Dos

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La luna se alzaba alta sobre el cielo oscuro, iluminando la costa con un brillo plateado que se reflejaba en las olas

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La luna se alzaba alta sobre el cielo oscuro, iluminando la costa con un brillo plateado que se reflejaba en las olas. El sonido del mar era constante, como un susurro que envolvía todo, pero para Madison Parker, el eco de su madre perdida era más fuerte que cualquier oleaje.

Caminaba en silencio, sus pasos lentos y pesados, como si la arena bajo sus pies la arrastrara hacia abajo. A su lado, Cassandra Cameron—su mejor amiga desde siempre—mantenía una distancia respetuosa, sin decir palabra. Junto a ellas, Kiara Carrera, con su mirada seria, caminaba en paralelo, ofreciéndole su presencia sin forzar ningún consuelo.

Las tres sabían a dónde iban. La pequeña choza cerca de la playa, un refugio que Maddie, Cass y Kie habían construido cuando eran niñas, se había mantenido en pie a través de los años, un testamento a su amistad. Allí habían compartido secretos, sueños y, ahora, silencios.

Llegaron a la choza cuando las estrellas ya dominaban el cielo. El lugar, aunque viejo, aún conservaba la misma calidez de siempre. Era simple, construido con maderas gastadas por el tiempo, pero era su refugio. El único sitio donde, por un momento, Maddie podía dejar de fingir que estaba bien.

Cass fue la primera en entrar, pero no dijo nada. Kiara se sentó en el suelo, su mirada fija en el horizonte, dándoles espacio sin apartarse de ellas. Maddie, con las piernas temblando, se dejó caer junto a ellas, sintiendo el frío de la arena filtrarse a través de su piel.

El silencio las rodeaba, pero ninguna lo rompía. No era un silencio incómodo, sino necesario. Ni Cass ni Kie intentaban alentarla, no porque no quisieran, sino porque sabían que no había palabras para llenar el vacío que sentía.

Madison miró sus manos, cubiertas de arena, y recordó las veces que su madre la había llevado a esta misma playa. Cómo le enseñaba a construir castillos de arena, cómo se reía cada vez que las olas destruían sus torres mal hechas.

Sin previo aviso, Cass le tomó una mano, su agarre suave pero firme. Luego, Kiara hizo lo mismo con su otra mano. Las tres sentadas en el suelo, con la arena bajo sus pies, conectadas por algo más fuerte que las palabras. Tal vez no había forma de sanar tan pronto, pero por ahora, estar juntas era suficiente.

En ese momento, no tenía que ser la princesa de los Kooks, no tenía que ser fuerte. Sólo era Maddie, una chica rota, aferrada a las personas que la sostenían en los pedazos.

La brisa marina acarició su rostro, y aunque el dolor seguía allí, latente, por primera vez desde el funeral, Maddie sintió que no estaba completamente sola.

El murmullo del mar seguía llenando el aire, envolviendo la pequeña choza en una quietud casi palpable. Cassandra y Kiara seguían dormidas a ambos lados de Madison, sus respiraciones profundas y constantes. Maddie no se atrevía a mover ni un músculo. Sabía que estaban agotadas, tanto física como emocionalmente, y no tenía el corazón para despertarlas. Sus manos seguían entrelazadas con las de sus amigas, como un vínculo silencioso que las mantenía juntas en medio de todo lo que había sucedido.

ENEMIES -Outerbanks- +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora