1. El Padre Sin Perdón
El sol calcinante de Valencia caía sobre mí como si el mismísimo Apolo estuviera lanzando los rayos para que entraran directamente en mis venas. La gente parecía derretirse por las calles y costaba trabajo incluso estar de pie. Los días más calurosos del verano siempre crean una especie de asombro en la gente de esta ciudad, como si quisieran engañarse a ellos mismos, como si el calor de este año no fuera a ser igual de malo que el anterior. Trataba de no concentrarme en el sudor que descendía por mi cuerpo; todo el mundo parecía acostumbrado a ello y en cambio a mí, con mi piel endurecida por el gélido frío del clima atlántico, me calaba en lo más hondo del alma.
Volver a la ciudad donde nací siempre era un reto. Estas calles eran mías, mi infancia ya no existía pero podía verla en todas partes, como fantasmas que me perseguían hasta el cansancio. Estaba en el barrio chino, donde había pasado tantas horas en mi adolescencia. Cuanto más recordaba más consciente me hacía de lo difícil que era poner un pie delante del otro y caminar. Delante de mí estaba la librería favorita de todo joven intelectual de la ciudad, los libros eran extremadamente baratos y tenían una amplia colección de clásicos en editoriales de renombre. El escaparate estaba decorado con temática del mundo mágico, celebrando el lanzamiento de Harry Potter y el cáliz de fuego. Me entraron unas irrefrenables ganas de entrar y comprar cualquier libro para distraerme de mi propia mente traicionera, pero se estaba haciendo tarde y el tiempo se me escapaba. Continué caminando mientras observaba como el paso del tiempo había afectado al decadente barrio, intentando distraerme del futuro inminente que, como un asesino, me esperaba a la vuelta de la esquina.
Cuando llegué a mi antiguo hogar una ráfaga de nostalgia y terror se apoderó de mi cuerpo, mi mano temblorosa apretó al timbre y los segundos de espera comenzaron a parecer horas. Se escuchó un sonido proveniente del aparato y supe que ya no podía retrasarlo más. La puerta se abrió y subí escalón tras escalón hasta llegar al cuarto piso, y esperé en el rellano como el condenado a muerte que espera a que el verdugo acabe con su agonía. Se oían sonidos amortiguados de pasos y voces que se iban acercando desde el otro lado de la puerta. Tragué saliva y, después de instantes que se sintieron como años, se abrió revelando el rostro de mi hermana, envejecido por el tiempo. Se sobresaltó al verme y atisbé en sus ojos una chispa de ira, tristeza y esperanza.
—¡¿Qué estás...?!
—Manu ha muerto —dije súbitamente, para callarla. Su rostro se relajó y vi cómo la incertidumbre se apoderaba de ella. Hacía mucho tiempo que no sentía que tenía una hermana. Sus ojos se llenaron de lágrimas furtivas mientras me miraba fijamente.
—Toni, lo siento tanto. Lo siento tanto —dijo mientras ponía sus brazos alrededor de mi espalda y posaba su rostro en el hueco de mi hombro. La abracé de vuelta e hice círculos con mis manos en su espalda para calmarla. Me esforcé por no llorar y la aparté de mí suavemente para poder hablar con ella. Se limpió las lágrimas con las manos y me volvió a mirar con la misma ira del principio —¿para qué has venido, Antonio?
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sol de la infancia
Poetrytengo que ordenar mis pensamientos génesis 3:19 。*゚+*.✧。*゚+ *.✧*。*゚+