iii. Vuelta al cole (o por qué Foucault no es un tipo de queso fino)

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Marta se encontraba en el aula, con el corazón en la garganta, observando el entorno que había sido su refugio en la adolescencia. Las paredes, adornadas con carteles de campañas estudiantiles y fotos de graduaciones pasadas, la rodeaban como un recordatorio de un tiempo que creía superado. El olor a libros viejos y borradores desgastados la hacía sentir extrañamente nostálgica, pero también la llenaba de ansiedad. ¿Qué estaba haciendo allí? Aquel lugar había sido una parte importante de su vida, pero ahora parecía un laberinto del que no podía escapar.

El timbre de las 18 horas sonó, resonando en su cabeza como un presagio de lo que estaba por venir. Suspiró hondo. No estaba preparada.

La puerta se abrió lentamente, poco a poco relevando a quien ingresaba. Contuvo el aliento, incapaz de alejar la mirada, pues allí en el umbral de la puerta estaba ella. Luego de quince años sin verla.

Fina Valero.

Marta sintió que el aire se le escapaba de los pulmones por un momento. Fina siempre había tenido esa manera de iluminar cualquier habitación, con su sonrisa contagiosa y su presencia magnética que Marta admiraba y envidiaba en partes iguales.

Llevaba un sobretodo blanco que contrastaba con el tono oscuro de sus jeans negros, un detalle que le daba un toque sofisticado y moderno. Su boina tipo francesa reposaba con desinhibida gracia sobre su cabeza, acentuando la frescura de su rostro. Los rulos, que Marta recordaba que en su juventud solía alisar, ahora caían con naturalidad, enmarcando su mirada intensa y color avellana, realzada por un sweater café que abrazaba su figura con suavidad. Y por primera vez en quince años, los ojos avellana se encontraron con los celestes.

En ese instante, Marta se sintió como si hubiera retrocedido a su adolescencia. Cómo era posible que se encontrara allí, cara a cara, con la que había sido su... su–

—Marta —dijo Fina, su rostro iluminándose con una mezcla de sorpresa y alegría.

—Fina—. Su voz le salió más como un suspiro y se maldijo internamente.

—Cuánto tiempo.

—Sí, bueno, ¿no es un poco irónico encontrarnos así? —respondió, intentando que su tono sonara despreocupado

Fina dio un paso adelante, observándola con atención. Las manos por detrás de la espalda, un gesto que mantuvo a lo largo de los años.

—A veces la vida tiene formas curiosas de hacernos regresar a ciertos lugares —dijo, con un tono que denotaba simpatía—. Siento mucho que tengas que pasar por esto, Marta. No debe ser nada fácil.

Marta se encogió de hombros, tratando de restarle importancia a su situación.

—Oh, no te preocupes, Fina. Estar aquí en el mismo aula de la adolescencia estudiando filosofía es exactamente lo que soñaba hacer a los treinta y dos años.

La morena sonrió, provocando que el estómago de Marta se revolviera.

—Y pensar que creí que había dejado atrás todo esto —continuó Marta, mientras se pasaba una mano por el cabello, tratando de deshacerse de la tensión acumulada—. ¿Quién se imaginaba que mi mayor problema sería un examen de filosofía?

—¿Qué tal si empezamos por saber qué sabes de filosofía? —sugirió Fina, tomando un asiento en el escritorio frente a Marta.

Por un segundo, Marta se quedó en silencio, atónita. Si bien, nunca había imaginado volver a cruzarse con Fina, y mucho menos en estas circunstancias, de este reencuentro esperaba otra cosa. ¿Qué? No estaba segura. Quizás un gesto, una palabra, una reacción que la hiciera saber que no era solo una alumna más. No era que esperara una conversación donde se dijeran las palabras que nunca se atrevieron a decir, ni que de repente se pusieran al día como viejas amigas que cotilleaban después de años de no verse. Pero tampoco esperaba esta frialdad profesional, esta distancia casi quirúrgica, casi como si lo que hubieran vivido no hubiera existido.

Cuando murió Schopenhauer (#mafin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora