La pequeña librería de la esquina

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Olivia se miró en el cristal de la tienda. Su aspecto era un caos, al igual que su interior. Llevaba el pelo recogido en un moño con varios mechones sueltos, una sudadera que le quedaba un par de tallas grande y unos leggings negros. Pensó que, antes de ir a la Catedral Negra, tendría que pasar por casa y ponerse un atuendo más elegante.

Abrió la tienda y colocó las últimas novedades que los repartidores habían dejado en el pequeño almacén el día anterior. Le encantaba trabajar en la librería, y esperaba que nana le cediera el testigo al jubilarse. El pequeño comercio familiar se encontraba en el barrio gótico de Barcelona, famoso por sus edificios antiguos, en una esquina al lado de una plaza con preciosos ciruelos rojos, el árbol que más le gustaba de toda la ciudad, ya que le recordaban a los cerezos japoneses.

Sonó la campanita que tenía sobre la puerta y un grupo de turistas entró a curiosear. Olivia no les prestó demasiada atención y siguió colocando algunos libros en las estanterías de madera. Volvió a escuchar el tintineo y sonrió al ver quien acababa de llegar.

―Está bien que tengas la tienda ordenada pero también deberías vigilar. Ya sabes, por si te roban... ―Cristina se puso a su lado y empezó a ayudarla―. A no ser que nana haya hecho un conjuro para...

―Shhh... Te van a oír ―dijo Olivia mirando a los turistas.

―No creo que me entiendan...

―No sabemos de dónde son y... Respondiendo a tu pregunta, estás en lo cierto ―Le guiñó un ojo, divertida.

―Qué lista es nuestra nana ―Cristina sonrió―. ¿Cómo van los nervios?

―Van ―La miró―. Sé que es una tontería, pero tengo un presentimiento de que algo va a pasar...

―¿Algo malo? ―preguntó su prima, inquieta.

―No lo sé... Es una sensación extraña... Pero me he dicho a mí misma que hoy será un buen días, así que intentaré relajarme un poco...

―Son solo nervios, Liv. Pero no te preocupes, que no es para tanto. La mayoría no suele hablar con los recién llegados a no ser que ya les conozcan, así que estaremos juntas todo el rato. Daremos vueltas por el lugar y te llevaré a ver a mi madre a la biblioteca.

Eso la tranquilizó. Su tía trabajaba en la biblioteca de la Catedral Negra, una gran sala que albergaba algunos de los libros más peligrosos del mundo. Observó a Cristina. Con sus enormes ojos verdes y su cabello negro, parecía sacada de un cuento gótico. Además, era tan grácil que, cuando caminaba, parecía flotar por el suelo como un fantasma. Ella compartía la mayoría de rasgos de su prima, salvo por sus ojos, que eran marrones, y por la torpeza que la caracterizaba.

―¿Cerrarás antes?

El grupo de turistas abandonó la tienda y se quedaron solas.

―Había pensando en abrir solo medio día.

―Bien, así podremos ir a comer juntas. Yo invito. Ya sabes, en honor al día de hoy.

―Me parece perfecto ―Olivia apoyó la cabeza sobre el hombro de Cristina―. Muchas gracias por todo, Cris.

―No las des. Eres mi prima favorita, tengo que cuidar de ti.

―Soy tú única prima...

―Cierto, pero ¿y lo bien que he quedado al decir eso?

Empezaron a reír juntas.

El resto de la mañana fue tranquilo. Entraron un par de personas más y un brujo que hizo la única compra del día. Y es que La pequeña librería de la esquina, nombre que le había puesto su abuela al abrir la tienda, se nutría principalmente de las ventas que hacían al resto de criaturas de la noche que querían encontrar una nueva lectura... O un buen libro de maldiciones de su sección más selecta.

Al cerrar, se fueron al restaurante coreano más cercano, y comieron entre risas y nervios. Y, aunque Olivia trataba de relajarse y pensar que todo estaba bien, seguía con esa sensación de que algo iba a ocurrir aquella tarde.

Los Malditos: Los asesinatos de la Catedral NegraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora