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—Buenos días, amor —dije.

—¿Cómo se levantó mi reina? —preguntó.

—Muy bien, amor —respondí.

Nos dimos un beso y me envolvió en sus brazos.

—Vamos a desayunar, que tengo que salir con Serafín a ver unos negocios —dijo.

—Creo que me quedaré hoy a dormir en casa de Sofía —dije.

—Me parece bien, para que no esté sola —dijo.

—Vamos a desayunar —dijo.

Bajamos a la parte de abajo y la señora que me ayudaba en la casa tenía el desayuno listo. Desayunamos y subimos a bañarnos. Después de salir yo primero de bañarme, me puse de outfit un vestido floreado y unas chanclas. Solo me maquillé un poco.

—Qué hermosa se ve —dijo.

—Tú no te quedas atrás, mi amor —dije.

—Me voy, que tengo que llegar puntual. La veo el sábado, entonces, si se quedará con Sofía —dijo.

—Está bien, amor. Te voy a extrañar —dije.

—Yo a usted

Se fue y me acosté sobre la cama. Sofía me mandó un mensaje que no podría porque Irving la invitó a Badiraguato. Entonces decidí ir a la casa de Perla. Bajé las escaleras y salí de la casa. Subí a la camioneta y manejé hasta la privada de su casa. Me dieron acceso. Al llegar, me estacioné.

—Amiga, ¿ese milagro que me visitas? —preguntó.

—No quiero estar sola —dije.

—En eso tienes razón —dijo.

Al rato, tenía todo planeado. Será en el rancho de Ovidio y solo falta saber qué será después. Después de un rato, decidí volver a la casa. Se me hizo raro que no hubiera nadie, pero no le tomé importancia y subí a la recámara. Me bañé y me alisté para dormir.

Pasaban de las tres de la madrugada y escuché que llegaron camionetas. Escuché la voz de Ovidio y de Serafín. Me levanté de la cama y me puse las pantuflas para bajar a recibirlo. Para dormirnos juntos hoy, el bebé estuvo inquieto y con su papá se calma. Bajé las escaleras y caminé hasta donde se escuchaban las voces.



































































                   O V I D I O   G U Z M A N




Después de despedirme de mi mujer, salí rumbo a la junta que teníamos todos en la sierra.

—Carnal, hace mucho no te miro —dijo.

—Ya ves, la vida de casado —dije.

—Mandilón —dijo Alfredo.

—Mejor ni hablemos de ti, Alfredo —dije.

—Por fin formarás tu familia, ratón —dijo.

—Bueno, a lo que venimos, plebes —dije.

Después de ver las rutas que utilizaríamos para cruzar más mercancía y ver lo de las alianzas y negocios fuera de México, jalaron un grupo y también unas cuantas plebes. Yo no jale a ninguna; me sentía mal al fallarle a Paulina. Ella en casa y yo con estas chingaderas... no van.

—Ya me voy, plebes —dije.

—Como ratón, no te divertiste con nada —dijo.

—Para la otra —dije.

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