Hoy apenas pude dormir.
Los pajarillos cantan afuera y me levanto para preparar café.
Arrastro los pies por el frío suelo y llego a la cocina, pero antes enciendo la tele y pongo un canal aleatorio de noticias.
La pantalla parpadea y aparecen un par de presentadores.
–El cuerpo de un hombre de 34 años fue hallado esta mañana en un callejón. Una escena violenta, no apta para todos los públicos. Las autoridades creen que fue un ajuste de cuentas.–
La cámara enfoca la escena del crimen, pero la imagen está pixelada. Solo se puede ver la frase escrita con sangre.
No pueden ocultar mi obra de arte de esa manera, pensé mientras me mordía las uñas de la mano.–Este acto brutal ha dejado a toda la comunidad en shock. El hombre tenía antecedentes penales y varias denuncias, pero fue dejado en libertad por motivos desconocidos.– El otro presentador continúa.– La policía pide que se mantengan alerta y avisen sobre cualquier tipo de actividad sospechosa.–
Desvíe la mirada para llenar la cafetera de agua. Una pequeña sonrisa se dibujaba en mi rostro mientras seguía escuchando el telediario matutino.
–Todavía no se han encontrado pruebas de quién puede haber cometido este acto tan escalofriante, pero seguiremos informando.–
Mientras los presentadores hablaban entre ellos, mi mente divagaba en lo que haría en un futuro no muy lejano.
¿Quién será el siguiente?
Había más depredadores sueltos, a punto de ser convertidos en mis presas.
Puse la cafetera en el fuego y me agaché para sacar la ropa de la lavadora.
Ya no hay sangre.
Miro el cuchillo que hay sobre la mesa. Está limpio, afilado, brillante.
Lo desinfecté con lejía.
Metí los guantes de látex y las bolsas de plástico que cubrían mis pies en la trituradora de papel. Sorprendentemente, funciona.
No hay pruebas.
No hay huellas.
No hay arma.
No hay posibilidad de ser sospechoso.
El agua empieza a hervir y el olor de café recién hecho inunda la sala.
Parpadeo varias veces, enfocando mi visión en un punto fijo de la encimera.
Un pequeño jadeo se escapa de mi boca cuando recuerdo qué he hecho.
Soy consciente de mis actos, pero revivirlo en mi cabeza se siente irreal.
¿He matado a dos hombres con mis propias manos? ¿O todo a sido producto de mi imaginación?
¿Me estoy volviendo loco?
No.
Claro que no. Nunca he estado tan cuerdo en mi vida.
Esto está bien. Es algo bueno para el mundo.
Sirvo el café en la única taza que tengo y le doy un sorbo.
El líquido abrasa mi lengua, pero no le doy importancia. Es el único calor que siento en todo el día.
Me siento en el suelo, al lado de la lavadora, y la enciendo para que la ropa se lave de nuevo.
Saco el móvil de mi bolsillo y reviso las redes sociales.
La chica del otro día tiene un mensaje citado en la noticia.
"Por fin alguien que nos da la justicia que merecemos".
Algunas personas opinan igual. Otras dicen que soy un asesino."Para todos aquellos que no pueden cobrar venganza."
La frase seguía resonando en mi mente.
No era solo una advertencia, era una promesa. Las víctimas ya pueden dormir en tranquilas sabiendo que hay alguien dispuesto a dar lo que nadie podía ofrecerles.
.
.
.
El día pasa volando. Estuve toda la mañana encerrado en mi apartamento, revisando comentarios en las redes sobre el asesinato.
Suspiré pesadamente y pasé una de mis callosas manos por mi frente, apartándome el pelo de la cara.
–Debería cortármelo...– murmuré, aunque en el fondo sabía que no lo haría.Me levanto del escritorio y agarro la chaqueta y las llaves.
Al bajar por el ascensor, escucho el murmullo de dos vecinas.
–¿Has visto las noticias? Dios mío... hay cada loco suelto...– Amelia, la más mayor, hablaba preocupada.
–Bueno, mujer... El hombre al que asesinaron no era un santo. ¿No viste que tenía muchas denuncias por acosar a chicas? Algunas de ellas incluso eran menores. La verdad es que está mejor muerto. Además... si solo matan personas así, no lo veo tan grave.– Caroline contesta con tranquilidad.Al escucharla decir eso no puedo evitar sentir cómo se me revuelve el estómago.
Acelero mis pasos, pero Amelia me ve antes de pasar desapercibido.
–Buenas tardes Keith, ¿cómo es que sales un domingo?– me pregunta amable.
–Necesito despejarme un poco... me duele la cabeza.– la excusa salió de mi boca antes de pensar.Amelia me miró con preocupación. Siempre lo hacía cuando me veía. Ella y Caroline habían sido buenas conmigo desde que me mudé aquí hace un tiempo. Me ayudaron más de una vez, aunque no lo supieran.
A veces me piden que las arregle algo de la casa, que cuelgue un cuadro o si puedo ayudarlas a subir las bolsas de la compra, y a cambio me ofrecen pastel o comida casera.
Siempre tiene buena pinta y huele rico.
Me recuerda a la comida de mamá.
–¿Necesitas medicina? Tengo una caja de analgésicos en casa. ¿Quieres que suba a por ella?–
Yo niego con la cabeza.
–No... muchas gracias. Luego paso por la farmacia... creo que me duele por mirar tanto la pantalla.– respondí intentando mantener mis respuestas breves.
Era mejor así, no quiero involucrar a nadie en mi vida.
–Ay... estos chicos de ahora, todo el rato con el móvil.– dice Caroline intentando aligerar la charla. –Mi hijo está igual. ¡Siempre con dolor de cabeza por pasar todo el día pegado a la consola!–
–Ya... no es bueno...– murmuré agachando la cabeza. Mi pelo cubría parte de mis ojos.
No es el tipo de conversación que busco, pero dé que ellas lo hacen con buena intención.
No quiero que piensen mal de mi después de todo lo que me han ayudado.
–Pero ay... cielo, ¡no lo digo para reñirte!– ella me da un golpecito en la espalda y se ríe suave.– ¡Cuídate que todavía eres joven!–
Asiento levemente con una sonrisa algo forzada. No me gusta mentir, pero a veces es lo mejor. Cuanto menos sepan de mí, más seguras estarán.Salgo del portal y siento como el viento me golpeaba en la cara.
Meto las manos en los bolsillos de la chaqueta, como si por arte de magia mis manos fueran a calentarse.
El parque no quedaba muy lejos, era un sitio tranquilo, aunque no tenía nada de especial.
Al llegar, me siento en el banco de siempre.
Hay pocas personas paseando, supongo que por el frío. El invierno está por llegar y todo parece más triste.
Los árboles ya no tienen sus hojitas verdes, se hace de noche más pronto y los niños ya no tienen tantas ganas de salir a jugar fuera.
Observo el paisaje en total silencio.
No me molesta la soledad, prefiero estar solo, pero me siento relajado al ver como otra gente vive su vida.
Es como si por un momento yo también tuviera una como las suyas.Una mujer pasa cerca mío, caminando con su perro.
El animal me mira y ladea la cabeza como si me entendiera.
Sus ojos eran... muy expresivos. Se veía muy inocente.
Me quedé mirándole hasta que su dueña le llama para seguir jugando.
Me gustan los animales. Siempre me han gustado, pero no puedo permitirme tener uno.
Son demasiado puros e indefensos... Alguien como yo no debería ni mirarlos.
Levanto la mirada al cielo y suspiro por quinta vez en el día.
Mi vida habría sido tan diferente si ella siguiera aquí...
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Grullas de papel
Mystère / ThrillerKeith, un joven de 22 años, es un asesino meticuloso, el cual tiene un solo tipo de víctima: los hombres que violentan contra las mujeres o niños. Al descubrir por redes sociales un vídeo de una chica contando un casi asalto de agresión sexual, de...