10/06/1958 - La primera vez que me desnudo

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El reloj resonaba en mi pecho, marcando cada latido como un recordatorio de lo que estaba por venir. Esta noche es diferente, cargada de expectativas y de un cosquilleo que no podía ignorar. Vinimos con Fina a este hotel, tratando de encontrar un refugio donde nuestras almas podrán danzar improvisadamente y libres. Pero, una y otra vez me cuestionaba ¿qué se siente realmente al desnudarse del todo? Esta sería la primera vez que me desnudo no solo del cuerpo, sino del alma, de miedos y también de sueños.

Me senté en la cama, las sábanas blancas como la pureza de lo que estaba comenzando. El aire se volvía cada vez más intenso con el paso del tiempo. Mis manos jugaban nerviosas con el borde de mi vestido, un recordatorio tangible de la mujer que soy, como también el deseo de la mujer que anhelo ser. Una mujer amando a otra mujer. Me miro en el espejo y el reflejo parecía distante, como si no fuera yo quien se está preparando para este encuentro.

El sonido de la puerta abriéndose me arranca de mis pensamientos. Ella estaba ahí. Fina entró con una sonrisa que iluminó por completo el cuarto, y por un momento, todo pareció cobrar sentido. Sus ojos, llenos de complicidad y ternura, me tranquilizan. Sabe que estoy nerviosa. Sin decir una palabra, se acerca y escucha las tonterías que empiezo a decir para calmar mis nervios.

Su mano izquierda me acarició el cuello y, sin preámbulos, me besó. Mis manos descansaron en su cintura, lo que parece ser mi lugar favorito en este último tiempo. Quise desabrocharme la blusa rápidamente, pero mis manos temblaban tanto que no logré hacerlo. Por un lado, sentía un deseo incontrolable que me empujaba a dejarme llevar por el placer; por otro, la ansiedad me instaba a apresurarme, a querer que todo saliera a la perfección, tal como lo había soñado.

Ella lo notó, como para no hacerlo si temblaba como un flan. Con una sonrisa suave, me invitó a sentarme en la cama, creando un espacio más relajado donde los nervios parecían disiparse. La sensación de sus ojos en mí, llenos de ternura, me tranquilizaba a sobremanera.

—Ven, vamos hacerlo fácil —dijo, su voz como un susurro que acariciaba el aire entre nosotras—

Me dejé caer sobre las sábanas, sintiendo la suavidad bajo mi cuerpo, y Fina se unió a mí, manteniendo una distancia íntima, como si el simple hecho de estar juntas fuera suficiente. Comenzamos a charlar sobre nosotras, sobre qué nos enamoraba de la otra y los pequeños momentos que habían marcado nuestras vidas. A medida que las palabras fluían, el peso de la ansiedad se aligeraba, y la conexión entre nosotras se volvía más palpable.

La cama, antes solo un objeto más de la habitación, se transformó en un escenario de intimidad y descubrimiento, donde dos almas podían bailar libremente, abrazando la belleza de la naturalidad sin tener que esconderse.

Mientras compartíamos risas y miradas, una sombra de duda cruzó por mi mente. Nunca fui buena en la intimidad con mi marido; siempre había un vacío entre nosotros, algo que nunca encajó del todo. A menudo me preguntaba si era la falta de amor lo que me hacía sentir tan insegura, una respuesta que jamás hubiese encontrado porque, en realidad, apenas ahora estoy descubriendo lo que significa la palabra AMOR. Sentía un miedo profundo a decepcionarla, a no estar a la altura de lo que ella esperaba de mí. Pero, como siempre, Fina supo encontrar las palabras exactas que necesitaba escuchar: "Al miedo se le combate con mucho cariño". Era como si tuviera la capacidad de aterrizarme en un mundo donde todo parecía posible.

Por ello, redoblé la apuesta y le respondí, con una sonrisa traviesa: "Y con muchos besos". Luego, la besé nuevamente, dejando que el gesto hablara por mí.

En cada risa compartida y cada mirada cómplice, la intimidad crecía. Fina tenía una manera especial de hacerme sentir segura, de recordarme que estaba bien dejarme llevar. Fue minutos más tarde que mis manos, temblorosas pero decididas, comenzaron a explorar su cuerpo, buscando conectarnos más allá de lo físico. Comencé suavemente en sus pechos, desembocando en su ombligo. "Quiero conocer todo de ti, cada detalle y cada rincón", le confesé, mientras mis manos se deslizaban por su pecho, sintiendo como se aceleraba su corazón.

No dijo palabra alguna, solo apoyó su frente con la mía, y en ese gesto sentí un suspiro de esperanza que decía más que mil palabras. Era un pacto silencioso, una promesa compartida de que, juntas, exploraríamos pronto este nuevo mundo.

Decidí que lo mejor era simplemente dormir abrazadas, sin prisa ni expectativas.

Giré mi cuerpo, e inmediatamente sentí como su calor envolvía mi ser. Nos fundimos en un abrazo. Cada latido se convertía en un eco de complicidad, un recordatorio de que estábamos en el mismo compás. Nuestros cuerpos encajaron como dos piezas de rompecabeza, sin dejar centímetro alguno sin contacto. Tomé su mano que acababa de cruzar por mi cintura, y me prometí en silencio que jamás la soltaría, pase lo que pase.

De alguna manera, el tiempo se detuvo, y el silencio se tornó en un lenguaje propio, ambas nos dormimos sobre almohadas separadas pero con sueños compartidos.

Acabo de despertarme, pasaron unos minutos antes de que pudiera discernir si estaba en un sueño o en la realidad. Pero no podía dejar pasar más tiempo sin expresar lo que sentía, así que empecé a escribir estas líneas mientras la veo dormir.

Al mirarla, una ola de ternura me invade. Su rostro, sereno y vulnerable, parece reflejar una paz que solo encuentro en ella. Me doy cuenta de que cada rasgo de su cara me tiene enamorada.

La forma en que sus labios se curvan ligeramente, como si estuviera sonriendo incluso mientas duerme, me hace sentir un algo único.

Sus respiraciones suaves me recuerda que estamos juntas en este viaje.

Siento una mezcla de admiración y protección; su fragilidad me toca el corazón, y siento que me moría si algo llegase a pasarle.

La deseo, no solo en su forma física, sino en su esencia, en su alma que se despoja de todo para estar conmigo. Quiero atesorar cada instante y cada detalle de esta noche y guardarlos en mi memoria.

Hoy ella no pudo verme sin ropa en una cama; sin embargo, terminé desnudando mi alma ante su mirada.

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Ame escribirlo, espero que les guste tanto como a mí.
MaiFin

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