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La vida no es un cuento de hadas, pero se asemeja muchísimo a uno. Toda tierra tiene habitantes y en esos habitantes existen las clases sociales: los nobles, los clase media y los pobres. Pero ante la ley todos son iguales.
O así debería de ser.

Como todo cuento de hadas existe lo prohibido. Los habitantes prohibidos son llamados hechiceros. Seres que practicaban la magia. Alguna vez solían ir codo a codo con los humanos hasta que uno de ellos enloqueció y sumió el mundo en caos. Manchando el nombre de todos los hechiceros, que hasta el día de hoy viven escondidos... Para no ser cazados.

El día comenzó como cualquier otro — Orm Spimplings llegó a la escuela a las ocho en punto de la mañana. Físicamente visible, pero mentalmente absorta en los párrafos del libro que sostenía. Audífonos con música de ambiente y ropa holgada. Normalmente sentía a las personas de alrededor. Incluso inmersa podía sentirlas, pero esta vez no, cosa que frenó su andar. Miró a su alrededor y dijo, —¿Dónde están todos? ¿Se convirtieron en zombis y no lo sé? —Sí, Orm no era la típica protagonista de esta historia. Pero, ¿No eran los héroes donnadies antes de ser héroes?

Siguió el pasillo hasta el interior de la escuela. Luego salió al campo de la escuela, dónde residían todos los estudiantes. Todos agrupados mirando sobre los hombros de los otros. Las cintas amarillas cuadraban una escena del crimen y los policías mantenían a todos a raya. Orm abrió camino entre disculpas hasta estar en primera fila dónde el olor a cadáver era mucho más fuerte.
No podía creer de quién se trataba el cadáver.
Aunque era un cliché muy grande, pero aún así.

La capitana de las porristas: Engora Miller. La dueña de los sueños húmedos de todos en la secundaria. Orm siendo la excepción, por supuesto. Yacía tirada con una pierna torcida bajo la otra, manos a los laterales de la cabeza y cortes en el rostro. El cielo gris decoraba sus ojos ciegos, sus labios gélidos con un mutado susurro y sus orejas decoradas con delfines galácticos.

Vestía el uniforme morado de porrista.

No habían agujeros sanguinarios ni hematomas graves a los rasguños en el rostro.

—Disculpe, necesitamos que permanezcan atrás. — Orm alzó la mirada hacia las tres porristas afligidas en la esquina. Una asiática, una latina y una india. Sus nombres en el mismo orden eran Song, Gabriela y Venya. De luto por su capitana y mejor amiga. La misma que le robó los novios a las tres y fue perdonada por temor a ser sacadas del equipo. Son el ejemplo a seguir de que realmente no existen los amigos en esta vida.

Song volteó y no tardó en señalar a Orm con el dedo acusador. Llorando, «¡Ella lo hizo! ¡Ella tiene toda la culpa! ¡Esa maldita bruja! ». La policía que las atendía miró a Orm —notando la sensación de traición en ella. Orm lo disimuló, pero la policía perduró. Mirándola sin palabras.

Afortunadamente nadie prestó atención a la acusación así que sólo ellas dos se veían. Orm desapareció entre el público, retirándose del campo. Nadie la detuvo, nadie se percató, nadie supo de su existencia. Orm Spimplings era una loba solitaria. Sabía por qué la acusaban, pero el motivo no era tan grave como para asociarla con homicidio.

—Espera, — Escuchó la voz de la policía y frenó. —¿Tienes unos minutos para hablar?

Orm giró a medias. Defensivamente temerosa. —Sé que esta es la peor manera de iniciar una conversación, pero yo no la maté. Sólo le dije que se fuera al infierno o que yo la enviaría allí más rápido.

—Bueno. Sé que esta es la peor manera de iniciar una conversación, pero ¿te gustan los helados? — Sujetó sus rodillas encorvado e hiperventilarte.

—Ni siquiera corrí.

—Lo sé. Es que hui de las porristas para poder alcanzarte.

—He visto que los policías hacen exámenes físicos. Me pregunto cómo lo pasaste.

ECH; LingOrmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora