7

16 5 0
                                    

Jungkook.

En la beneficencia soy infeliz. No desconozco las fiestas, pero no me gustan las de este tipo, un grupo de gente en trajes de pingüino tratando de impresionar a los demás. Al menos la comida es sabrosa y el licor es muy bueno, incluso si el servicio está en el lado mezquino. Mi copa está vacía así que de nuevo miro alrededor.

Siempre hay múltiples bares en eventos como este. El truco consiste en concentrarse en los menos concurridos, donde las líneas son más cortas. Hay una larga cola en el bar cerca de la puerta, así que mire por el lugar y encontré uno en una esquina. Cinco minutos más tarde estoy bebiendo un whiskey de malta y deambulando de nuevo buscando a mis compañeros de equipo. Incluso cuando están fuera de la vista, se pueden escuchar. Sigo los gritos de Eriksson y carcajadas de Blake.

Estoy evitando a Blake porque estoy enojado con él. Tal vez es una niñería, pero mi objetivo esta noche es pasar de él. Lo escuche decir algo acerca de atacar el bar antes de irnos.

Eso es innecesario. Una vez terminan los discursos, me estoy escabullendo por la salida.

—Hey, Jeon —Eriksson me saluda con un golpe en la espalda—. ¿Te diviertes?

¿Mentir o no mentir? Esa es la pregunta. Estoy jodidamente cansado de las mentiras que digo toda la semana.

—No realmente. Esto no es lo mío.

Los ojos de Eriksson se ensanchan.

—¿No te das cuenta que hay una habitación llena de mujeres ricas en vestidos diminutos? Por eso vengo a eventos como estos. Hace siete años me lleve a casa un par de gemelas con las que tuve acción toda la noche. —Está claramente borracho—. Qué días aquellos.

Mi compañero se ve bastante mal, y tan solo son las diez. Sus ojos son de color rojo, y se ve agotado.

—¿Estás bien? —pregunté. Durante toda la semana lució como el infierno, la verdad. No sé cómo no me di cuenta antes.

—Claro que estoy bien. Excepto que mi esposa me dijo esta mañana que quiere el divorcio, luego se llevó a los niños a la casa de su hermana. Me perdí otra sesión de terapia, al parecer. Así que está tirando la toalla.

Jesucristo.

—Lo siento, hombre. Tal vez solo necesita una noche para pensar las cosas.

¿Es eso lo que se le dice a un chico cuya vida se cae a pedazos? No tengo ni idea.

Eriksson se encoge de hombros.

—Este estilo de vida. No es fácil, ¿sabes? Pero basta de mis problemas. ¿Qué tienes contra las fiestas?

—No todas las fiestas —digo rápidamente—. Este tipo de cosas me traen recuerdos de mi infancia. Mi madre pasaba todo el tiempo planificando mierda como esta. ¿Ves estas flores? —Señalo una pieza ostentosa. Hay millones de ellas, y puesto que es febrero en Canadá, habría muchas en los alrededores. Del techo cuelgan enjambres de mariposas falsas, cada una suspendida en algún tipo de hilo de pescar invisible—. Alguien pasó gran parte de su tiempo decorando este lugar. Debido a que la gente rica que asistió pago cada uno cuatro mil dólares, esperando ser deslumbrados. Siempre me he preguntado por qué no todos simplemente nos quedamos en casa y escribimos un cheque en ropa interior. Todo iría realmente a la caridad. Boom. Problema resuelto.

Eriksson soltó una gran carcajada.

—Cínico bastardo. Joder te amo. Pero ya estás aquí, deja de hacer como que la corbata te está asfixiando.

Le doy un tirón a la corbata, porque la hija de puta me está asfixiando.

—¿Qué es esta caridad, de todas formas? —Me había perdido esa importante información.

U SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora