Capítulo 2

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—Señol, ¿Dónde va?– Las piernas cortas del niño casi corrían para seguir el paso de su tutor, sosteniendo la capa oscura.

Antes, el adulto solía apartarlo y tirar de la capa. Harry se divertía aferrándose con todas sus fuerzas, mientras el mayor lo sacudía en el aire. Después, simplemente andaba detrás de él sintiéndose una sombra, a ver si tenía suerte de teletransportarse también.

—Al trabajo– La vaga respuesta no satisfació al niño, curioso.

—¿Dónde?

—En Hogwarts.

—¿Qué es?

—Una escuela de magia y hechicería. Tú irás algún día.

—¿Voy a aprendel a desaparecel?

—Esto es teletransportación. Ve a casa de la vecina, no te desvíes y no salgas descalzo, ¿Entendiste?– Ordenó apartando su capa de las manos ajenas, el niño asintió y corrió a buscar los zapatos.

—¡Shi!

El mayor era muy estricto cuando quería enseñarle algo, así que arrugó el entrecejo, concentrándose en su labor de atar los cordones. Sintió la mirada supervisora de su tutor, entonces alzó la vista pero en lugar de encontrarse con los ojos del otro, el adulto volteó bruscamente y desapareció en medio de la sala. Abrió la boca y giró sobre sí mismo varias veces, a ver si tenía suerte de transportarse en la casa de al lado.

Luego de varias vueltas, se mareó y tambaleó con el corazón acelerado, entonces se recostó en el suelo mientras su cabeza volvió a la normalidad, para buscar el peluche en forma de osito dentro de su habitación. Hizo un puchero, angustiada al darse cuenta que salía el relleno de una herida sin hilo de su amiguito, así que le pediría a la vecina ayuda para repararlo.

Vió alrededor de su habitación, tenía su mesa llena de cuadernos con dibujos y cuentos, las fotografías de sus padres, su cama y un banco, el ropero, unos dibujos que colgó en su pared y un póster del equipo de quiditch de su país. No entendía bien de qué iba, pero en una ocasión acompañó a su tutor mientras compraba unos ingredientes y quedó fascinado por lo que llamaban “escobas voladoras”, distraído en tanto el mayor intercambiaba unas porciones por dinero muggle. Habían fotos de jugadores saludando al público, flotando sobre el aire. En la mañana de su cumpleaños, el anciano de nombre desconocido que iba de vez en cuando le regaló ese póster y Harry no tardó en dejarlo sobre su pared.

A su tutor no parecía agradarle nada ese deporte, pero Harry no perdía la emoción y preguntó más a otros niños magos. Algún día podría intentar volar en escoba si se presentaba la oportunidad.

Salió afuera de su casa, emprendiendo el corto camino a la casa de al lado. Arabella era una señora soltera con cuatro gatos, todos muy peludos y cariñosos, cocinaba raro la comida pero los dulces siempre estaban ricos.

—¡Es míoooo, devuélvelo o te morderé, humano imbéciiil!

El grito similar a un silbido que conocía bien llamó la atención del niño, deteniéndose antes de tocar la puerta ajena. Fué hasta la cera, contemplando al final de la calle un grupo de al menos el triple de tamaño que él, rodeando a una serpiente aplastada con una piedra que Harry llamaba Sira, mientras usaban un huevo como pelota. Conocía al más grande, vivía al frente y su madre solía vigilarlo en la ventana de su casa gris, pero nunca hacía nada para intervenir.

—¡No sean malos, dejen a Sira!– Exclamó en cólera, apresurandose para golpear la espalda de uno del grupo.

—¡Jajaja, es el niño serpiente!– Exclamó una niña, señalando entre risas a Harry.

Severus En ApurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora