El almuerzo

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Holaaa, para la gente que no me conoce (básicamente todo el mundo) quiero decir que estoy empezando con esto de la escritura, esta historia tenía muchas de hacerla y que la gente lo lea.
Agradecería bastante que le dierais una oportunidad. Y no os quedéis en el segundo o tercer capítulo
¡¡¡¡Tengo pensado muchas cosas e interesantes!!!!
🫶🏻

Aisha

Capítulo 1

SEGUNDO

NOVIEMBRE

—Para mañana quiero los ejercicios 23,25,27,28 y 32 —exigió la profesora Valdez cerrando el libro y dejándolo en la mesa.
Se miró el reloj y añadió—. Es la hora del patio, podéis desayunar.
—Por fin —dije para mis adentros—. Estaba harta ya de las ecuaciones.
Me levanté de la silla, re busqué en mis bolsillos y por suerte encontré dos euros. Fui hacia la puerta de clase, donde la profesora Valdez se encontraba.
—Profesora Valdez, ¿puedo ir a comprar el almuerzo? —coloqué mi cuerpo sobre el marco de la puerta.
—Por supuesto —dijo ella dando un pequeño mordisco a su almuerzo. Del hambre que tenía, me dió envidia.
Asentí dándole las gracias.
Bajando las escaleras, me encontré con medio profesorado de primaria, saludé a cada uno de ellos.
—¿A dónde vas?
Me giré, mire las monedas que llevaba en mi mano y respondí:
—Yo creo que es un poco evidente —riéndome, levante las manos enseñándole las dos monedas que llevaba.
—Puede ser —dijo abrazándome—. Te acompaño, yo también voy a comprar.
—Vale... — mire a mis alrededores, intentando que alguien más se acercará a nosotros pero cuando vi que nadie lo hacía me vi obligada a decir—. Pues... !vale!
No sabía su nombre y ya estaba entablando conversación con ella, pensé en lo incómodo que podría llegar a ser.
Pero no fue así. Esa chica, la cual casi no conocía de nada, hizo que comprar el almuerzo sea divertido y agradable.
—Llevamos hablando unos quince minutos y todavía no sé tu nombre —expresé sentándome en la mesa que tenía enfrente mía y dándole un gran mordisco a mi bocadillo de fuet.
—Nayara, me llamo Nayara —se rió.
—Yo me llamo...
—Aisha —me interrumpió—. Yo, al contrario que tu, si que sé cómo te llamas —me tocó la pierna mientras una leve sonrisa aparecía en su cara.
—¿Y cómo sabes cómo me llamo? —interrogé frunciendo el ceño.
—Dejemos ese tema aparte, no creo que quieras saberlo...
El timbre del final del patio sonó.
Me enfadé, yo quería seguir hablando con ella, se ve una tía interesante, inteligente y guapa, por otra parte me lo pasé genial con ella que ni siquiera me di cuenta de la hora que era.
Eso es lo malo de ir a clases separadas.
Tener que separarnos.
No soporto a la profesora de lengua, siempre está amargada, al mínimo ruido que hagas, ya te quiere poner una incidencia, como se te ocurra estornudar más de lo normal en su asquerosa clase, te echa la bronca más una incidencia.
—Señorita Wilson, ¿se puede saber en qué piensa tanto? —una voz bastante, demasiada conocida se metió en mi cabeza, haciéndome huir de mis pensamientos.
—En nada —respondí en tono seco.
—En nada que te importe, vieja amargada — mis pensamientos me jugaron una mala pasada.


—¿Qué hacías hablando con Nayara en el recreo? —preguntó Mery mientras subíamos a la segunda planta,  llevabando su bandeja del McDonalds en las manos.
Lleva una hamburguesa de doble piso, unas patatas con bacon y queso y un vaso de Cocacola. Yo, al igual que ella, escogí lo mismo.
—Se me acercó ella —reproché sentándome en la silla, enfrente tenemos una gran ventana que daba a la calle.
—No. Puede. Ser —dijo dejando caer una patata sobre su bandeja—. ¿Te gusta Nayara?
—¿Qué? ¿De dónde has sacado esa información tan verdaderamente mala? —abrí los ojos como platos al oír esas palabras.
—Eres lesbiana —la oí decir.
—¿Y eso que tiene que ver con que supuestamente me guste Nayara?
—Pues que, entre todas las lesbianas os gustáis —dijo ella muy convencida, mordiéndo la hamburguesa.
<<te gusta Nayara>>
Acabo de conocerla, ¿cómo me va a gustar en tan solo treinta minutos?
Tener de amiga a Mery, es lo mejor que me ha pasado en la vida, es una persona maravillosa contigo. Siempre te apoya y te anima a alcanzar tus metas, mostrándose comprensiva y atenta a tus necesidades. Su sentido del humor hace que cualquier momento sea más ligero y divertido, y su optimismo contagioso te inspira a ver lo mejor en cada situación. Además, es una gran escuchadora, siempre dispuesta a ofrecerte su tiempo y consejos cuando los necesitas. Su lealtad y amistad incondicional te hacen sentir especial y valorado.
Nunca la cambiaría por nada en el mundo.
Yo soy todo lo contrario a ella.
Pero entre las dos congeniamos muy bien.
—Te lo noto en la mirada —me miró entrecerrando los ojos.
—Se nota que eres rubia —me burlé de ella.
—Y tu lesbiana —protestó encogiéndose de hombros.
Solté una pequeña carcajada y me levanté a tirar toda la basura de la bandeja.

Cuando me di cuenta estábamos en mi portal despidiéndonos.
—Bueno —soltó Mery—. Mañana nos vemos en clase no? Por que si no...
—Si que voy Mery —le interrumpí.
—Oye, ni se te ocurra volver a interrumpirme —respondió en tono seco.
Me reí. Demasiado.
—Como no pares de reírte de mí...
—Me vas a dejar de hablar —le volví a interrumpir—. Ya sé tus amenazas de memoria.
La deje con la palabra en la boca y el dedo índice levantado. Me miró de arriba abajo y seguidamente desapareció por la puerta.
Cuando la puerta se cerró me di media vuelta, saqué las llaves de casa del bolsillo del pantalón y apreté el botón del ascensor para que bajara y así poder subir.
Las puertas se abrieron y me adentre en él.
Saqué el teléfono que empezó a vibrar en mi bolsillo.

Soy Nayara.
Antes de que preguntes cómo tengo tu número.
Tengo que decir que me dió Marta.
 

                                                                                    Viniendo de tí, me esperaba de todo menos eso.

Jajajajaja.

Deje de contestar cuando vi a una persona parada enfrente de la puerta del ascensor.
—¿¡Has visto qué horas son!? —chilló una voz conocida, su alto tono de voz provocó eco en todo el vecindario.
—Perdona, estaba con Mery, comiendo en McDonalds —le expliqué—. Y luego fuimos a un parque.
—¿Tú con qué permiso te vas a no se donde? —me recriminó mi madre con los brazos cruzados
—Bueno mamá, lo siento —expresé saliendo del ascensor—. Debería haber avisado, te juro que a la próxima aviso.
Ella asintió lentamente, giró sobre sí y se dirigió hacia la puerta de casa.
Yo la seguí tras ella.
—La cena está lista —afirmó mi padre con la sartén en la mano y su delantal blanco de flores.
—Primero prefiero ducharme.


—¿Cómo te van las clases, hijo? —mi padre miró fijamente a mi hermano.
Alex, no es muy bueno en los estudios, a pesar de que siempre intenta sacar lo mejor de él, no consigue aprobar, yo siempre le ayudo, es mi hermano pequeño, siempre estaré ahí para él, y con él. No siempre le puedo ayudar con todo, yo también tengo que hacer mis trabajos, exposiciones, exámenes, deberes.
Pero siempre sacaré el tiempo para poder ayudarlo a él.
—Aisha me enseñó mates y aprobé el examen —dijo señalandome con el dedo llevándose la cuchara a la boca.
—¿Es eso verdad, hija? —giró su cabeza y clavó su mirada sobre mi.
No me esperaba esta noticia, después de tantos intentos de aprobar, gracias a su esfuerzo por querer aprender, aprobó.
No me puedo sentir más orgullosa de él.
—Eh... —no me salían las palabras, estaba tan emocionada—. Eh.. si, papá, si.
—¡Ese es mi niño! —giró su cabeza hacía Alex,  se levantó de la silla y le tiró por los aires de la emoción. A pesar de que tenía 11 años.
Yo sonreía.
Al igual que mi madre.
Yo soy feliz.
Y ellos también.

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