03: Décimo sábado

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Podría jurar que cada día que pasaba se veía más guapo. Nos encontrábamos nuevamente con nuestro trío: yo, Jimin y el muro de piedras del estacionamiento. Al inicio, extrañé el cigarrillo como fuente de desestres, pero Jimin me consiguió unos caramelos de menta que me encantaron. No podía dejar de comerlos y agradecía el hecho, porque, dentro de todo, es mejor quedarme sin dientes unos 20 años que morir 20 años antes, ¿cierto?

No sé por qué cuento esto, sinceramente. Jimin habla mucho, le encanta hablar y amo eso, aunque muchas veces no lo escucho; simplemente lo miro. Nunca entendí cómo era posible que existiera tanta belleza en un solo ser.

El pelinegro sonríe y mueve su mano frente a mi rostro, sacándome de mis pensamientos propios.

ー¿De nuevo en uno de tus viajes astrales?ー pregunta, su voz baja y suave, llena de diversión.

Me sacudo mentalmente, regresando a la realidad. Entonces, me doy cuenta de que había estado perdido en mis pensamientos, observándolo; era tan perfecto que era imposible no hipnotizarse.

ー¿Qué?ー respondo, intentando disimular mi confusión.

El pelinegro se ríe y niega con su cabeza, divertido. Estamos cerca, realmente cerca; ambos tenemos una lata de cerveza en la mano, cada uno con la suya. Habíamos ganado demasiada confianza como para tomar juntos en nuestro descanso. Claro que cabe aclarar que el trato con Yoongi y Jennie seguía siendo el mismo, ya que resulta que ambos se llevaban cada vez mejor, al igual que nosotros dos.

En ese momento, la conversación simplemente volvió a la normalidad. Ignoramos el hecho de que estaba realmente distraído con sus ojos y sus labios, su mandíbula, su pelo, su perfil... porque cuando me tocaba hablar a mí, le pasaba lo mismo. Tardé mucho en darme cuenta de que sus ojos amaban mis tatuajes en los brazos, mi piercing en el labio y mi pelo un poco más corto en un mullet.

Esos ojos hermosos, no eran azules, no eran de color miel, no eran celestes ni verdes. Pero esos malditos ojos que nunca pude definir si eran negros o marrón oscuro, Dios, esos malditos ojos indefinidos que me enamoraron en 71 días, para el resto de mi vida.

Ese enamoramiento se impregnó en mis moléculas, en mis células, en mis átomos, en lo quequiera que estaba hecho, en mi carne y en mis huesos, en mi corazón, cerebro y alma. En mi ser.

Aun hoy, me pregunto cómo es posible que existiera algo con tanta perfección, un humano, con errores y defectos, que aún así, me parecían perfectos. Nunca, en el resto de mi vida, pude encontrar algo parecido a ese pelinegro de voz melodiosa. Y tal vez, esa noche...

Cuando bajé bajo la luz de la luna, tuvimos nuestro primer beso. Lo supe, supe que nunca sentiría unos labios que se compararan a los suyos. Supe que era mi perdición y mi locura.

Esa noche, en presencia de la luna y las estrellas, de nuestros suspiros ─y desde la ventanita de la puerta trasera, los ojos de Yoongi, Jennie y el señor Min─, me di cuenta de lo que sentía. Y no era virgen, ni en labios ni en cuerpo, y mucho menos en alma, pero me sentí como un adolescente sin experiencia cuando el pelinegro decidió sacarme de mi hipnotización de una forma diferente.

Hoy, agradezco el hecho de que me tenía tan atado, que ni fui capaz de moverme. No hasta que sentí cómo tomaba mi cuello y sus labios, tan suaves, tocaron los míos. Fue cuando me di cuenta de que él comía caramelos de fresa, de los mismos que los míos, solo que los míos son de menta.

Fue la primera vez que agradecí verdaderamente. Agradecí nacer, a mi madre, a mi padre, por no morir las veces que choqué con mi moto, o por no tener un paro cardíaco la primera vez que lo vi. Agradecí verlo, hablarle, prepararle aquel cóctel. Agradecí ser un fracasado que nunca se fue de ese maldito pueblo que odié toda mi vida, pero que después de conocerlo, lo sentí como mi hogar, mi lugar seguro, el lugar donde fui feliz y donde me encontré a mí mismo.

Mis manos soltaron la lata de cerveza de forma tan desordenada que se cayó en el asfalto del estacionamiento. Sostuve su cintura y puedo jurar que floté. Esos 27 segundos que quedé casi sin respirar mientras me concentraba en solo una cosa: en sus labios, en su toque en mi cuello, en mis manos en su cintura, en su piel tan suave y en su aroma y sabor a fresa.

En él.

Deseé tomar su mano y llevarlo conmigo el resto de mi vida, a mi lado. Deseé dar lo mejor de mí, volver a mi carrera de derecho, recibirme y comprarle un escenario solo para él, comprarle una casa, un auto, lo que fuera que deseara. Comprarle un estacionamiento con un muro de piedras para que pudiéramos tener nuestros 40 minutos todas las noches. Deseé dar todo de mí a él, sin esperar nada a cambio.

Quería llevarlo conmigo, sin importarme si él no lo hacía conmigo. El único ruido eran nuestras respiraciones. Para nosotros, el ruido que se escapaba del bar no existía; los gritos silenciados de Jennie y las risas de Yoongi tampoco. La exclamación del señor Min, acompañada de una risa ─"Lo sabía, sabía que era gay" ─, no la escuché; no le presté atención, y sé que el pelinegro tampoco lo hizo.

Incluso cuando nos separamos y mantuvimos nuestras frentes pegadas, no fui capaz de sentir el mundo. Lo sentía solo a él; él solo a mí. Y nos escuchábamos solo a nosotros mismos, no al mundo, solo nosotros.

ー¿Qué fue eso?

Fue lo único que pude pronunciar. Me encontré con sus ojos frente a los míos; entraron en mí y curaron mi alma en ese momento. Casi le dije que no me mirara así porque me iba a matar, pero no quería que dejara de mirarme y tampoco quería dejar de mirarlo. Quería verlo el resto de mi vida, quería besarle todos los días de mi vida.

ーNo sé... pero me encantó.

No le dije, nunca le dije, solo me reí. Y hoy me arrepiento, maldito Jeon Jungkook de 26 años, porque no le gritaste al mundo que te encantó, que casi te mató, que te curó, que te enamoró, que te enfermó, que te hizo loco y te sacó del manicomio con sus labios, que te hizo devoto de él por el resto de sus días y por el resto de tus días. Maldito Jeon Jungkook de 26 años, te arrepentirás el resto de tus días por no decirle que es el amor de tu vida y de todas las que te atreves a vivir.

Maldito Jeon Jungkook
─ Jeon Jungkook.

Esa noche, nuestro corazón fue uno solo; dos corazones enamorados se fundieron en uno. Y cuando me enamoré de él, y él de mí, y nuestros corazones se unieron en uno solo, mi corazón latió mil veces más rápido, falló en cada latido y me arrebató posiblemente esos 20 o 30 años que él me había devuelto con nuestra promesa. Nuestros latidos se sincronizaron, nuestra respiración se entrelazó, y nuestra alma se unió en una sola. La noche se convirtió en un susurro de promesas de amor, que quedó grabada en mí.

Yo sé que fueron más de 40 minutos, él sabe que fueron más de 40 minutos. Yoongi, Jennie y el señor Min también lo saben. A nadie le importó y a nadie le pareció molestar que nos enamoráramos.

 A nadie le importó y a nadie le pareció molestar que nos enamoráramos

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