cuerpo, como si ya estuviera vivo.

—Te enseñaré a amar... —susurraba mientras ajustaba alguna sutura o conectaba un nervio. La imagen de los dos juntos era su única esperanza en aquellas largas noches solitarias.

No quería hacerse ilusiones, lo sabía. Pero cada día que pasaba, su deseo crecía más. Fantaseaba con el momento en que ese ser abriría los ojos, lo miraría y, sin saberlo aún, lo amaría como nadie lo había amado antes.

Finalmente, después de semanas de trabajo incansable, Max estaba listo para probar suerte. Su creación, ese ser que había reunido meticulosamente a partir de piezas robadas y fragmentos olvidados, yacía en la camilla. Las suturas perfectamente cerradas, los órganos en su lugar, el cuerpo listo para recibir la chispa de vida. Max conectó los cables, su respiración agitada mientras ajustaba el equipo. Se preparó para la descarga, esperando con ansias el momento en que vería el pecho levantarse con la primera bocanada de aire.

—Vamos… —susurró, sus manos temblando sobre los controles. Activó la corriente.

El cuerpo se sacudió ligeramente con la descarga eléctrica, pero el corazón permanecía en silencio. No hubo latido, ni movimiento. Nada.

—No… —Max murmuró con frustración, su rostro tenso mientras revisaba el equipo. Sabía que no sería fácil, pero aún así, había esperado algún signo de vida.

El primer intento había fallado. Una sola descarga no era suficiente para revivir el corazón. Max apartó la mirada del cuerpo por un momento, reflexionando. Necesitaba algo más potente, una descarga más fuerte, o tal vez una fuente de energía diferente. Había leído sobre ciertos métodos experimentales que involucraban no solo electricidad, sino también químicos que reactivaban las células en los órganos vitales.

—No te preocupes, lo resolveré —murmuró, como si el cuerpo pudiera escucharlo. No estaba dispuesto a rendirse. Ahora más que nunca, el deseo de darle vida a su creación lo impulsaba. Estaba tan cerca, casi podía sentirlo. Tendría que probar algo más fuerte, algo que realmente forzara al corazón a despertar.

Max sabía que esto era solo el comienzo.

En su segundo intento, Max estaba más preparado. Había pasado horas ajustando su equipo, aumentando la potencia de las descargas eléctricas y añadiendo un cóctel de químicos que había preparado basándose en experimentos antiguos y prohibidos. Esta vez, estaba convencido de que funcionaría.

Colocó los electrodos nuevamente sobre el pecho de su creación, sus manos firmes, aunque su corazón latía con una mezcla de nervios y anticipación. Había soñado con este momento desde que comenzó el proyecto, desde aquella noche en que vio el cuerpo de Sergio Pérez por primera vez y decidió que lo traería de vuelta.

—Vamos... —murmuró, activando la descarga con una precisión fría.

El cuerpo se estremeció violentamente bajo la corriente. Max contuvo el aliento, sus ojos fijos en el monitor que registraba la actividad cardíaca. Por un segundo, el silencio parecía eterno. Pero entonces, lo escuchó.

Un latido.

Débil, irregular, pero inconfundible. El corazón de su creación había comenzado a latir.

Max sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, incapaz de moverse. ¿Lo había logrado? Se inclinó sobre el cuerpo, observando cómo el pecho subía ligeramente con el inicio de una respiración.

—¡Está funcionando! —dijo en voz baja, apenas creyendo lo que estaba viendo.

El corazón seguía latiendo, aunque aún era irregular, como si estuviera luchando por acostumbrarse a la nueva vida. Max sabía que aún quedaba mucho trabajo por hacer. Esto solo era el primer paso, pero ese latido significaba todo. Había logrado lo que otros consideraban imposible: traer de vuelta a alguien de la muerte.

El humano perfecto [Chestappen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora