𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐃𝐎𝐒

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Era un tonto pensó, por tener emociones tan profundas.

Claro que, ¿no había sido él igual a los veinte años, cuando la vida le parecía llena de oportunidades?

Pero más tarde había aprendido una lección más útil que todas las horas que pasó estudiando Derecho. Economía o Historia internacional.

Había aprendido que las emociones eran la mayor debilidad de un hombre y que podían destruirlo de manera tan efectiva como la bala de un asesino.

De modo que, sin piedad, había ocultado para siempre las suyas, protegiéndose bajo capas de amargura. Había enterrado sus emociones tan profundamente, que ya no podría encontrarlas aunque quisiera.

Y no quería hacerlo.

Sin mirar directamente a nadie. Jisung colocó el pastel de frambuesa frente al príncipe. La cubetera de plata y las copas de cristal brillaban sobre el más fino lino blanco, pero apenas se fijaba en eso. Había servido todo el almuerzo como un robot, sin dejar de pensar en Hyunjin, que estaba entreteniendo a su sustituto en uno de los palcos.

No había visto al chico pero estaba seguro de que era rubio y guapo. No sería la clase de persona cuyo mejor amigo en un momento de crisis era un paquete de galletas de chocolate.

¿Tendría estudios superiores? ¿Sería inteligente?

De repente, las lágrimas nublaron su visión y parpadeó violentamente para contenerlas. Iba a ponerse a llorar. Allí, delante del príncipe. Iba a ser el momento más humillante de su vida...

Intentando controlarse, Jisung se concentró en los postres que estaba sirviendo.

Somi tenía razón. Debería haberse quedado en la cama, escondido bajo la colcha, hasta que se hubiera recuperado lo suficiente. Pero necesitaba aquel trabajo.

La carcajada de alguien del grupo intensificó su sensación de soledad, de aislamiento. Y después de dejar el último pastel sobre la mesa dio un paso atrás, horrorizado al notar que una lágrima rodaba por su mejilla.

Oh, no, por favor, allí no.

El instinto le decía que se diera la vuelta, pero el protocolo le impedía marcharse sin más, de modo que se quedó a un metro de la mesa, mirando la alfombra con su dibujo de flores y consolándose a sí mismo pensando que nadie estaba mirándolo.

La gente nunca se fijaba en el. Era el chico invisible, la mano que servía el champán o los ojos que veían una copa vacía.

—Toma— una mano masculina le ofreció un pañuelo —Suénate la nariz.

Dejando escapar un gemido de angustia, Jisung se encontró con unos ojos tan oscuros como la noche en lo más profundo del frío invierno.

Y ocurrió algo extraño

El tiempo se detuvo

Las lágrimas no siguieron rodando por su rostro y su corazón había dejado de latir

Era como si su cuerpo y su mente estuvieran separados y, por un instante, olvidó que estaba a punto de hacer el ridículo de su vida. Se olvidó de Hyunjin y del rubio. Incluso se olvidó del príncipe y su séquito.

Lo único que había en el mundo era aquel hombre.

Pero aquel hombre, descubrió al levantar la mirada, era el príncipe. Un hombre increíblemente apuesto, su aristocrático rostro mostraba una perfecta composición de rasgos masculinos.

La mirada oscura se clavó en su boca y Jisung sintió un cosquilleo en los labios mientras el corazón le latía como si quisiera salírsele del pecho.

CAMARERO (Minsung)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora