Capítulo 2 | Vidas de mierda

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Esas cosas pasan más de lo que crees, pero a nadie le importa. Dos personas heridas compartiendo una botella de vino, en la penumbra, esperando que el alcohol haga su magia. La chimenea da el toque justo de calidez, pero es solo una ilusión, el frío está en otro lado, en algún lugar profundo dentro de ellos.

—Cuéntame más de ti —Futarou la mira a través de la copa, sin verdadero interés.

—¿Qué quieres saber? —Ichika responde, cruzando las piernas con una elegancia que parece fingida.

Él, con ese traje que lo envejece, mientras ella muestra más de lo que tal vez quiera. Siempre era lo mismo: piernas que llamaban miradas, palabras que caían como plomo, piropos que no pedía, chiflidos de hombres vacíos. Todos se quedaban con las ganas, y ella seguía caminando, arrastrando los recuerdos de esa basura que nunca cesaba.

—¿Aspiraciones? —Él lanza la pregunta como si le importara.

—Actriz. Pero, ya sabes, todo fue para peor.

—Claro, pasa todo el tiempo. Gente con sueños de grandeza terminando en oficinas de mierda, trabajando de 9 a 5, aunque sabemos que nunca es así. En los libros de historia no se habla del tiempo extra, ¿no?

—Sí, y ahí voy yo, hacia ese mismo destino.

—Es lo que pasa, ¿no? Pagas lo justo para sobrevivir, pero nunca lo suficiente para salir del hoyo. Es la misma esclavitud, solo que ahora tiene otros nombres, otros colores.

—Y no es que lo hayan ocultado —Ichika suelta un suspiro—. Es más evidente que nunca, y aún así, nadie hace nada.

—Es un viejo truco. La gente sigue eligiendo cadenas, solo que más brillantes.

Ichika bebe más vino, casi con desesperación. Era caro, lo sentía en la garganta, pero el gusto era lo de menos. El alivio venía de otra parte: al fin, alguien escuchaba. Alguien le daba una respuesta, aunque fuera vacía. Sentirse menos sola, aunque fuera por un rato, era suficiente.

Futarou la mira como si evaluara un objeto más que una persona, reacomodándose en su trono de terciopelo. Parecía un cabrón con plata, mientras ella, por contraste, solo era la sombra de lo que alguna vez quiso ser.

—¿Qué fue lo que salió mal? —preguntó con falsa curiosidad—. ¿No eras buena en lo que hacías?

—Lo era. Lo soy —ella sonríe con amargura—. Los directores me buscaban. Mi nombre empezaba a sonar en los pasillos, en los papeles que nunca llegan al gran público. La actuación me daba vida. Los focos, las cámaras, todo eso. Era... lo único que me hacía sentir real.

—¿Entonces qué pasó?

—Las cosas sucias, lo que no se cuenta en las entrevistas.

—¿Qué cosas?

—Cosas que no deberías preguntar —su voz se quiebra—. Orgías, favores. Ya sabes, lo de siempre. Lo que se hace en la oscuridad y se esconde detrás de sonrisas en las alfombras rojas.

—¿Y lo hiciste?

Ella lo mira, furiosa por dentro, pero con un cansancio que la supera.

—No. Nunca lo hice. Por eso estoy aquí, en esta maldita sala, bebiendo contigo en vez de estar frente a una cámara.

Futarou asiente, pero no le importa. Es solo otra historia de fracaso que escuchará esta noche, otra alma rota que pasará por su vida, y luego, desaparecerá en el olvido.

El vino se acaba, y con él, la conversación.

—Es terrible. Pero así es el mundo, lleno de monstruos por todas partes. Y lo peor... es que nadie se atreve a enfrentarlos.

—Sí, nada va a cambiar, supongo… —Ichika seguía con un poco de vino en su copa. Le dio un buen trago, dejando que el alcohol le quemara la garganta antes de posar la copa en la mesa.

El sillón era cómodo, una mezcla de telas caras y bordados finos. Nada que ver con la miseria de su sala de estar, esa que parecía ahogarla cada tarde, mientras el sol se deshacía en un cielo insípido.

—Bueno, ya hablamos de mí. Ahora cuéntame de ti. Quiero saber quién es mi futuro esposo.

—Ah, bueno. No hay mucho que contar, ¿sabes? —Futarou le respondió con la voz gastada, como si el pasado le raspara cada palabra—. Tuve una vida de mierda. Ahora me va un poco mejor.

Ichika parpadeó, algo desconcertada. La idea de que alguien pudiera haber tenido una vida peor que la suya le resultaba casi imposible de concebir.

—¿A qué te refieres? ¿Cómo era esa vida? —preguntó, su curiosidad surgiendo de ese lugar profundo, esa necesidad por saberlo todo. Era propio de ella, claro, esa maldita curiosidad que nunca la dejaba en paz.

—Mi madre murió cuando yo era un crío. Con ella se fue cualquier esperanza de estabilidad. Mi viejo estaba ahogado en deudas, y mi hermana era solo una bebé. Así que me quedaban dos opciones: morirme de hambre o encontrar una manera de sobrevivir. Elegí la segunda —dijo Futarou mientras se dejaba caer más en el sofá, abriendo una botella de vodka que resonó en el silencio de la habitación.

—¿Y qué hiciste? A esa edad, no debió ser fácil.

—No lo fue. Encontré trabajos aquí y allá. Nada estable, por supuesto. A nadie le importa un niño tratando de ganarse la vida. Para ellos, solo eres una molestia.

—Sí, lo sé bien. Yo tampoco terminé la preparatoria. A los dieciocho, ya estaba buscando trabajo, y todos me miraban como si estuviera mendigando —dijo Ichika, recordando aquellos días de humillación.

Futarou soltó una risa seca, cargada de algo que solo los que han estado en el barro entienden.

—Lo mío no fue muy diferente. Conseguí un tercer trabajo dando tutorías. Al final, no aguanté mucho. Mis alumnas eran cinco idiotas sin remedio. Duré una semana. Buena paga, pero... mi vida era un desastre. No podía más.

El silencio que siguió fue denso, casi palpable. Las palabras de Futarou rebotaban en la cabeza de Ichika como un eco que se iba desvaneciendo, dejando solo preguntas.

—¿Alumnas...? —preguntó ella, sintiendo algo extraño en el estómago.

—Sí. Cinco. Las más torpes que he conocido. Era imposible enseñarles algo. Y yo no estaba en condiciones de aguantar más.

El reloj de la sala hizo sonar las campanadas. Futarou se levantó del sillón y se dirigió a la cocina, dejando la botella de vodka sobre la encimera. Ichika, por su parte, se llevó una mano a la cabeza. Algo le zumbaba en los oídos, como una revelación que no quería creer.

—Ese chico… —dijo, las palabras pesadas saliendo a duras penas de su boca—. ¿Eras tú, Futarou?

Y de pronto, todo se sintió como un maldito chiste de mal gusto.

Continuará...

Nota de autor: y aquí lo tienen, una actualización luego de mucho tiempo. Lamentos el retraso, pero la escuela me tiene ocupado y digamos que no pasó por un buen momento emocionalmente.

Pero ya saben que por ustedes me levanto un poco solo para darles contenido. Gracias por leer, nos vemos en el próximo capítulo.

Posdata: ni sabía que iba a hacer con esta historia si les soy sincero, pero ya sé al menos una idea de que escribir.

Se Busca Una MujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora