1. Instinto alfa.

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Lando y Carlos luchan con sus lobos, el instinto y la razón gritan en sus cabezas, pelean por tener el control, aturden sus sentidos y los hacen removerse contra sus cadenas.

Ambos alfas se encuentran encadenados y amordazados en el patio, escuchan los gritos de Oscar, pueden oler su sangre, sus lágrimas, su dolor, y es solo la presencia intimidante y fuerte del jefe de su manada lo que los mantiene en su sitio.

Max los mira con los ojos carmesí de su lobo alfa, está furioso y con justa razón, en el pánico de la situación Lando perdió el control y mordió a Sergio en el hombro cuando el omega solo intentaba ayudar a Oscar.

Oscar grita, su vínculo comparte el dolor y el miedo, Lando llora, Carlos golpea sus manos atadas en el suelo y ambos se levantan con la intención de romper sus ataduras y correr hacia su hogar.

_Sométanse!_ Lando cae de rodillas al suelo, golpea su frente sobre la tierra y tiembla por la fuerza que el líder emplea en su mando. Carlos toma unos segundos más, pero también cae de rodillas, le gruñe a Max y por ello recibe un gruñido de vuelta, que lo hace ladear la cabeza en sumisión.

Cuando salieron esa mañana por una presa nueva, su esposo estaba durmiendo, tranquilo, envuelto entre las suaves cobijas y las cálidas pieles de su nido. Ambos alfas dejaron un beso en la blanca frente, y uno más en el abultado abdomen que guardaba a su hijo. No esperaban tardar, y tampoco sabían que Oscar perdería el equilibrio en las escaleras, buscándolos al despertar.

El tiempo transcurre lento, es una tortura, condenados a sentir, oler y escuchar el sufrimiento del chico que aman sin ser capaces de ayudar, sin poder tocarlo, abrazarlo o consolar a su omega quien los llama aterrado.

Cinco horas y varios minutos después, su vínculo finalmente se calma, todavía pueden sentir a Oscar, aún hay notas de sangre en el aire, pero poco a poco la bruma se va despejando y Carlos siente su respiración menos trabajosa, aunque Lando no deja de temblar a su lado, agotado.

_Maxie, por qué siguen aquí?_ Checo se acerca a su esposo, se coloca a su lado y mira al par de agotados alfas que continúan peleando con sus cadenas.

_Omega, no deberías estar aquí, es peligroso. _ El rubio rodea a su esposo con sus largos brazos, deslizando su mano izquierda por el abultado vientre de su esposo, su patito le devuelve la caricia con un golpecito.

_Amor, deja que vayan con Oscar, tu hermano quiere verlos. Además, te recuerdo que tú no fuiste mucho mejor._ Checo sonríe, Max suspira y deja un ligero beso sobre el vendaje en el hombro de su omega.

_Está bien, pero ve a casa. Los soltaré cuando estés lejos._

El alfa espera hasta que su esposo se mete a su casa y se acerca al par que sigue encadenado. _Los voy a soltar, no quiero que hagan algo estúpido._ Lando baja su cabeza avergonzado, culpable por haber dañado a su omega líder.

Por fin son liberados y con una rápida mirada de agradecimiento a su líder, se quitan los bozales y salen corriendo hasta llegar a su hogar. El olor de la sangre sigue presente, pero el amargo aroma de dolor de su omega es rápidamente reemplazado por felicidad. Vainilla, leche y durazno inundan la casa y relajan al par.

Cuando entran al cuarto de su nido, Oscar despega la mirada de los bultitos que sujetan sus brazos y les sonríe, su cabello está completamente revuelto, una capa de sudor empapa sus rojas mejillas y su respiración aún es agitada, pero para ellos es lo más hermoso que han visto en sus vidas. Omitiendo por supuesto el yeso que cubre su pierna fracturada.

A su lado, Carlos escucha el sollozo y moqueo de Lando, siendo un alfa mucho más sensible el menor pronto sube a la cama con todo el cuidado que posee, se asoma a los burritos de cobijas y rompe a llorar en serio, ocultando su rostro en la curvatura del cuello de su omega.

Está feliz, a través de su vínculo Carlos y Oscar pueden sentir la felicidad desbordante e incontrolable de ver a sus primeros cachorros.

Carlos los acompaña minutos después, con un beso en la sien de su omega se acurruca a su lado y admira las caritas más hermosas del mundo. Sus hijos son idénticos a su padre omega, tienen su naricita elevada y sus adorables lunares, solo el color acanelado y la promesa de heredar los ojos verdes de Lando evidencían a sus padres.

_ Son perfectos omega, lo hiciste muy bien._ Oscar ahoga un sollozo al morder sus labios, pero sus ojos lo traicionan al dejar caer algunas lágrimas.

_Dolió mucho, alfa._

_Lo sé mi amor, eres muy fuerte, estamos tan orgullosos de ti._

Lando asiente varias veces a las palabras de Carlos y llena con efusivos besos el hermoso rostro de su omega, haciendo reír al menor. _Tan fuerte y valiente, nuestro corazón._

Oscar entrega un cachorro a cada alfa, recibe un beso en sus labios de ambos, y con sus hijos bajo el resguardo de sus padres, puede relajarse y dormir. Carlos y Lando a cada lado de su esposo, admiran los diminutos alfas que duermen en sus brazos y se aseguran de cuidar a su familia.


Es natural, es parte de ser alfa perder el control cuando el primer cachorro llega al mundo, es el primero en linaje, el desafío de madre e hijo para enfrentar las adversidades y sobrevivir. La incertidumbre, el miedo y el dolor que comparten activa el cerebro instintivo del alfa, lo obliga a proteger a su pareja y cachorro, a deshacerse del mal y el peligro. Carlos y Lando no sienten vergüenza por vivir esa experiencia.

Lewis lo vivió con George cuando nació Ollie, Kimi y Sebastian cuando Charles tuvo a Dino, Fernando y Lance cuando llegó Franco, Toto y Chris con Kimi, y Max, su líder actual parecía perder el control en cada uno de sus cachorros, primero con Yuki y Liam, después con Penélope y Carlota, y ahora con Pato.

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