Marketing ── Natanael Cano

006. Sam, ¿estamos bien?

México | 2018
── Samantha Miller.

Salía de mi trabajo, exhausta después de un día largo y pesado. El cielo comenzaba a oscurecer, y la fresca brisa de la tarde me hacía sentir un poco más despierta, pero mi mente no dejaba de darle vueltas a lo mismo: Natanael y yo.

Al principio pensé que todo mejoraría. Luego de tantas discusiones, imaginé que encontraríamos el equilibrio, que lograríamos volver a ser los mismos de antes. Y por un tiempo, lo fuimos. Las cosas parecían estar bien. Pero pronto comenzaron las peleas… Y con cada discusión, las cosas fueron empeorando.

Natanael y yo ya no hablábamos. La tensión en nuestra relación se había vuelto tan espesa que podía cortarse con un cuchillo. Pero hoy no quería seguir así, no podía soportar otro día de silencio. Decidí tomar la iniciativa. Fui a buscarlo a su departamento. Aún tenía las llaves que me había dado, como una señal de confianza, de que, pase lo que pase, siempre podría ir a verlo.

Cuando llegué y abrí la puerta, el panorama me dejó helada. Todo era un desastre. Las cosas estaban tiradas por todos lados, como si una tormenta hubiera pasado por su sala. Botellas vacías, ropa por el suelo… ¿Qué le había pasado?

— Nat… — Susurré, esperando algún tipo de respuesta. Pero todo seguía en silencio.

Caminé hasta su habitación. Mi corazón latía con fuerza, entremezclando preocupación y nerviosismo. Cuando finalmente entré, lo vi ahí, acostado en la cama, durmiendo profundamente. Mi Natanael, tan vulnerable en ese momento. Me acerqué despacio, casi temiendo despertarlo.

Al llegar a su lado, me senté suavemente en el borde de la cama y comencé a acariciar su cabello, ese cabello que tantas veces había enredado entre mis dedos. Sentí una punzada en el pecho al recordar cómo solía mirarme, con esos ojos llenos de promesas. Pero ahora…

— Sam... — murmuró en sueños, su voz ronca y apenas audible. No se le entendía bien lo que decía, pero entre sus balbuceos, alcancé a distinguir algo: — Te amo...

Esbocé una pequeña sonrisa, sintiendo cómo mi corazón se derretía por un instante. A pesar de todo, seguía siendo él, seguía siendo el hombre que amaba. Me incliné y besé su frente, pensando que tal vez esto sería un nuevo comienzo. Tal vez podríamos dejar atrás nuestras peleas.

Pero entonces, algo en la mesa de noche llamó mi atención. Me detuve, mirando de reojo antes de levantarme con cuidado. Al acercarme, el nudo en mi estómago se hizo más grande.

Había cigarrillos tirados sobre la mesa, pero eso no fue lo que realmente me asustó. Junto a ellos, disperso sobre la superficie, estaba el polvo blanco… drogas. Mi corazón se detuvo por un segundo.

— No… no puede ser — susurré, casi rogando porque no fuera lo que pensaba.

Pasé una mano por mi cabello, sintiendo una mezcla de incredulidad y terror. ¿Cómo llegamos a esto? Quise gritar, quise sacudirlo y pedirle que me explicara. Pero, en ese momento, el miedo me paralizó. Me quedé mirando ese polvo, esas sustancias que no tenían lugar en nuestras vidas. No en la vida que habíamos soñado juntos.