vi. Si Aristóteles viviera en la época actual, ¿tendría perfil de Instagram?
Todo había sido culpa de Luz.
O al menos, eso se repetía Marta mientras daba vueltas en la cama, en un inútil intento de conciliar el sueño. Era un mantra que llevaba horas repitiéndose, como si con esa simple afirmación pudiera absolverse de sus decisiones cuestionables del día.
La cosa había empezado al mediodía, en una comida que prometía ser inocente. Luz y ella, poniéndose al día como hacían cada tanto, hablando de sus vidas, del trabajo y, por supuesto, de Fina.
Porque hablar de Fina parecía haberse convertido en el pasatiempo favorito de Luz. Y no ayudaba que Marta le hubiera dado rienda suelta para que siguiera el tema. Por más de una hora, se había dedicado a despotricar: sobre las clases, sobre lo innecesaria que era la filosofía, sobre lo difícil que le resultaba estar cerca de Fina sin sentir que algo invisible y pesado flotaba entre ellas. Pero, en algún punto, Luz había desviado el tema hacia el terreno personal.
–¿Y no te pica la curiosidad? –había dicho su amiga, arqueando una ceja de manera casi cómplice.
–¿Sobre qué? –Marta había fingido indiferencia, enfocada en su ensalada como si contara las calorías de cada hoja de rúcula.
–Sobre si Fina está con alguien.
–Ya te he dicho cientos de veces que no me interesa.
–Vamos, que no te animas a preguntarle.
–Qué ridículo.
–Bueno, Instagram está para algo. –Esa última frase la había soltado como un reto, y Marta, que odiaba perder en cualquier tipo de desafío, bufó con desdén.
–Por favor, Luz, no voy a caer tan bajo como para...
Marta no iba a caer. Claro que no. Pero el bichito de la curiosidad se instaló en su cabeza como un inquilino molesto.
Y así, esa misma tarde, en su oficina, entre papeles y números que requerían toda su atención, terminó cayendo. No podía pensar en otra cosa. Su móvil estaba justo ahí, brillando tentador sobre el escritorio. Cada vez que lo miraba, sentía como si Luz se materializara sobre su hombro, sonriéndole con sorna.
Ridículo, pensó, mientras volvía a un informe que se negaba a terminar. Pero la tentación persistía.
Con un suspiro, se dejó caer en la silla y tomó un sorbo de café frío. Miró por la ventana, donde los rayos del sol iluminaban las calles, y su mente, de manera casi automática, se desvió hacia Fina. Desde que habían comenzado las clases, no había dejado de pensar en ella. Un día sí y otro también, sus recuerdos se colaban en su mente como un invitado no deseado.
Maldiciendo internamente a Luz, suspiró y, con más resignación que entusiasmo, abrió Instagram. Lo hizo rápido, como si temiera que alguien pudiera entrar a la oficina y atraparla in fraganti, lo cual hizo que se sintiera infantil y culpable por invadir la privacidad de la otra mujer.
Escribir "Fina Valero" en la barra de búsqueda le pareció una tontería mayúscula. "¿Qué estás haciendo, Marta?", se preguntó a sí misma. Pero ya era tarde. Un segundo después, ahí estaba: la morena, en su versión digital. Sonriente, alegre, como siempre. El traidor corazón le latió con más fuerza.
Cuando el perfil apareció en pantalla, Marta soltó una risita nerviosa, como si su curiosidad no fuera más que un pequeño capricho inofensivo. Pero había algo en verlo ahí, tan nítido y accesible, que la hacía sentir más vulnerable de lo que estaba dispuesta a admitir.
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Cuando murió Schopenhauer (#mafin)
FanfictionMarta de la Reina está a punto de asumir la dirección de Perfumerías de la Reina, la exitosa empresa familiar que ha dirigido su vida desde siempre. A sus 32 años, siente que finalmente todo está en orden: es administradora contable, ha dedicado cad...