El Comienzo del Final.
Había algo en la oscuridad de su habitación que lo atrapaba cada noche, una opresión silenciosa que envolvía su pecho y no lo dejaba respirar con libertad. Cada vez que el sol se ocultaba y las luces de la ciudad parpadeaban en la distancia, él quedaba atrapado en sus pensamientos, como si la ansiedad y la tristeza tomaran forma y se arrastraran desde las sombras para sentarse en su pecho, aplastándolo lentamente.
Aquella noche no fue diferente. Se encontraba en la misma posición, acostado en su cama, los ojos fijos en el techo. Podía sentir el peso invisible en su pecho, ese nudo en la garganta que nunca parecía desaparecer. Las noches eran eternas. Su mente corría en todas direcciones, trayendo consigo recuerdos de momentos incómodos, palabras dichas con demasiada prisa, o los silencios que llenaban los vacíos de su vida. La depresión, esa compañera constante, le susurraba que nada cambiaría, que siempre sería lo mismo, que no importaba cuántos días pasaran, la oscuridad seguiría allí.
Fue entonces cuando lo vio.
No recordaba haberlo visto antes, ni haberlo colocado allí. Un libro, de aspecto antiguo, cubierto de polvo, estaba sobre la mesa junto a su cama. La portada era simple, sin colores llamativos ni gráficos, sólo un título que de inmediato le hizo sentir un escalofrío recorriendo su espalda: "El Comienzo del Final".
Frunció el ceño. No tenía idea de cómo había llegado hasta allí, y menos aún de quién lo había puesto. Tal vez su madre, preocupada por él, había intentado dejarle algo para distraerse, aunque no recordaba haberla visto entrar. Alargó la mano, dudando por un momento, pero finalmente tomó el libro. Sentía una extraña atracción hacia él, como si lo llamara.
Lo abrió.
Las primeras líneas eran una simple descripción, la introducción a una historia sobre un chico solitario, atrapado en sus pensamientos, en su tristeza. Una historia familiar. Tan familiar que, cuanto más avanzaba, más inquietante se volvía. Las palabras describían su vida con una precisión escalofriante: la sensación constante de vacío, las noches de insomnio, el peso de la ansiedad que no lo dejaba respirar. Cada frase era un reflejo exacto de sus emociones, de sus luchas.
El aire en la habitación se sentía más pesado. Era imposible que alguien supiera tanto sobre él. Nadie había estado tan cerca, nadie conocía los detalles de su vida privada. Era una coincidencia... ¿o no?
Siguió leyendo.
La historia avanzaba, detallando momentos que él recordaba claramente. El día en que fue humillado en clase por no poder terminar una exposición debido a su ansiedad, la tarde en que decidió alejarse de sus amigos porque sentía que no encajaba, las noches en las que lloraba en silencio, evitando que su madre lo escuchara. Todo estaba allí, como un reflejo oscuro de su existencia.
Las páginas pasaban rápidamente entre sus dedos, sus ojos fijos en las letras que parecían estar escritas con su propio dolor. Pero entonces, algo cambió. La historia comenzó a adelantarse. Ahora, describía cosas que aún no habían ocurrido, pero que sentía que podrían ser reales. El libro hablaba de decisiones que no había tomado, de caminos que aún no había recorrido. Era como si le estuvieran mostrando un futuro posible, uno en el que se hundía más y más en la oscuridad.
Sentía una mezcla de fascinación y horror. El libro estaba jugando con él, o al menos eso parecía. Era como si le estuviera diciendo que no había escapatoria, que todo lo que venía sólo empeoraría, que no importaba cuánto luchara, el final ya estaba escrito.
Pero no pudo detenerse. Algo lo obligaba a seguir. Cada página que leía lo sumía más en un estado de desconcierto y terror. Finalmente, llegó a una sección en la que el protagonista del libro -él mismo- encontraba algo peculiar, algo que cambiaba todo.
El personaje en el libro levantaba la vista de las páginas y comenzaba a hablar... no a otros personajes, sino a él. A él.
La descripción de su habitación, de su rostro mientras leía, era tan precisa que sintió como si una mano invisible estuviera trazando cada detalle a su alrededor. Las paredes parecieron cerrarse un poco más. Las palabras en el libro se torcieron hasta volverse espeluznantemente claras:
-¿Te has dado cuenta de lo que está pasando? Sabes que esta historia no es sólo una coincidencia. Sabes que está escrita para ti. Pero la pregunta que realmente deberías hacerte es... ¿quieres saber cómo termina?
El protagonista del libro hablaba directamente con él, rompiendo el velo que separaba la ficción de la realidad. Las letras se sentían vivas, como si le susurraran en la mente, retumbando en su cráneo. Sus manos comenzaron a temblar mientras sostenía el libro. Sabía que estaba al borde de algo que no podía comprender, algo que iba más allá de cualquier lógica. Cada palabra resonaba como un eco dentro de su cabeza, una verdad innegable que lo devoraba por dentro.
La última página lo esperaba, con una simple frase que le heló la sangre:
-El verdadero final de esta historia no está escrito. Lo que hagas a continuación es tu decisión. Pero dime... si tuvieras el poder de leer el libro de tu vida, ¿lo harías? ¿Leerías hasta el final, incluso sabiendo que no podrías cambiar lo que está escrito?
Se quedó en silencio, el libro aún en sus manos, sus ojos clavados en la última línea. La pregunta no sólo era para el personaje del libro, sino también para él, para cualquiera que leyera esas palabras. Era un reto, una invitación a mirar dentro de uno mismo y preguntarse si el conocimiento del futuro era una bendición o una maldición.
¿Realmente querría saber lo que le esperaba? ¿Querría leer su historia completa, conocer cada momento de dolor, cada derrota, cada triunfo?
O, peor aún... ¿podría ser que alguien más ya hubiera escrito su destino?
Las letras parecieron desvanecerse frente a sus ojos, y en ese silencio profundo, sólo quedó una duda:
¿Tú lo leerías?
Fin.