Era una noche como las de siempre, demasiado fría aunque el invierno no había llegado todavía.
Estaba acurrucado en la cama cuando escuché el sonido de un cristal rompiéndose. Los ruidos así no eran tan extraños en el barrio donde vivíamos, pero algo me advirtió que esta vez no iba a ser como las anteriores.
Sentí unos pasos pesados, lentos, sabía perfectamente que no eran los de mi madre.
Mi corazón latía tan rápido que pensé que escaparía por mi boca.
Me escondí bajo la cama, temblando de miedo, y me cubrí la boca con la mano. Desde debajo de la cama, vi una sombra moverse por el pasillo.Y entonces, la voz de mi madre hizo eco en mis oídos. Ella gritaba una y otra vez que se fuera, que no teníamos nada de valor. Y era cierto, apenas teníamos dinero para pagar el alquiler o comer.
Pero él no vino aquí por dinero, lo supe cuando se hizo el silencio tras un jadeo ahogado.
Cerré los ojos y me quedé muy quieto. No tenía fuerzas para moverme. Las lágrimas se deslizaban por mis mejillas mientras pensaba que soy un cobarde. Tenía que correr, tenía que gritar, pero mi cuerpo no hacía nada.Cuando el tipo se dio a la fuga, supe que ya era tarde.
Minutos después, el edificio estaba lleno de luces azules y rojas. Un vecino había llamado a la policía.
Vi como uno de ellos sacaba el cuerpo sin vida de mi madre, envuelto en una bolsa negra.
No entendía que estaba pasando, pero mi pecho dolía mucho.Duele... duele mucho, y después... Nada.
Me desperté y miré el teléfono. Las 5:47 de la mañana.
Otra vez la misma pesadilla.
Un sudor frío recorre mi espalda mientras me levanto y camino a la cocina.
Al servirme un café, miro de reojo todos mis apuntes. Fotos de la calle, el edificio, su vehículo personal, la puerta de su portal. Todos los días pasa por el supermercado a comprar la misma marca de cerveza y por el mismo estanco para comprar tabaco de liar y un par de puros. No tiene esposa, tampoco hijos, sale los viernes después del trabajo a tomar algo con un amigo.Y siempre, siempre, vuelve a casa solo.
Después de haberle investigado durante 4 años, sabía cualquier dato sobre él.
Hoy es el día donde cobro venganza.
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Es pronto en la mañana, apenas hay luz afuera.
Vuelvo a mi cuarto y cojo un trozo de papel. Mis manos temblorosas empiezan a doblarlo cuidadosamente, y, como si estuvieran en piloto automático, transformo el papel en la forma que he repetido tantas veces: una grulla. La misma que mi madre hacía para mi cada vez que la pedía un juguete.
Me distraigo deshaciéndola y rehaciéndola de nuevo, hasta que pierdo la noción del tiempo y el resto de mi café se queda frío.
Mi corazón late más despacio, el recuerdo de la pesadilla se disuelve en mis pensamientos. Tengo todo planeado. Todo está bajo control.Me visto y sin querer observo mi reflejo en el espejo.
No me reconozco. Mi mirada está vacía, no hay nada en mis ojos. Mi piel está demasiado pálida, me despierto tantas veces en la noche que me salieron ojeras.
Mi cabello oscuro lleva años sin cortarse. Debería hacerlo, pero no quiero. Es igual que el de mi madre.
Toco la cicatriz en mi cuello unos segundos y la cubro con el cuello alto del jersey.
Ni siquiera se por qué lo hice. No quiero morir, no entiendo por qué intenté suicidarme.
Quizás es porque soy un cobarde.Miro la bolsa de deporte que había en la esquina y me agacho a ver si he guardado todo.
Por supuesto que todo está dentro, llevo revisándolo desde que inició la semana.
La cuerda, el cuchillo, un par de trapos, las bolsas de basura, el disolvente, la lejía y la pala.
Todo está bajo control, me repito de nuevo para mi mismo.
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El día avanza rápidamente. Salgo de casa, voy al trabajo, hago la parada del almuerzo, sigo con mis tareas y al caer el sol vuelvo a casa.
Me pongo el chubasquero, recojo la bolsa y camino hasta la dirección que tengo escrita en un papel. No me hace falta ni mirarlo, ya sé dónde voy, pero me da más seguridad tener el post-it en mi bolsillo.La oscuridad por fin llega y un manto negro cubre la ciudad.
Este es mi momento. Por fin ha llegado lo que tanto esperé.
Estoy apoyado de espaldas contra la pared del edificio. Es viejo, así que no hay cámaras de vigilancia por ningún lado. La calle es sucia, apenas hay coches aparcados. Tampoco hay personas cerca, no suele pasar nadie por una zona tan insegura.
Observo el entorno con precisión, asegurándome de nuevo que no hay nadie a la vista, hasta que él aparece girando en la esquina, tal y como preví.
Me acercó a él sigilosamente, y le atrapo por la espalda, amenazándole con el cuchillo en el cuello.
