-Soy Alice Cullen -respondió ella, riendo suavemente. Su risa era tan melodiosa que resonó en mi pecho como una dulce melodía. En ese instante, supe que era perfecta. Mientras sus ojos dorados brillaban con complicidad, el mundo a nuestro alrededor...
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Aún con los ojos cerrados, me dejé llevar por un aroma dulce que llenaba el aire, un irresistible perfume a caramelo que me envolvía como una suave manta. La sensación de cansancio me mantenía en un estado de semiinconsciencia, pero la curiosidad me empujó a abrirlos lentamente. Al hacerlo, me encontré con la mirada intensa de Alice, que yacía a mi lado, sonriendo con esa expresión que siempre me hacía sentir especial.
—Buenos días, bella durmiente —dijo, su voz melodiosa resonando en la habitación.
El sonido de sus palabras fue como un despertador que activó mis instintos. Sin pensarlo dos veces, salté de la cama, el sol se filtraba por la ventana, iluminando todo a su paso. Miré hacia abajo y noté que aún llevaba puesto el vestido de la noche anterior. Un escalofrío recorrió mi espalda al recordar a mi padre y su probable enojo por no haberle avisado que no volvería a casa. La culpa se instaló en mi pecho; no podía decirle que me había desmayado o que un vampiro casi me había matado la noche anterior.
Me acerqué a la cama y, con un movimiento rápido, tomé una almohada y se la lancé. —¿Por qué no me levantaste? ¿Dónde está Bella? ¡No te rías! —exclamé, observando cómo ella se reía de manera burlona.
—Tranquila. Esme llamó a Charlie y le dijo que te habías quedado dormida. Le dolía mucho levantarte porque te veías tan tranquila. Tu papá aceptó que te quedaras y Bella sí fue a tu casa. A Charlie no le hubiera gustado que ella se quedara aquí sabiendo que su novio también vive aquí —respiré aliviada ante esa información y me senté en la cama junto a ella.
—¿Por qué me quería hacer daño, la chica esa? —pregunté, sintiendo un nudo en el estómago.
—Cuando los chicos me fueron a ayudar, Edward pudo leer sus pensamientos —me acomodé mejor en la cama para verla a los ojos—. Eres su Tua cantante.
Al ver mi expresión de confusión, decidió continuar explicando.
—Es cuando un vampiro huele la sangre de su presa y le es casi imposible controlarse. Esa sangre es especial porque es como si te llamara; es la más deliciosa entre todas.
—Eso significa que en cualquier momento puede atacar —dije, sintiendo un escalofrío recorrerme.
—Te vamos a cuidar, no te preocupes por eso —ella se acercó para intentar besar mi mejilla, pero me alejé rápidamente.
—¿Qué pasó? ¿No quieres...?
—¡No! ¡No es eso! Es solo que... me da pena. Tus papás están abajo —susurré, bajando la voz—. Y sé que pueden escuchar a larga distancia.
—¿Por qué da pena si solo es un chiquitito besito? Es algo normal.
—Pero... —no pude terminar la frase antes de que ella interrumpiera.
—A mis papás no les molesta que estés aquí, ni que seas humana, ni que seas niña, ni que me gustes. Simplemente quieren que seamos felices y ya. No te preocupes, ¿está bien?