Pasaron los días, y aquella conexión entre Giyuu y Mitsuri, aunque sutil, comenzó a volverse más notoria. Cada vez que sus caminos se cruzaban, había una especie de entendimiento tácito entre ambos, una calma compartida que ninguno de los dos había experimentado antes con otra persona.
Una tarde, mientras los demás Pilares se reunían para discutir nuevas estrategias contra los demonios, Giyuu decidió dar un paseo por los alrededores del cuartel. Las flores de cerezo habían empezado a caer más rápidamente, cubriendo el suelo con una alfombra rosada. Sin pensar mucho, sus pasos lo llevaron a un pequeño estanque escondido en el bosque cercano.
Para su sorpresa, Mitsuri ya estaba allí, sentada junto al agua con las rodillas abrazadas, observando su reflejo en la superficie tranquila del estanque. Su cabello rosado y verde caía como una cascada de colores a su alrededor, y la luz del atardecer le daba un brillo suave a su piel.
Giyuu, incómodo ante la idea de interrumpir su tranquilidad, dudó por un momento. Pero Mitsuri, como si hubiera sentido su presencia, levantó la vista y le sonrió con calidez.
-¡Giyuu-san! -exclamó, agitando una mano para invitarlo a acercarse-. Ven, siéntate conmigo.
Él vaciló un segundo antes de acercarse y sentarse a su lado, sin decir una palabra. El silencio entre ellos no era incómodo; de hecho, era reconfortante. Ambos miraban el agua, donde algunos peces nadaban perezosamente, mientras una brisa ligera acariciaba sus rostros.
Después de un rato, Mitsuri rompió el silencio con su habitual ternura.
-¿Sabes? A veces me pregunto si estamos destinados a encontrar cosas que nos hagan sentir completos -dijo, sus ojos reflejando la luz dorada del atardecer-. Puede ser el amor, la amistad, o simplemente la paz. Pero siempre he creído que cada uno de nosotros tiene algo, o alguien, que lo completa.
Giyuu no supo qué responder de inmediato. Nunca había pensado en esas cosas de forma tan abierta. Para él, la vida había sido una sucesión de deberes y sacrificios. Sin embargo, desde que Mitsuri había empezado a acercarse a él, sus palabras y acciones habían comenzado a cambiar su perspectiva.
-¿Y tú? -preguntó finalmente Giyuu, mirándola de reojo-. ¿Has encontrado eso que te completa?
Mitsuri lo miró fijamente por un momento, su expresión suave pero seria, como si considerara la pregunta con mucho cuidado. Luego, sonrió con esa mezcla de dulzura y vulnerabilidad que la caracterizaba.
-Creo que lo estoy encontrando poco a poco -dijo, bajando la mirada hacia el agua-. Es un proceso, ¿no crees? A veces toma tiempo, y no siempre es fácil. Pero mientras caminemos ese camino, ya estamos más cerca de encontrarlo.
Giyuu asintió en silencio, comprendiendo el significado detrás de sus palabras. Él también había estado caminando por su propio sendero, uno lleno de soledad, pero ahora se daba cuenta de que tal vez no tenía que recorrerlo solo.
-¿Te molesta... que siempre esté cerca de ti? -preguntó Mitsuri de repente, con un tono más suave y tímido de lo habitual-. No quiero ser una carga o incomodarte...
Giyuu se sorprendió ante su pregunta. La idea de que ella pensara que su presencia era una molestia le pareció absurda, aunque hasta ese momento no había tenido el valor de decirle lo contrario. Con un ligero suspiro, decidió romper su silencio habitual.
-No me molesta -dijo en voz baja, pero con una firmeza que sorprendió incluso a él mismo-. De hecho, es... agradable.
Mitsuri lo miró, sus ojos verdes brillando con una mezcla de sorpresa y alegría. Había algo en sus palabras que le transmitió una calidez especial. Para ella, Giyuu siempre había sido una figura distante, pero ahora, cada vez que se abría un poco más, sentía que estaba llegando a conocerlo mejor, y eso la hacía muy feliz.
-Me alegra escuchar eso -respondió ella, su sonrisa luminosa-. Porque me gusta estar cerca de ti, Giyuu-san. Me haces sentir... en paz.
Giyuu no respondió, pero sus ojos lo decían todo. Aunque no fuera un hombre de muchas palabras, Mitsuri había logrado ver más allá de su fachada fría. Y en ese momento, sentados juntos junto al estanque, con el sonido de las hojas movidas por el viento, ambos sintieron que estaban conectados de una manera especial, una que no requería explicaciones, solo la compañía silenciosa del otro.
Así, el día empezó a desvanecerse, pero algo nuevo había nacido entre ellos. Una chispa pequeña, pero llena de potencial, que quizá, con el tiempo, florecería como las mismas flores de cerezo que caían suavemente a su alrededor.