–Si quieres vivir, hazme caso, ¿de acuerdo?– dije bruscamente mientras sostenía el cuchillo cerca de su yugular.
El hombre, algo borracho, asintió con la cabeza.
–Ahora vas a subir al coche y a conducir hasta el bosque. Como hagas un movimiento brusco, te corto la cabeza.–
Él obedeció y ambos subimos a su coche.
Apestaba a tabaco y alcohol, además, estaba sucio y había un montón de colillas tiradas en el suelo, se habían caído porque el cenicero estaba a reventar.
–Tienes el coche hecho un asco.–
–¿Qué quieres de mi? ¿Te debo dinero? ¿Droga? !Te pagaré lo que sea!– dijo él mirándome con miedo.
–Conduce hasta dónde te dije. Vamos, no quiero perder tiempo.– le apunté el cuchillo de nuevo.
Arrancó el coche y se metió en la autovía, haciendo el desvío hacia la carretera que llevaba al bosque.
–Sigue conduciendo, no frenes. Métete por ahí.–
–Por favor no me mates... te voy a pagar... si es por dinero puedo dártelo en unos días...– lloriqueó.
Le miré a la cara. Estaría en sus cincuenta años. Cincuenta y cinco tal vez. Aunque parecía más viejo debido a todo el alcohol y droga que habría consumido. Su cara arrugada me daba ganas de vomitar.
–Solo obedece. Y sonríe. Tu cara me da demasiado asco, puede que si sonríes no sea tan desagradable.–
El miedo le cambia la cara y se queda pálido, como si su corazón hubiera dejado de bombear toda la sangre de su cuerpo.
Me doy cuenta de que está buscando una forma de escapar, una salida, pero no hay manera de huir, pues estoy en el asiento de atrás, vigilando como un perro guardián.
–No hay escapatoria, no intentes hacer nada.–
Cuando llegamos al destino, le obligo a bajar del vehículo.
Sigo apuntándole con el cuchillo, haciéndole caminar.
Le empujo al suelo, al lado de un gran árbol.
Es entonces cuando me abalanzo sobre él y le coloco la soga en el cuello.
Sus pupilas se engrandecen, y en ellos veo una mezcla de pánico e incertidumbre. Su respiración se acelera y las líneas de expresión de su frente se hacen más notables.
Tiro de la cuerda hasta que el nudo se ajusta a su cuello, todavía sin asfixiarle.
–¿Recuerdas algo que pasó hace diez años?– escupí fríamente mientras jugueteaba con la soga.
–Por favor no me mates...– volvió a suplicar, el sudor comienza a caer por su frente.
–Si lo recuerdas, dilo.– apreté el nudo un poco más.
–N-No lo recuerdo...– titubeó
Deslizo el nudo, esta vez dejándole sin respiración unos segundos y soltándolo de nuevo.
–¿Estás seguro?–
Él asiente y se retuerce en el suelo.
No puedo esperar más. Este juego no me genera satisfacción.
Vuelvo a mover el nudo, pero ahora no lo suelto. Tiro de la cuerda, arrastrándole por el suelo mientras se lleva las manos al cuello intentando desatarse.
–Oh, no te molestes en luchar. Y tranquilo, ya no vas a tener que pagarle nada a nadie. Seguro que los demás se alegrarán de que te mueras.–
Lancé la soga hacia una rama del árbol y tiré de la cuerda con todas mis fuerzas, haciendo que el cuerpo del hombre colgara.
El mundo se detiene por un segundo cuando veo que deja de moverse y queda tendido de la cuerda, pero lo dejo ahí unos minutos más, asegurándome de que ya no respira.
No hay gritos, no hay lamentos. Parece que su vida no le importaba mucho.
Agarro el cadáver con mis manos enguantadas y lo arrastro hacia el hoyo que cavé días atrás. Le envuelvo rápidamente con bolsas de basura y le empujo con el pie hacia la profundidad.
Después de enterrarlo, voy hacia el coche y limpio todas las huellas posibles con el trapo mojado en lejía. El asiento delantero y el de atrás, el volante, los pedales... para después prenderle fuego.
Pero no siento nada. El vacío en mi pecho parece más profundo que antes, no duele, pero tampoco me hace feliz.
He hecho justicia, pero la palabra no me saca reacción alguna.
He ajustado mis cuentas, pero no me da paz.
Sigo siendo un espectador en mi vida, una cáscara vacía del niño que fui una vez.Y.... ¿Ahora qué?
No tengo un propósito más allá que esto.
Camino por el interior del bosque sumido en mis pensamientos, y vuelvo a mi apartamento alquilado un par de horas más tarde.
He terminado. Ese hombre no dañará a nadie más.
Hice lo que debía, pero sigo siendo el mismo.
Sigo siendo un cobarde.
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Grullas de papel
Mystery / ThrillerKeith, un joven de 22 años, es un asesino meticuloso, el cual tiene un solo tipo de víctima: los hombres que violentan contra las mujeres o niños. Al descubrir por redes sociales un vídeo de una chica contando un casi asalto de agresión sexual, de...