Prólogo

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Había sido llevado a la cima de la montaña más alta, cerca de la aldea. La intención era evidente, debía cumplir una tarea que, como siempre, involucraba tratos inhumanos. Esta vez no era solo él. Estaba rodeado de otros que compartían su destino, quienes también fueron guiados por los soldados.

El cálido ambiente fue desapareciendo conforme avanzó. Las pálidas palmas de sus manos temblaban en una sintonía que daba la impresión de ser infinita. Con el rostro demacrado, miró el instrumento que usaría para cortar el hielo: una sierra de mano. Por cada soplido del viento sentía el cuerpo aún más débil, pero eso no le detuvo, no podía negarse a las órdenes. Su deber era recolectar los pedazos de hielo, que, posteriormente, serían propiedad de los nobles. Ellos lo usarían para conservar sus alimentos, productos de primera necesidad que él no tenía el derecho de poseer. Que injusto. La verdadera vida pertenecía a los rangos sociales más altos. Los de su clase solo existían para no merecer respeto, para servir. De lo contrario, estaban destinados a la muerte.

Sostuvo la pesada sierra con ambas manos y la clavó en el piso de hielo. No había calculado bien la distancia ni la profundidad, lo que le traería serios problemas. Sus ojos se llenaron de terror frente al pensamiento de lo que podrían hacerle los soldados, hombres fuertes y armados. Continuó como si no hubiera cometido ningún error, intentando sacar la sierra hundida para proceder con un corte rítmico de arriba abajo, pero se dio cuenta de que la había dejado atascada. Vaya suerte la suya. Puso todas sus fuerzas en tratar de retirarla del hielo, cuidando de que ningún guardia lo viera.

Mientras seguía con su tarea, se giró a ver a sus compañeros, quienes también estaban sumidos en el trabajo, todos vistiendo prendas desgastadas. En eso, observó cómo un adulto mayor había caído, enterrándose en la capa de nieve. Los soldados se acercaron de inmediato al lugar y todos sabía lo que iba a pasar. Sería mejor que nadie se desconcentrara de su labor, pero él no podía quitar la mirada del incidente.

—¡Levántate! —gritó el soldado sin compasión, azotando la espalda del anciano con un látigo de cuero. Para el erizo azul que no podía dejar de prestar atención a la escena, eso le provocó ganas de llorar, pese a que, en sí, ya estaba acostumbrado a presenciar este tipo de cosas. Qué acto tan despiadado—. ¡Inútil, levántate! ¿Esa clase de honor te atreves a darle a nuestro rey?

Otra vez eso. Para cualquier hecho, no se cansaban de darle crédito a la realeza, como si ellos fuesen los que se encargaran de velar por el bienestar de su pueblo, cuando, en realidad, solo se preocupaban por mantener su propio poder y privilegio. Se sentaban en sus lujosos banquetes sin pensar en los que trabajaban para ellos, que apenas sobrevivían.

—¡¿No me escuchaste?! —replicó el soldado junto con otro latigazo. El anciano, con la mirada llena de dolor y las lágrimas resbalándose por sus mejillas, trató de levantarse, pero un mal paso lo llevó a caer de nuevo. Luego, se volvieron a escuchar los sonidos del látigo y los gritos ahogados del esclavo—. Patético —le insultó con desprecio—. Llévenlo ante el rey, él sabrá qué hacer con este inservible pedazo de mierda. Ya no tiene lugar aquí —sentenció a los demás guardias.

Vio cómo sujetaban al adulto de ambos brazos y lo trasladaban a una dirección que desconocía, aunque infirió que ese era el camino que llevaba al castillo. El erizo azul sintió un torbellino de emociones mientras lo observaba alejarse. El miedo y la impotencia invadían su corazón.

No negaba que quiso salvarlo. Iba a enfrentar a los guardias, hacer lo necesario para que personas como él ya no sufran. Pero, no tuvo el valor, nunca lo tenía, siempre terminaba pasmado del miedo. Todas las veces ese sentimiento le volvía a atormentar, y rendido, aceptaba su destino. Ya lo había aceptado hace tiempo, a decir verdad.

Promise |𝐒𝐡𝐚𝐝𝐨𝐧𝐢𝐜| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora