Destinos distantes

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—¿Esta es la dirección que aparece registrada, verdad? —preguntaba un oficial de policía a su compañero.

—Así es, este es el lugar de residencia. —afirmó el otro policía, más joven y de cabello rubio y corto, mientras leía la información en su dispositivo de trabajo.

El primer uniformado tocó la puerta de la casa sin mediar más palabras con su compañero, al poco tiempo abrió una mujer que se le notaba algo enferma a primera vista.

—Disculpe señora, ¿Se encuentra Tearla Nigers?

—¿Quién la busca? Es mi hija. —dice la mujer.

—Somos la policía, la buscamos por el uso de un hechizo de alto nivel en vía pública. Por favor colabore con nosotros. —informa el oficial mostrado su placa.

—¿Qué? Esperen aquí un momento, la traeré. —murmuró la mujer con una mirada confundida pero a la vez determinada.

La mujer deja la puerta abierta y se va al interior de la casa, presumiblemente al cuarto de su hija. Pasan alrededor de cinco minutos y no hay señal de ningún movimiento más que el del gato que tiene la familia como mascota.

Los agentes se miran entre sí, en señal de aprobación mutua, y deciden entrar. Al acercarse al cuarto de la sospechosa escuchan cómo su madre la está regañando fuertemente con una voz quebradiza.

—¡¿Qué hicimos mal para que te convirtieras en una delincuente?! ¡Tu padre se mata trabajando para mantenernos a ambas y pagar tus estudios y mi tratamiento! ¿Así es como nos pagas?

—… —la joven escucha todo con lágrimas en los ojos, asintiendo a cada palabra pues sabe que su madre tiene toda la razón.

Sin más delicadeza, el oficial que se veía de más alto rango interrumpe en la escena.

—Lo siento señorita Nigers, debo pedirle que nos acompañe.

Las palabras del policía hacen caer en cuenta a la joven de mirada cansada de que realmente podría ser encarcelada. En menos de un segundo decenas de ideas surcaron la mente de Tearla ¿Entregarse? ¿Luchar? ¿Huir? Todas esas posibles situaciones parecían igualmente terribles para ella.

Casi por reflejo, la joven alzó su mano para lanzar un hechizo y dormirlos a todos, sin embargo, el joven policía de cabello rubio atrapó su mano en el acto y mirándola a los ojos fijamente, como si supiera sus intenciones a la perfección, le advierte que no se resista.

La muchacha, ya resignada, se entregó mientras escuchaba los sollozos de su madre.

Por otra lado Devyáty mantenía una muy fingida conversación casual con el coronel Haildann. Hasta que aquel hombre uniformado comenzó a hacer preguntas cada vez más sugestivas.

—Y dime Devyáty ¿Adónde te diriges? Ya falta poco para que llegue el tren.

—Voy a visitar a un familiar.

—¿Un familiar? Tu padre nunca me contó algo acerca de familiares fuera de esta ciudad.

—¿Qué dice? No voy a salir de la ciudad, solo son un par de estaciones.

—Bueno, quizás fueron ideas mías. ¿Sabes? Tu padre era un buen mentiroso, siempre tomaba en cuenta lo que sabía él y lo que podrían llegar a saber los demás. —el militar saca de un bolsillo de su pantalón una caja de cigarrillos, toma uno y vuelve a guardar la caja— ¿Podrías hacerme el favor de encender esto? Olvidé mi encendedor.

—Claro. —la joven titubea justo antes de prender el cigarrillo— ¿Acaso usted no solía encender los cigarrillos con su magia de electricidad?

—Si, pero como ves tengo guantes puestos.

La joven asiente y finalmente decide usar su magia para encender el cigarrillo, generando una pequeña llama en la punta de su dedo índice. Para su sorpresa, la llama, que normalmente sería de una tonalidad anaranjada, se tornó de un color gris que nunca antes había visto.

—¿Pero que es esto? ¿Qué le sucede a mi magia? —preguntó Devyáty, consternada.

Haildann, en el acto, lanza el cigarrillo lejos, saca otro más y lo enciende él mismo con una chispa sin importar que tuviese guantes. Inmediatamente después responde la pregunta de la joven, ahora con una expresión seria.

—Es un estado alterado poco común… Es Maldición Dracónica. Sé, por los registros, que solo la padecen usuarios de magia de fuego que hayan asesinado a un dragón.

Al escuchar esto Devyáty se puso pálida, no solo se había delatado innegablemente, sino que se había enterado que estaba maldita. Eso explicaba un poco todas aquellas pesadillas.

—¡Oh vaya! me digas que intentabas mentirle a alguien que sabe muchas más cosas que tú, que tonta, sin ofender. —alardea el coronel, en un tono sarcástico.

—¡Basta de juegos! Si planeas capturarme pues inténtalo. —desafía la joven y a la vez crea una bola de fuego gris y la sostiene en su mano. De inmediato toda la gente que había en la estación de trenes comenzaron a mirarla.

El coronel se lleva la mano a la cara y cubre su nariz y boca mientras observa a Devyáty como a un animal extraño.

—Mas vale que te detengas si no quieres ver muertos a todos estos civiles. La Maldición Dracónica no es una simple redecoración a tus llamas, ni tampoco es directamente perjudicial para ti. —explica el militar— Ahora todos tus hechizos de fuego transmiten una enfermedad conocida como Plaga Dracónica. Además, los planes que tengo para ti no incluyen capturarte, ni mucho menos hacer un espectáculo público. Solo vine asegurarme de algo.

La joven sabía que no se enfrentaba a un debilucho, aún si sus hechizos transmitieran un estado alterado peligroso, él podría derrotarla fácilmente ¿Realmente estaba preocupado por los civiles, o había algo más? ¿Su reputación?

En ese momento una voz se escucha desde las bocinas de la estación. “tren en dirección este se aproxima sobre el andén 1. Por favor mantenerse detrás de la raya amarilla hasta que el tren se detenga. Buen viaje”. Tras esas palabras afectivamente llegó el tren que Devyáty planeaba abordar.

—Nos vemos luego Devy, o quizás no. —dijo Haildann a la vez que hacía un gesto con la mano en señal de despedida y sonreía maliciosamente para luego darle la espalda

El tren se detuvo y se abrieron las puertas. La joven de cabello cobrizo entró al vagón de espaldas, sin apartar la mirada ni un instante de aquel hombre que, entre líneas, la había amenazado de muerte.

Tan pronto se cerraron las puertas del vagón, Haildann sacó su teléfono celular, marcó un número y llamó.

—Acaba de abordar el tren, no te pagaré si no me queda claro que la hiciste sufrir.

Continuará…

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⏰ Última actualización: 5 days ago ⏰

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Infierno. Sin deseos, sin reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora