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El capitán Saymil miró al niño que tenía en brazos, con una suavidad en su expresión que no mostraba a menudo. Kael, con sus cabellos blancos como la nieve y esos ojos verdes que parecían las gemas más preciosas, lo observaba con la inocencia que solo un niño podía tener. Era, sin duda, el niño más hermoso que jamás había visto. Pero la preocupación surcó su frente.

"Kael, ¿qué haces aquí? No puedes salir así. ¿Qué pasa si te lastimas?" Aunque sus palabras eran una reprimenda, su voz era suave, casi cariñosa. Los ojos del capitán brillaban con una dulzura inusual, una que reservaba solo para momentos como este.

Kael, acomodándose en el regazo del capitán, dejó escapar una respuesta simple, pero llena de sinceridad: "Quería verte." Su tono infantil, tan sincero y directo, le recordó al capitán cuán frágil y dependiente era este pequeño ser. Mientras los caballeros retomaban la marcha, Saymil no apartaba la mirada del niño que sostenía con tanto cuidado.

Los demás caballeros intercambiaban miradas de incredulidad. Para los más veteranos, era una escena común, pero los más nuevos se sorprendían ante la visión de su estricto capitán mostrando tal afecto. Entre ellos, uno se adelantó con una sonrisa en los labios, estirando la mano para revolver suavemente el cabello de Kael.

"Capitán, deje de mimarlo tanto, o va a malacostumbrarse." El comentario, aunque en tono juguetón, iba acompañado de un respeto profundo. Kael, sin embargo, no mostró molestia. Conocía a este caballero; era uno de los hombres que había crecido en su aldea antes de unirse al ejército imperial.

Todos compartían el mismo pensamiento: Kael era la esperanza del imperio.

¿Por qué? La razón estaba envuelta en misterio y leyenda. Se decía que los leopardos de las nieves poseían la magia curativa más poderosa jamás vista, una magia capaz de contrarrestar el efecto corrosivo de los Errantes, esas criaturas que aterrorizaban el continente. Pero nadie había tenido la oportunidad de comprobarlo. La especie se había extinguido hace mucho tiempo, y Kael... Kael podría ser el último de su clase.

El emperador había dictado que se mantuviera en secreto, para protegerlo. Si las otras naciones supieran de la existencia de Kael, el equilibrio entre los reinos podría tambalearse, y en el peor de los casos, desatarse una guerra por su poder.

Kael sonrió a ese caballero que tocaba su cabello, y en su mente recordó algo crucial: Ya tenía cinco años. A esta edad, podía empezar a hablar de ciertos temas sin levantar sospechas. Había sido fácil acercarse al capitán desde el principio, pues el hombre siempre había mostrado disposición para escucharlo. Aunque Kael no dejaba de encontrarlo curioso... esa conexión que parecía haber entre ambos desde el momento en que lo conoció.

"¿Vas a reclutar a más chicos?" La voz de Kael era suave, pero había una pizca de curiosidad detrás de sus palabras. El capitán, con los ojos siempre fijos en el camino, respondió con su característico tono calmado.

"Así es."

El capitán no era hombre de muchas palabras, y Kael lo apreciaba por eso. Había algo reconfortante en su forma directa y sencilla de comunicarse. Kael tarareó levemente para mostrar que había entendido. Pero en el fondo de su mente, había otra cosa ocupando sus pensamientos.

Los protagonistas. Si pudiera conocerlos pronto, si pudiera encontrarlos antes de que el desastre los alcanzara, tal vez podría salvarlos del destino cruel que ya conocía tan bien por la novela. Pero no sabía con exactitud dónde estaban. La aldea, el tiempo... todo parecía una neblina de detalles confusos.

Sin embargo, había algo que le daba una ventaja: sus habilidades mágicas. Si bien no podía usarlas abiertamente, ya había notado que como híbrido, tenía la capacidad de entender tanto a las bestias mágicas como a los animales comunes. Una habilidad que, hasta donde recordaba, no se mencionaba en la novela. Pero si podía aprovecharla, entonces no tendría que depender solo de la información que pudiera obtener de los humanos. Tal vez... tal vez los animales podrían guiarlo hasta los protagonistas.

Kael, casi instintivamente, deslizó su mano sobre la del capitán, cerrando los ojos para concentrarse en el flujo de magia que recorría el cuerpo del hombre. El capitán no tenía idea de lo que el niño estaba haciendo, pero al sentir esa pequeña mano sobre la suya, se estremeció levemente. No estaba acostumbrado al contacto físico, al menos no de manera tan cercana. Pero siendo Kael... se sentía diferente. Se sentía bien.

Conocía a Kael desde que era un bebé. Y aunque no lo admitiría fácilmente, había algo en ese niño que lo conmovía profundamente. Una especie de conexión que no lograba explicar, pero que sentía en lo más hondo de su ser. No era solo la orden del emperador de protegerlo. No, había algo más. Kael era especial.

A lo lejos, comenzaron a divisar la aldea. Los aldeanos ya estaban esperando la llegada de los caballeros, sus miradas curiosas y expectantes. El capitán desmontó con cuidado, llevando a Kael en brazos. Justo cuando lo hizo, una voz familiar rompió el murmullo de la multitud.

"¡Kael! ¡Oh, Dios mío, Kael!" Era la hermana del orfanato, la mujer que siempre cuidaba de él con tanto amor. Corrió hacia ellos con una expresión de preocupación en su rostro, y Kael, al escucharla, se estremeció ligeramente, escondiéndose más en el pecho del capitán.

El capitán levantó una ceja, mirando a la mujer con una mezcla de simpatía y curiosidad.

"Perdóneme, capitán. Kael es tan travieso... no debería haberle molestado," dijo la hermana, inclinándose con respeto.

"Oh, por favor, no es ninguna molestia," respondió el capitán, con una amabilidad que contrastaba con su apariencia severa. "De hecho, ha sido un placer cuidar de él durante el viaje."

La hermana intentó tomar a Kael en sus brazos, pero el capitán se lo impidió suavemente. La sorpresa cruzó los rostros de ambos, de la hermana y del propio niño.

"No se preocupe, hermana. Kael desea estar con nosotros durante el reclutamiento, ¿verdad?" Sonrió mientras miraba a Kael.

Los ojos de Kael brillaron de emoción. "¡Sí, hermana, por favor! No molestaré, lo prometo." Sus orejas de leopardo se inclinaron hacia abajo en un gesto suplicante, y sus ojos, tan grandes y adorables, derretían cualquier resistencia.

La hermana no pudo negarse. "Bueno... si el capitán lo permite..."

El capitán sonrió suavemente, con una chispa de diversión en sus ojos. 'Este pequeño bribón,' pensó.





Gracias por leer. 

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La Hermana!!


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