Extra: Leyenda de las tres hermanas celestes

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Hace mucho, mucho tiempo, antes de que existiera el día o la noche, el mundo estaba envuelto en una eterna oscuridad. Los mortales vivían bajo un cielo sin luz, temerosos y perdidos en la penumbra. Era un tiempo de incertidumbre, donde los corazones de las criaturas ansiaban guía y claridad. Fue entonces, en lo profundo de sus deseos, cuando surgió el primer rayo de esperanza: del deseo más profundo de los mortales por el conocimiento, nació la primera hermana, Mariel, quien trajo consigo la chispa del saber.

Mariel, una figura radiante y majestuosa, era sabia más allá de todo entendimiento. Su luz no era como la del sol que conocemos ahora; era tenue, un brillo suave que ofrecía consuelo en medio de la oscuridad, pero no podía iluminar por completo el mundo. Mariel observaba la oscuridad y temía que sola no podría traer el equilibrio que los mortales necesitaban. Entonces, escuchando los susurros de los corazones más puros, el amor que existía en lo más profundo de los seres nació la segunda hermana, Corail. Corail apareció como una luna de luz constante, un faro de estabilidad y paz. Con su presencia, la oscuridad se volvió menos opresiva, y los mortales sintieron que, aunque no podían ver con claridad, siempre habría una guía segura en el cielo.

Sin embargo, algo faltaba. La tristeza aún pesaba en el mundo, pues aunque el saber y el amor habían traído luz, no había alegría. Y así, del júbilo y las risas que sobrevivían en los corazones de los mortales, nació la tercera hermana: Cariel. Pequeña y juguetona, Cariel llenaba el cielo de destellos impredecibles, apareciendo y desapareciendo como una chispa traviesa. Su presencia traía alivio a la seriedad de Corail y la sabiduría de Mariel, completando la danza celestial con su alegría y dinamismo.

Las tres hermanas, nacidas del deseo, el amor y la alegría de los mortales, gobernaron juntas el cielo. Bajo su luz plateada, aunque tenue, el mundo comenzó a encontrar paz. Corail y Cariel danzaban en armonía bajo el suave brillo de Mariel, iluminando las noches con su presencia, llenando el firmamento con destellos plateados y serenos. Pero Mariel, la mayor y más sabia, pronto comprendió que su luz no era suficiente. Aunque sus hermanas iluminaban la noche, los mortales aún vagaban perdidos cuando sus danzas las llevaban lejos de sus cielos. Había un vacío, una necesidad de una luz mayor que guiara también cuando las estrellas no podían hacerlo.

Mariel tomó una decisión dolorosa pero necesaria. Con su saber, ascendió más allá de sus hermanas, transformándose en el Sol, creando así el primer día. Su luz, ahora más fuerte y resplandeciente, brillaba con un fulgor que bañaba la tierra, revelando los secretos ocultos en la oscuridad. Aunque este acto la separaba de Corail y Cariel, Mariel sabía que el mundo necesitaba de su sacrificio para prosperar. Desde entonces, Mariel ascendió al trono del día, iluminando el mundo con su sabiduría infinita y guiando el curso de las otras dos desde lo alto.

Los mortales quedaron maravillados con la creación del día, pero también lamentaban la separación de las tres hermanas. Sin embargo, Mariel no se alejó por completo. De vez en cuando, las tres hermanas se reunían, creando momentos sagrados conocidos como los Eclipses de Sangre y Plata, donde Mariel, Corail y Cariel se alineaban. Durante estos breves instantes, su luz se entrelazaba en un abrazo cósmico que unía a las tres en perfecta sincronía. Los eclipses eran vistos como tiempos de magia pura, momentos en los que los deseos más profundos y los cambios más importantes en el destino del mundo se sellaban. Los destinos de los grandes reinos se tejían o se deshacían bajo su sombra.

Sin embargo, no era solo durante los eclipses que las hermanas podían estar presentes juntas. A veces, en momentos de nostalgia, los mortales podían ver a Cariel durante el día, su figura pálida y difusa danzando en el cielo junto a su hermana mayor, Mariel. Este fenómeno, llamado la Danza del Día, era una visión fugaz pero poderosa, una señal de que las hermanas, aunque separadas, aún mantenían su lazo inquebrantable.

Pero, como todo lazo poderoso, también hubo tiempos de tristeza y conflicto. En momentos de discordia, cuando las hermanas discutían, Cariel, siempre rebelde, se apartaba y se ocultaba del cielo, dejando a Corail brillar sola. La luz de una sola luna en el cielo era una advertencia para los mortales: los tiempos eran inciertos, y los pueblos ofrecían plegarias para que las hermanas se reconciliaran. Sin embargo, en los momentos de mayor tristeza, ambas hermanas, Corail y Cariel, se ocultaban, desapareciendo del cielo en una noche sin lunas. Estos tiempos eran vistos como de gran duelo y peligro, pues la falta de luz traía consigo caos y desesperación, y el mundo quedaba sumido en la oscuridad más profunda.

A pesar de los conflictos y las sombras, las tres hermanas siempre encontraban el camino de regreso la una a la otra. La reconciliación se anunciaba con la aparición de ambas lunas brillando de nuevo juntas en el cielo, señalando que la armonía había sido restaurada y el ciclo continuaba. Los pueblos celebraban estos momentos con grandes fiestas, recordaban la restauración del equilibrio en los cielos. Grandes hogueras iluminaban las aldeas, y las sacerdotisas del cielo ofrecían cánticos y danzas en honor a las tres hermanas, agradeciendo que el amor, el saber y la alegría se entrelazaran una vez más.

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