Capítulo 3

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—¿Y cuándo podré ir a Hogwarts, señor?– Preguntó el menor, caminando bajo el paraguas.

Habían ciertos charcos que Harry saltaba en la calle y algunas gotas de la llovizna restante, sonriendo ampliamente. Normalmente iba solo a casa, todavía no conocía a nadie muy bien en los meses que llevaba en clases y el grupito molesto de niños que molestaba animales lo apodaron “niño-serpiente”, así que le gustaba cuando llovía porque así su tutor iba por él.

Severus solía respirar hondo para reunir paciencia ante las muchas preguntas o ignoraba las dudas del niño, pero esta vez le respondió al instante:

—Luego de tu cumpleaños número once.

Los ojos del niño brillaron trás las gafas.

—¡Estaremos juntos todo el tiempo en cinco años!

—¿Qué?– En realidad entendía a qué se refería, su pregunta era por la felicidad del menor. No era amable con él, ¿Qué le alegraba?

—No me dejará con Arabella cuando esté trabajando, será mi profesor y viviremos en Hogwarts– Explicó Harry, a lo cual Severus negó.

—Habrán muchos otros profesores y estudiantes, hay de encantamientos, defensa contra las artes oscuras, historia, herbología...

—¡Historia noooo, yo quiero la clase del señor!– Hizo un puchero, sacudiendo frenéticamente la cabeza.

Él adulto solía rodar los ojos ante los berrinches y llamarle la atención, no obstante, sintió nostalgia ante el recuerdo de su niñez con su madre explicándole todo sobre el mundo mágico. Eran de los pocos momentos íntimos entre ellos. Familiares. Si no estaba su padre o se hallaba dormido, claro. Ella lo inscribió en una escuela de muggles por la presión del resto de los no magos al ver sospechoso que Severus fuera el único que no estuviera inscrito y aprendiera en casa. Su madre era una bruja brillante, sabía cómo hacer que hasta la lección más aburrida fuera amena. Muy por el contrario, en la escuela Severus no encontró nada más aburrido que los somnolientos monólogos del pasado histórico.

—¿Señor?– Al oír la voz del niño, Snape regresó a la realidad y se dió cuenta que estaba sonriendo.

Cambió su expresión a una severa, mirando hacía abajo la cara curiosa del menor.

—¿Qué estás viendo, Potter?

—¡Sabe sonreír!– Respondió Harry, asintiendo emocionado para sí mismo como si hubiera hecho un descubrimiento por el cual recibiría reconocimiento de todo el mundo.

Snape llevó de la oreja al niño, el cual se quejó un poco mientras repetía una pregunta que el adulto no pudo entender hasta soltarlo, en la nueva casa.

No estaba acostumbrado a las pesadillas ni a dramas sentimentales, sabía poner en blanco su mente cuando era necesario, pero trás la muerte de Lily cada vez esa casa en Cokeworth parecía más poseída por una sombra oscura de un pasado que no quería recordar más. Los momentos más felices eran con Lily, así que se mudó en la misma calle donde vivían los Evans muchos años antes. Habría podido vivir su pesadilla “tranquilo” si tan sólo desde el primer día que perdió lo único que importaba en su vida, no tuviera a un niño parecido a quien más odiaba pisándole los talones cada día.

—¿Cómo se llama?– Harry tiró su mochila sobre una de las cajas y acarició su oreja adolorida, observando al mayor lanzando un hechizo trás otro sobre cada caja y objeto que sacaba, siguiéndolo– La maestra dijo que quería el nombre de mi tutor, pero dijo que “señor” no es un nombre. ¿No se llama así? ¿No es nombre?

—No, no lo es– Concordó el mayor afanado en su labor de desempacar, sabiendo que al ser huérfano la maestra querría tener un nombre al cual acudir en caso de emergencia o para reuniones importantes. Si algo le pasaba a Harry, lo más importante que Lily había dejado se perdería– Escucha bien: mi nombre es Severus Snape.

Severus En ApurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora