Capítulo 1: La Batalla por la Carne.

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El frío helado de la montaña se sentía como un fantasma robándose el poco calor del alma, era dolor punzante en donde nacía cada pelo erizado, el frio es seco cuando no hay neblina, pero este era producto del viento húmedo, provocaba que la piel de aquél entonces se erizara de manera tan marcada como las cicatrices de los cazadores.

Así lo hacia Rauw, un cazador que hace mucho tiempo  se había entrenado desafiándose a si mismo para sobrevivir.

Sus pensamientos estaban en la presa: un uro, una bestia robusta y desafiante, con carne suficiente para alimentar a la tribu durante varios días. 

A su lado, Lio, el cazador más grande y fuerte del grupo, avanzaba en silencio sobre la nieve crujiente, avanzaba rompiendo delgadas capas de hielo. Era un hombre robusto, y de los presentes era el que más cicatrices portaba.

En cada movimiento, en cada respiración controlada, se leía en ellos experiencia de alguien que conocía bien el hambre y los riesgos de una caza en la era del hielo. Respiraba profundo para calmarse, exhalaba fuerte para concentrase.

Pero no estaban solos. Desde las sombras de los árboles cercanos, los observaban unos ojos dorados y peligrosos. Rauw escuchó el gruñido que resonaba en el aire helado. Tigres dientes de sable. 

Los felinos sabiendo que también necesitaban esa presa, quizá mostraron algo de angustia, y en la era del hielo, la competencia por la carne era despiadada. Uno de los tigres en particular, era una bestia de gran tamaño lo volvía aterrador.

Aquel monstruo justo atacó primero, con la rapidez salvaje que es muy semejante a un parpadeo, atacó directo hacia el grupo de cazadores. 

Rauw reaccionó como un resorte tensado demasiado tiempo, su lanza cortó el aire en un intento desesperado de alcanzar las fauces que se cerraban como una trampa de osos. 

El frío y el cansancio desaparecieron en un instante, sustituidos por el rugido ensordecedor  martillando contra sus oídos. 

El segundo tigre se lanzó hacia uno de sus compañeros, un joven cazador que no tuvo oportunidad de reaccionar. Un grito ahogado y la sangre manchando la nieve sellaron su destino.

Lio, con un grito feroz, se lanzó sobre el tigre que atacaba a Rauw, clavando su lanza en el costado del animal. 

El tigre, herido, pero no vencido, lanzó un zarpazo que alcanzó a Lio en el brazo, arrancando un trozo de piel

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El tigre, herido, pero no vencido, lanzó un zarpazo que alcanzó a Lio en el brazo, arrancando un trozo de piel. Pero el cazador envistió contra el animal de vuelta provocando su sorpresa. Rauw aprovechó el momento y hundió su lanza en el cuello del felino. Un último rugido agonizante resonó en el valle antes de que el tigre se desplomara en la nieve, provocando que los otros huyeran.

Con el cuerpo aún tenso, Rauw miró a su alrededor. Uno de sus compañeros yacía inmóvil en el suelo, una vida más perdida en una cacería que podría haber sido la última para cualquiera de ellos. Su recompensa,  el gigantesco tigre de dientes de sable.

De vuelta en el asentamiento, la tribu los recibió con una mezcla de alivio y silencio. Las miradas se posaron en el uro y en el cuerpo del compañero caído, una señal de que la supervivencia, aunque lograda, siempre traía consigo el peso de la pérdida. Dentro de la cueva, Rauw se detuvo frente a las pinturas en las paredes, figuras de cazadores enfrentando a un enemigo aún más temible que los dientes de sable: un mamut lanudo. En cada trazo, los humanos parecían diminutos frente a aquel gigante, una bestia imparable que los hacía retroceder

Las cuevas, donde algunos cazadores entraron para descansar, guardaban la historia de la tribu en sus paredes. La historia de la tribu no solo estaba grabada, parecían respirar con el movimiento del fuego.

 Las figuras deformes y las manos impresas en rojo y negro se retorcían bajo la luz de las antorchas, como si fueran ecos que se pueden ver, el juego de luces y sombras daban la vaga ilusión de movimiento en esos dibujos.

 Rauw se detuvo frente a una de las pinturas, su silueta aún cubierta de barro, mientras sus ojos recorrían las formas que describían historias de batallas y de animales gigantes. Los dibujos mostraban a tres mamuts, enormes y desafiantes, enfrentados a los cazadores. Eran criaturas que no solo encarnaban el peligro sino también el poder y el respeto.

Se fijó en una pintura distinta, más nueva, aún fresca en comparación con el resto. Allí, el mamut central poseía algo diferente: cuatros cuernos, prominentes y afilados, como si la criatura hubiera nacido para dominar la tierra helada y todos los seres que la habitaban. Los cazadores que habían escuchado la historia decían que aquel mamut no solo era una amenaza por su tamaño sino también por su furia; no era como los demás. Dominaba los territorios más prósperos y, según contaban, donde pisaba, no volvía a crecer nada más.

La última imagen de la secuencia pictórica representaba a menos cazadores que la anterior, un indicio de las pérdidas sufridas en cada encuentro. Era el rumor vivo entre los miembros de la tribu: un Mamut con cuatro cuernos.

Ante esta figura, los hombres de la tribu se veían pequeños y vulnerables, solo puntos que se extinguían frente a la grandeza de aquella bestia.

En la tribu había niños, mujeres embarazadas, ancianos y una gran cantidad de jóvenes. Parecían haber tenido un gran periodo de prosperidad durante los últimos años.

La caída de los Mamuts.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora