Cambios

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Hoy no era solo 5 de octubre. Para Olivia Ramírez, era el 5 de octubre. Justo un día después de su decimoctavo cumpleaños... y el momento de visitar por primera vez la Catedral Negra.

Aquella noche había dormido poco y mal, y su abuela tuvo que insistirle mucho para conseguir que se levantara de la cama. Lo primero que hizo fue mandar un mensaje a Cristina, su prima y mejor amiga, y la única persona que la entendía.

Estoy muy nerviosa...

Lo sé, Liv, yo estaba igual. Pero ya verás que todo va bien. Además, iré contigo, y nana también estará allí. No hay de qué preocuparse.

Nana era el nombre con el que ambas llamaban a su abuela. Suspiró; sabía que su prima tenía razón. Estarían juntas. Y así nada malo podía pasarle.

Fue al salón, donde nana preparaba el desayuno. Morgana la miró nada más entrar en la estancia, bajó de la silla, y se frotó contra sus piernas.

―Buenos días a ti también ―Sonrió, cogiendo a su gata en brazos.―. ¿Sabes, nana? Somos un cliché andante...

―No es culpa nuestra que esta pequeña nos adoptara.

―Gatos y brujas. Qué original...

―¿Qué te pasa hoy, Liv? Normalmente el sarcasmo te sale a partir del segundo café.

Rió, pensando que las dos eran iguales en ese aspecto.

―Estoy nerviosa, supongo... ―Se sentó y esperó a que su abuela le sirviera el desayuno.

―Supongo, dice... Mientes fatal ―Ahora era ella la que reía―. Te he escuchado dar vueltas en la cama toda la noche. Morgana acabó durmiendo en mi habitación con tal de que no la molestaras más ―Se reclinó delante de su nieta y la cogió de las manos―. Cariño, es normal que estés así. Yo temblaba como un flan la primera vez que fui, pero no es para tanto. Solo es una formalidad. Conocerás a más gente como nosotras, y puede que hagas nuevos amigos.

Olivia sonrió. Su abuela llevaba diciéndole lo mismo toda la semana. Y, aunque sabía que lo más seguro es que tuviese razón, algo la inquietaba. La Catedral Negra era el lugar de encuentro de las criaturas de la noche. Entre sus muros, brujas, vampiros, demonios y licántropos, charlaban de sus inquietudes y compartían noticias y cotilleos, o al menos eso es lo que le había contado Cristina. Eso sí, solo podían ir al llegar la mayoría de edad... Algo que cumplían a raja tabla. Su prima fue por primera vez hará ya dos meses. Ahora era su turno y, en esos momentos, era cuando más echaba de menos a sus padres.

―Ojalá vieran en la jovencita tan extraordinaria que te has convertido ―dijo nana, leyéndole la mente―. Aunque lo saben. Claro que lo saben.

Le acarició el rostro y Olivia tuvo que contener la emoción.

―Gracias, nana.

Olivia acabó el café y las galletas y se dispuso a cambiarse para ir a trabajar en la pequeña librería que su abuela tenía en el centro de la ciudad. Le encantaba ese lugar y se alegraba de haber aparcado sus estudios para estar allí y echarle una mano... Y, para qué mentir, también para poder dedicarse a perfeccionar sus dotes mágicas.

Desde que era tan solo una niña que sabía que era diferente. Podía encontrar cosas perdidas e intuía emociones y eventos futuros. A los ocho años, nana le dijo que era nada más ni nada menos que una bruja. Al principio no la creyó y su abuela tuvo que hacer un par de conjuros para que ella aceptase la realidad. Ahora, al cumplir la mayoría de edad, todos sus poderes se habían desarrollado y debía aprender a usarlos.

Pensó de nuevo en sus padres y en cuánto les extrañaba. Suspiró, tratando de centrarse en algo bueno y apartar así la melancolía de su mente, cogió la mochila en la que guardaba el almuerzo y un libro sobre el poder curativo de las plantas que se estaba leyendo, se despidió de nana y se marchó caminando a la librería.

«Hoy será un gran día ―Se dijo a sí misma―. Hoy será mi día».

Los Malditos: Los asesinatos de la Catedral NegraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora