El aire fresco del atardecer me acariciaba el rostro mientras me escurría por los pasillos vacíos del castillo. No podía evitar una sonrisa cada vez que conseguía escapar, dejando atrás las lecciones interminables y el constante zumbido de las voces que siempre me decían qué hacer. Era como si el castillo, con todos sus lujos y su grandeza, fuera una jaula dorada. Las paredes, que en otro momento me parecían sólidas y protectoras, ahora me asfixiaban con su perfección.
Había logrado evadir a los maestros, la servidumbre, y, sobre todo, las pruebas interminables de vestidos. ¿Cuántos más se necesitaban? Siempre parecía haber algo que ajustar. Me recordaban constantemente que debía casarme pronto. Pero hoy, hoy no quería pensar en nada de eso. No quería ser la princesa que debía ser perfecta en cada movimiento. Solo quería respirar.
Me ajusté la capa sobre los hombros, asegurándome de que el capuchón cubriera bien mi cabello dorado, ocultando cualquier rastro de quien realmente era. Caminé rápido hacia los jardines, los únicos que ofrecían una salida real para mí. Un camino que, según mi padre, no debía conocer, pero las paredes del castillo guardan muchos secretos que no son difíciles de descubrir cuando llevas toda tu vida encerrada en él.
Mi corazón latía más rápido con cada paso, no por miedo, sino por la emoción de sentirme libre, aunque fuera solo por un rato. Afuera, el mundo parecía tan distinto. Empujé la gran puerta de piedra, la que solo la sangre real podía abrir, y me deslicé hacia la otra vida, la que deseaba más de lo que nunca admitiría en voz alta.
El mercado me recibió con los brazos abiertos. Era siempre bullicioso, vivo, lleno de energía que contrastaba con el silencio frío de los salones del castillo. Los gritos de los vendedores llenaban el aire, cada uno tratando de atraer clientes a sus puestos, y las monedas chocaban con un tintineo que me resultaba casi hipnótico. El olor del pan recién horneado me envolvía. Aquí, entre la multitud, podía fingir. Fingir que era solo una chica más.
Observé a las familias que pasaban, los niños corriendo entre los puestos, y los adultos regateando como si la vida misma dependiera de obtener el mejor precio por una bolsa de granos o un trozo de tela. Me pregunté cómo sería vivir así, sin las expectativas que me aplastaban a diario. Mientras caminaba, sentí una extraña mezcla de alivio y tristeza.
Mis pasos me llevaron a la panadería del viejo señor Fyn, un hombre viejo y con sonrisa dulce que siempre había sido amable conmigo, incluso sin saber quién era realmente. O tal vez lo sabía y simplemente no le importaba. Siempre me hacía sentir bienvenida en su pequeña tienda.
—¡Ah, Lya! —exclamó el señor Fyn al verme entrar, aunque yo no le había dicho mi verdadero nombre siempre me trababa con mucha cordialidad y cariño—. Justo estaba a punto de hornear unas galletas, pero tengo pan fresco, como a ti te gusta.
—Gracias, señor Fyn. — él siempre tiene una palabra amable o una historia divertida que contarme. Mientras envolvía el pan y me preparaba una botella de leche, me habló de una boda en el pueblo y de cómo la novia había llegado tarde porque unas ovejas habían escapado de su rebaño.
Reí al escucharlo, imaginando la escena. Me gustaba estar allí, escuchar las historias del pueblo, ser parte de algo más simple, más humano.
—Te veo más cansada de lo normal hoy, querida—, dijo, entregándome la bolsa de pan. —¿Otro día pesado? —
—No se imagina—, respondí, soltando un suspiro.
Me despedí del señor Fyn con una sonrisa y la bolsa en mi brazo. El aire de la tarde me envolvió el sol ya estaba bajando, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados. Caminé entre la gente, asegurándome de mantener la cabeza baja, aunque me sentía tentada a levantar el capuchón solo para sentir el viento en mi cabello. Caminé despacio, disfrutando.
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La reina de la muerte
FantasyEn el reino de Thaloria, la princesa Lyanna se enfrenta a una encrucijada entre el deber y el destino. Obligada a elegir un esposo para asegurar su lugar en el trono, Lyanna descubre que la vida en la corte está llena de secretos oscuros, traiciones...