“RECUERDOS DE UN AMOR TORCIDO”
A veces, me pregunto cómo un amor que comenzó con sonrisas y promesas se convirtió en una sombra oscura que amenaza con consumirlo todo. Todo comenzó un día cualquiera, en una reunión de amigos en común. Thomas era un chico encantador, de esos que iluminan cualquier habitación con su presencia. Tenía una risa contagiosa y una forma de mirar que hacía que el mundo pareciera un lugar más brillante.
Recuerdo aquel primer momento. Estábamos sentados en un sofá, rodeados de amigos. Él me miró y, de repente, las risas y las charlas se desvanecieron; solo existíamos nosotros dos. Había algo en su forma de hablar, en su entusiasmo, que me atrajo como un imán. Era todo lo que una chica podría desear: atento, divertido y, lo más importante, parecía genuino.
A medida que pasaron las semanas, nuestras charlas se convirtieron en citas. Thomas me llevaba a cenar, a pasear por el parque. Sus manos acariciaban mi piel con ternura y me hacían sentir segura, deseada. Era fácil enamorarse de él, fácil dejar que las ilusiones llenaran los vacíos de mi vida. A su lado, todo parecía posible.
Un día, mientras caminábamos juntos, Thomas tomó mi mano y me miró a los ojos con una intensidad que me hizo sentir pequeña y grande al mismo tiempo.
—Deberíamos vivir juntos —sugirió con una sonrisa que iluminaba su rostro.
Nunca había pensado que eso podría suceder tan pronto no teníamos ni un año de relación, pero algo en su mirada me convenció. Supe que quería estar con él y decidí dejar de lado mis dudas. Acepté la idea de vivir juntos, de construir un futuro a su lado.
La mudanza fue una mezcla de emociones. Me sentía emocionada y asustada al mismo tiempo. Compartir un hogar significaba que debía conocerlo realmente, y la idea me llenaba de expectativa. Sin embargo, mientras desempacábamos cajas, las cosas empezaron a cambiar.
Al principio, todo parecía perfecto. Los fines de semana eran una celebración de nuestra vida en pareja: cenas románticas, paseos por la ciudad. Pero con el tiempo, las pequeñas imperfecciones empezaron a salir a la luz. Los enfados de Thomas eran cada vez más frecuentes. Se irritaba por cosas triviales: una taza fuera de lugar, la falta de silencio cuando veía televisión. Su risa desapareció lentamente, reemplazada por el desdén.
Una noche, mientras estaba en la cocina preparando la cena, escuché el sonido de algo rompiéndose. Me asomé y vi a Thomas, furioso, gritando sobre una simple ensalada que había hecho. Su reacción era desproporcionada, pero el miedo ya había comenzado a apoderarse de mí.
—No puedo creer que seas tan descuidada, Lilith. ¡Esto es una locura! —dijo, su voz llena de rabia.
Su grito resonó en mis oídos y se adhirió a mi piel. Cada palabra me cortaba como un cuchillo, y, sin poder contenerme, las lágrimas comenzaron a brotar.
—Lo siento, solo quería hacerte algo rico… —musité, sintiéndome pequeña y vulnerable.
No podía entender por qué se había transformado de esa manera. Al principio, pensaba que era solo estrés, algo pasajero. Pero la realidad era que cada día que pasaba, Thomas se volvía más distante y agresivo.
A medida que pasaban los meses, me di cuenta de que estaba embarazada. La noticia debería haber sido motivo de celebración, pero el miedo se apoderó de mí. Cuando se lo conté a Thomas, su reacción fue devastadora. La ira que había empezado como un pequeño destello se convirtió en un incendio incontrolable.
—¡¿Estás bromeando?! —gritó. —¡No puedo tener un hijo ahora! ¡Es una locura!
Su voz resonaba en la habitación, cada palabra más fría que la anterior. Miré su rostro, y el amor que había una vez se había desvanecido, dejando solo una carcasa vacía llena de rencor. En lugar de ofrecerme apoyo, su miedo se transformó en un ataque que no sabía cómo defender.
—Thomas, este bebé es una bendición… —intenté explicarle, pero él no quería escuchar.
—Bendición, ¿eh? —respondió sarcástico. —Solo traerá más problemas.
Su desprecio era palpable, y en ese momento, me sentí completamente sola. La tristeza me envolvió como una manta pesada, y una parte de mí deseaba desaparecer. La imagen de aquel chico de ojos azules, aquel desconocido que me había levantado en un momento de caída, apareció en mi mente.
La angustia y la desilusión se apoderaron de mí. ¿Cómo había llegado a este punto? La idea de criar a un niño en un hogar lleno de gritos y desprecio era aterradora. Pero al mismo tiempo, sentía una chispa de determinación. No podía dejar que mi hijo creciera en un ambiente así, no podía permitir que Thomas lo convirtiera en un reflejo de su ira.
Los días siguientes fueron una lucha constante. Thomas continuaba mostrándose hostil, ignorando mis intentos de acercamiento. La frustración creció, y el vacío en nuestro hogar se hizo más profundo. Yo trataba de mantener la calma, de ser fuerte por el bien de nuestro hijo, pero cada día era un desafío.
Y así fue como llegó el día que había estado esperando con miedo y expectativa. Estaba en casa, sintiendo una mezcla de dolor y ansiedad. Las contracciones comenzaron, y un frío helado se apoderó de mí. Sabía que debía ir al hospital, pero cuando traté de comunicarme con Thomas, él simplemente no respondió. Llamé, envié mensajes, pero mi voz se perdió en el silencio.
Con cada contracción, el dolor crecía, y la soledad se hacía más profunda. Finalmente, decidí que no podía esperar más. Llené una bolsa con lo esencial, respirando hondo para calmar mis nervios. Me vestí con cuidado, sintiendo la presión en mi vientre. La idea de ir al hospital sola era aterradora, pero el instinto maternal me empujaba hacia adelante.
Caminé hacia la salida, el corazón latiéndome con fuerza en el pecho. Tome un taxi y la distancia al hospital parecía interminable. Cada minuto era un recordatorio de que no había nadie a mi lado, de que estaba sola en esta lucha. El dolor aumentaba, pero yo apreté los dientes y seguí adelante.
Cuando finalmente llegué al hospital, el personal me recibió con rapidez. En el fondo, esperaba que Thomas apareciera en cualquier momento, que me sostuviera la mano y dijera que todo estaría bien. Pero el tiempo pasaba, y él seguía ausente.
Los médicos me llevaron a una sala de parto, y la ansiedad se apoderó de mí. Mientras las contracciones continuaban, miraba el reloj y esperaba. Nadie me había preparado para la soledad que sentía, para el vacío que dejaba su ausencia. Las horas parecían una eternidad.
Finalmente, después de lo que parecieron ser siglos, llegó el momento de dar a luz. El dolor era intenso, pero en mi mente, solo había una imagen: la de mi bebé, mi pequeño James. Con cada empujón, una parte de mí se llenaba de esperanza, de amor incondicional. A pesar de la soledad, sentía que tenía una misión, un propósito que me impulsaba a seguir.
Cuando finalmente escuché el llanto de mi hijo, una oleada de emoción me recorrió el cuerpo. Era un sonido hermoso, el sonido de la vida. Y aunque Thomas no estaba allí, sabía que había hecho lo correcto. James era mi razón para luchar, mi motivación para salir adelante.
Después de que el médico lo examinó y me lo entregó, lo sostuve en mis brazos. Miré su pequeño rostro, y sentí una profunda conexión que nada podría romper. Era perfecto, y, en ese momento, supe que haría lo que fuera necesario para protegerlo, incluso si eso significaba hacerlo sola.
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CORAZONES RENACIDOS [AIDAN GALLAGHER]
FanfictionLilith Lussac ha sido prisionera de su propia vida, atrapada en una relación tóxica con Thomas, un hombre que al principio parecía ser su salvación, pero pronto se convirtió en su mayor pesadilla. A medida que los días se convierten en meses, el dol...