El Foso: Parte II

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El encuentro con los caballeros de la Orden Oscura aún pesaba en la mente de Kaysen, y la ejecución brutal del prisionero resonaba en su memoria como un eco que no lograba disiparse.

—Esos caballeros... —comenzó Kaysen, rompiendo el silencio, incapaz de contener la inquietud que lo carcomía—. No eran soldados de la ciudadela, ¿verdad?

Riven no se detuvo, pero giró la cabeza ligeramente hacia Kaysen, sin sorpresa en su rostro.

—No —respondió con simpleza—. No eran soldados de la ciudadela.

Kaysen frunció el ceño, esperando más detalles. Algo en esos caballeros lo había descolocado. Sabía que no era solo su presencia imponente, era la manera en que se movían, la precisión casi mecánica con la que ejecutaban sus tareas.

—¿Entonces quiénes eran? —insistió, su voz temblando con una mezcla de curiosidad y miedo—. Nunca los había visto antes, y algo en ellos... no sé, me dio mala espina.

Riven exhaló un suspiro, claramente incómodo con la conversación. Finalmente, tras un breve silencio, decidió responder.

—Son caballeros de la Orden Negra —explicó, con el tono bajo y tenso—. Una orden que no siempre sigue las órdenes del rey de Valgor. Son herméticos, difíciles de entender. Por lo que se dice, operan por encima de los reyes, aunque no por encima de la ley.

—¿Por encima de los reyes? —Kaysen lo miró con incredulidad—. ¿Qué quieres decir con eso?

Riven no paraba de caminar, su mirada fija en el camino delante de ellos, como si la conversación fuera un peso que preferiría evitar.

—No sé quién les da las órdenes, ni por qué —continuó Riven, con un tono algo más irritado—. Pero sé que no siempre responden al rey, actúan como si tuvieran el poder de hacer lo que les plazca. Lo que está claro es que tienen su propio código. Los reconoces por sus armaduras, negras como la noche. Y esas capas opacas... te hacen sentir como si la luz misma evitara tocarlos.

Kaysen sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. La descripción de Riven encajaba perfectamente con los caballeros que habían visto y, aunque no quería admitirlo, la idea de una fuerza militar que operaba con tal independencia lo asustaba. Recordó entonces al Írido que había bajado en la plataforma, apartado de los demás prisioneros. Había algo en él que no lograba olvidar.

—¿Crees que su presencia tenía algo que ver con el Írido? —preguntó Kaysen, todavía procesando lo que acababan de ver.

Riven hizo una pausa breve, pensativo, antes de responder.

—Podría ser —admitió, aunque su tono era incierto—. Los Íridos siempre atraen más atención de la que deberían. La gente les teme, Kaysen. No entienden sus habilidades, y lo que no se entiende, asusta. Aquí en el Foso, esos miedos son peores. Los Íridos son vistos como una amenaza... o como monstruos.

—Pero no somos tan diferentes de los demás —dijo Kaysen, con la voz algo baja, como si intentara convencerse a sí mismo más que a Riven—. Solo tenemos habilidades... eso no significa que seamos peligrosos.

Riven soltó una risa amarga.

—Para ti no lo sois —respondió con una mirada seria—. Pero aquí, en el Foso, eso no importa. A la gente de aquí le encanta tener a alguien a quien culpar por su propia miseria. Los Íridos son el blanco perfecto. Y en la ciudadela... no es tan diferente. Puede que no estén segregados, pero no significa que no los miren con miedo o desprecio. Mucha gente cree que los Íridos traen mala suerte. Otros... simplemente os ven como herramientas.

Kaysen se quedó en silencio unos momentos, pensando en esas palabras. En la ciudadela, los Íridos eran una minoría, pero en el resto del reino, la proporción era casi la misma que la de los humanos "puros". A pesar de eso, los Íridos seguían siendo tratados como una anomalía, algo que fascinaba y aterraba al mismo tiempo.

Valgor: Lágrimas de oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora