PARTE I | Capítulo 1

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Mucho antes de que Cleo entrara en la cárcel, había tenido una vida normal, o al menos, lo que se consideraría una vida normal para una chica proveniente de una familia adinerada y de un rango social elevado. Colegio privado, ropa de marca, chófer personal y una multitud de caprichos.

Dejando eso a un lado, Cleo tenía un carácter con el que era difícil lidiar. Llegaba a clase sin la tarea hecha y presentaba malas calificaciones en la mayoría de las asignaturas. No es que fuera mala estudiante o que su capacidad intelectual interfiriera en su aprendizaje, simplemente le producía cierta satisfacción llevar la contraria a todos los adultos de su alrededor, padres, profesores y educadores profesionales. Tenía una marcada tendencia a la desobediencia, provocaba peleas con otros niños para llamar la atención y desafiaba a todo aquel que intentara obligarla a seguir las normas. No le costó ganarse el título de la oveja negra dentro del apellido de su familia.

Sin muchas más opciones disponibles, sus padres junto con el consejo de un puñado de psicólogos infantiles optaron por matricularla en un internado privado. Una institución católica que prometía un entorno de convivencia exclusivamente femenino y garantizaba una férrea disciplina entre el alumnado.

Durante los seis años que Cleo vivió allí, rodeada de estrictas normas y severos castigos, tuvo que aprender a base de vara a comportarse y empezó a comprender lo que era temer a la autoridad. Definir aquellos años de reclusión como un infierno no le parece exagerado. La mayor parte de su adolescencia la pasó en un lugar donde el cuerpo era motivo de vergüenza y los placeres de la carne, un pecado. La dicotomía entre los cambios que cada vez más rápido se producían en su cuerpo y la rígida moral que intentaban imponerle creó una profunda huella de confusión que le costó tiempo borrar.

Al volver a su antiguo instituto, la etiqueta de inadaptada no desapareció, ni entre sus compañeros ni entre el profesorado. Tampoco es que ella hiciera mucho por cambiar esa percepción. Su mal comportamiento, las contestaciones mordaces y la instigación a peleas no hicieron más que intensificarse, reforzando aún más la imagen que todos tenían de ella.

Y entre todo el caos, la rabia, el dolor y la incomprensión que dominaban su vida, apareció Raoul. El primer punto y aparte que marcó un giro en su existencia. Justo lo que Cleo imaginó que sería su salvación, esa ancla que la mantendría firme en medio de la tormenta que reinaba a su alrededor. El refugio que necesitaba, allí donde sus problemas no entraban en la ecuación.

Raoul no era más que otra manzana podrida que desentonaba entre todas las demás. Las primeras fiestas a las que la invitó no fueron sino las migajas de lo que conformarían más tarde el resto del pastel completo.

Cleo se sintió atraída al momento del desenfreno y la rebeldía de aquel chico de su edad, joven, con ganas de vivir, que lo daba todo por pasarlo no bien, sino a lo grande. Quería más. Siempre querría más y Raoul como su buen amigo y compatriota que era se lo puso en bandeja de plata. Le mostró su mundo, el pequeño rincón que usaba para escapar de la realidad. Llegado a tal punto, no hubo marcha atrás.

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⏰ Última actualización: 17 hours ago ⏰

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