Eran las tres de la mañana, la calle estaba desierta. Por alguna razón las terrazas estaban cubiertas por una fina capa de nieve, algo que nunca se había visto en San Francisco.
Saqué mi vieja Nikon D7000 y y la coloqué sobre mi ojo izquierdo. Ajusté el diafragma de la lente para que entrara poca luz por el objetivo y apoyé mi dedo sobre el disparador.
Antes de que tuviera tiempo para oprimirlo, una chica de cabello verde oscuro apareció en mi visor.