V. La insoportable levedad de la formalidad

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Capítulo v.  La insoportable levedad de la formalidad 


Fina se colocó detrás del escritorio, revisando los apuntes que había preparado con un esmero casi obsesivo. Había repasado el plan de la clase como si fuera a dar una conferencia, porque, si bien no eran ciertos de filósofos expertos, era Marta. Marta de la Reina. Y Fina tenía que estar a la altura.

La puerta se abrió de repente, y Marta entró como si el aula fuera una reunión de junta directiva. Vestía un traje negro entallado que gritaba girl boss y zapatos de tacón que hacían eco en el suelo de madera. Fina alzó la vista y, durante un segundo, sintió que estaba de nuevo en el instituto, viendo a Marta cruzar el patio con aquella seguridad que a veces rozaba lo insoportable. Solo que ahora no estaban en el patio, y Fina era la profesora. Ella mandaba. En teoría. 

—Buenos días —dijo Marta, mirando el reloj de su muñeca.  

—Buenos días —respondió Fina, tratando sonar igual de profesional y no como una adolescente que intentaba impresionar a su crush. Porque Fina no era una adolescente. Y Marta no era su crush.

Observó a la castaña dejar el bolso sobre el pupitre de la primera fila y sacar un cuaderno pequeño y un bolígrafo con la precisión de alguien que probablemente gestionaba sus días con un calendario dividido en franjas de quince minutos.   

Fina acomodó sus papeles en el escritorio, tomándose un momento para inhalar y exhalar antes de empezar. La profesionalidad, se dijo, era clave. No importaba que frente a ella estuviera Marta, con su chaqueta perfectamente planchada y esa mirada que parecía evaluar cada rincón del aula como si estuviera valorando un activo para una transacción importante. Era solo una clase, se recordó, nada más.

Y así comenzó. 

—Hoy vamos a empezar con una introducción a la filosofía. Nada complicado, más bien un panorama general de lo que significa filosofar. —Fina se aclaró la garganta y continuó—. Vamos a analizar el concepto de asombro como origen del pensamiento filosófico.  ¿Qué se te viene a la cabeza con el término?

Marta levantó una ceja, y por primera vez en el día clavó su mirada color hielo en Fina, haciéndola contener su respiración.

—¿Asombro? Bueno... supongo que algo inesperado. Algo que no comprendes de inmediato.

Fina asintió, sintiendo la necesidad de escapar de esos ojos, así que se levantó para anotar en la pizarra.

—Exactamente. El asombro es el motor del pensamiento filosófico. Según Aristóteles, la filosofía comienza cuando los seres humanos se maravillan ante lo desconocido. ¿Sabías que se dice que Sócrates solía pasear por Atenas preguntando cosas aparentemente simples para provocar este asombro en los demás?

Marta hizo un gesto pensativo con la mano.

—Ya veo. Así que Sócrates era, básicamente, un pesado que molestaba a la gente con preguntas difíciles.

Fina se giró hacia ella, sorprendida por la respuesta, pero no pudo evitar sonreír.

—Bueno, no lo había pensado así, pero sí, podrías decir que era el pesado oficial de Atenas.

Cuando murió Schopenhauer (#mafin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora