Capítulo 4: El dulce veneno del pasado

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El viento de Liyue acariciaba las montañas con una delicadeza casi reverencial, y la ciudad se preparaba para uno de los eventos más esperados del año: el Rito del Descenso. Zhuli, la Arconte Geo, conocida por su gran poder y sabiduría, observaba desde lo alto del puerto, su mirada fija en el horizonte, donde el sol comenzaba a descender tras las colinas. Sabía que aquel día marcaría el comienzo de algo mucho mayor: el inicio de su plan.

Había decidido que era hora de probar a Liyue, de ver si su gente podía prosperar sin ella. Había diseñado su plan con minuciosidad, cada detalle cuidadosamente considerado. Pero mientras contemplaba cómo el crepúsculo pintaba los cielos de tonos dorados y carmesí, su mente empezó a vagar hacia recuerdos de un tiempo que casi parecía perdido en las arenas del pasado.

Se sumergió en aquellos recuerdos, en una época en la que la guerra y la destrucción dominaban el paisaje. Fue en esos días caóticos cuando conoció a Enkidu, o TN, como lo llamaban sus amigos más cercanos. Aquel Arconte Dendro, cuya presencia parecía una contradicción en sí misma, fue quien convirtió esos lugares devastados en paraísos naturales, donde la paz y la serenidad reinaban. Zhuli recordaba claramente aquellos momentos de tranquilidad, donde las ruinas del mundo eran transformadas bajo el poder de Enkidu.

El viento susurraba entre los árboles mientras su mente volvía a uno de aquellos días. Zhuli estaba sentada en la orilla de un río, contemplando cómo las flores y las plantas crecían sin esfuerzo a su alrededor. Los rastros de destrucción aún eran visibles, pero la naturaleza estaba reclamando su lugar, gracias al poder de Enkidu.

Zhuli: -susurró para sí misma, como si estuviera hablando con aquel recuerdo lejano- Nunca entendí por qué alguien tan poderoso prefería no hacer nada.

A lo lejos, podía ver a TN, tumbado despreocupadamente bajo la sombra de un árbol gigante, los brazos cruzados detrás de su cabeza, como si el mundo a su alrededor no tuviera ningún peso sobre él. TN tenía la costumbre de pasar la mayor parte del tiempo inmóvil, sus ojos a menudo cerrados, como si estuviera en un sueño perpetuo. En más de una ocasión, Zhuli había pensado que simplemente era pereza, una especie de flojera divina, pero con el tiempo comenzó a ver las cosas de manera diferente.

En aquel entonces, le había resultado frustrante. Como Arconte de la Guerra y la Belleza, ella estaba acostumbrada a la acción, a luchar por la paz y la prosperidad de su gente. Pero TN... él tenía un enfoque completamente opuesto. A menudo le recitaba fragmentos de sus filosofías, hablando de cómo la naturaleza prosperaba más sin la intervención constante de los mortales, y cómo él prefería observar en lugar de actuar.

TN: -decía con voz poética mientras estiraba los brazos y bostezaba- El mundo se arregla solo, si le das el tiempo suficiente. ¿Por qué apresurarse cuando el viento, las raíces y los ríos lo hacen por nosotros?

Al principio, Zhuli había pensado que eran solo excusas. ¿Qué Arconte se limitaría a quedarse quieto mientras el caos reinaba? Pero con el tiempo, al ver cómo los parajes florecían bajo la influencia de TN, sin esfuerzo ni intervención directa, comenzó a entender. La fuerza de Enkidu no radicaba en la acción frenética, sino en su capacidad para dejar que la naturaleza siguiera su curso, y en la forma en que su presencia facilitaba ese proceso. La naturaleza no necesitaba ser controlada, sólo guiada suavemente.

Zhuli recordaba haberlo observado durante horas, esperando que al menos hiciera algo de esfuerzo, pero TN simplemente se dejaba llevar por la corriente, incluso cuando necesitaba moverse, a menudo creaba criaturas o plantas que lo llevaban a donde necesitaba estar, todo sin mover un dedo.

Una sonrisa nostálgica cruzó su rostro mientras los recuerdos de aquellos días volvieron. Había sido un tiempo diferente, uno en el que ella, con su sentido del deber y su férrea voluntad, aprendió a relajarse, aunque solo fuera un poco. TN la había enseñado, en su propia forma indirecta, que a veces, el mayor poder radicaba en no hacer nada, en permitir que las cosas florecieran por sí solas.

Memorias Talladas En PiedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora