Observé cada uno de los detalles que la componían. Había algo de ella, algo de ella, que me cautivaba. Su despiste, tal vez.
Quería que viera como mi mirada contemplaba su belleza, pero ignoró mi presencia por completo. Ella estaba, a su vez, absorta en la belleza del cielo nocturno.
Su cabeza no dejaba de apuntar hacia las estrellas, y todo lo que pude hacer fue preguntarme cuál era el color de sus ojos.
Inconscientemente apreté el disparador.