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La tarde se deslizó lentamente, como un río que se niega a avanzar

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La tarde se deslizó lentamente, como un río que se niega a avanzar. Desde el momento en que crucé la puerta de mi casa, una mezcla de ansiedad y emoción me invadió. La invitación a la casa de los Cullen esa noche era un sueño hecho realidad, pero la espera se sentía interminable. Decidí ocupar mi mente para que el tiempo pasara más rápido. Me senté en mi escritorio y comencé a hacer las tareas pendientes, intentando concentrarme en cada palabra y cada número. Sin embargo, cada vez que levantaba la vista, mi mirada se deslizaba hacia el armario, donde colgaban mis prendas como un recordatorio constante de la noche que se avecinaba. La idea de dejar atrás la ansiedad se desvanecía con cada instante que pasaba; en su lugar, crecía una inquietud palpable.

Finalmente, no pude resistir más. Con un suspiro profundo, me dirigí al armario y abrí las puertas de par en par. La ropa se agolpaba en su interior, colores y texturas que parecían gritarme desde sus perchas. ¿Qué debería ponerme? ¿Qué elegiría para impresionar a los Cullen? Cada prenda que tocaba solo aumentaba mi nerviosismo.

—¡Isabella! ¡Isabella! ¡Isabella! —grité desesperada desde mi habitación, esperando que mi hermana escuchara mi súplica desde la planta baja. En cuestión de segundos, la puerta se abrió de golpe y ella apareció corriendo, con el cabello alborotado y una expresión de sorpresa en su rostro.

—¿Qué pasa? ¿Estás bien? —preguntó, sus ojos bien abiertos, reflejando una mezcla de preocupación y emoción. La miré, intrigada por su repentina aparición. Había algo en su tono que me hizo sonreír.

—Me preguntaba qué te ibas a poner hoy. Quiero ir muy bonita. ¿Cuál crees que sea el estilo correcto? —dije, disfrutando de la oportunidad de hacerla pensar en algo más que sus preocupaciones habituales. Ella me miraba anonadada, con la boca ligeramente abierta, como si hubiera lanzado una pregunta de otro planeta.

—¿Te pondrás un vestido o irás en pantalón? —continué, mientras ella se dirigía hacia mi cama. De repente, tomó una almohada y me la lanzó con fuerza. 

—¡Oye! ¡¿Qué te pasa, loca?! —grité al recibir el impacto blando en mi cara, riendo a carcajadas.

—¡Eres una loca desquiciada! —exclamó, su voz llena de incredulidad—. ¿Gritaste de esa manera solo para preguntarme qué me pondría? Esto no puede ser en serio.

Su tono era juguetón, pero había un atisbo de verdad en sus palabras. La risa se desvaneció mientras la observaba girar los ojos y salir de la habitación sin contestar mi pregunta. —Amargada... —susurré para mí misma, sintiendo que el ambiente se había vuelto un poco más pesado tras su partida.

El vibrar de mi celular resonó como un eco en la calma. Un mensaje había llegado, y su llegada se sentía casi como un aviso divino. Me levanté de la cama con rapidez, mis pies descalzos apenas rozando el suelo. Corrí hacia el escritorio, donde la luz de la pantalla iluminaba el espacio con un brillo tentador. ¿Qué tipo de notificación sería? La curiosidad me consumía

El Eco De Las Gotas Futuras | Alice CullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora