Capítulo 10: Origenes

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El equilibrio entre el bien y el mal es algo frágil, casi imperceptible, pero siempre presente. Ambos existen como caras opuestas de una misma moneda, inseparables. Si no hubiera maldad, el concepto del bien no tendría sentido ¿Cómo podríamos reconocer lo bueno sin haber conocido lo oscuro? Y, al mismo tiempo, el mal solo puede existir porque el bien está ahí para desafiarlo.

El bien busca la paz, la justicia, la bondad. Lo vemos en gestos pequeños, en sacrificios silenciosos, en personas que ponen a los demás antes que a sí mismas. Pero un mundo donde todo fuera puramente bueno también podría ser un lugar estancado, sin desafíos ni crecimiento. La vida necesita obstáculos, dificultades que nos hagan avanzar y superarnos.

El mal, por otro lado, es caos, egoísmo y dolor. Aunque lo rechazamos, el mal también tiene su lugar. A veces es el catalizador del cambio, lo que nos empuja a cuestionar lo que creemos, a luchar por algo mejor. No siempre es destrucción sin sentido; a veces, es la sacudida necesaria para que algo nuevo pueda surgir.

—Otou-san ¿Por qué siempre llevas ese collar contigo? —
Preguntó Amaya, su voz era suave, pero la duda que la consumía era clara. Sus ojos, fijos en el hombre, reflejaban una mezcla de curiosidad y anhelo.

Él giró lentamente la cabeza hacia ella, esbozando esa sonrisa tranquila que siempre parecía contener más de lo que mostraba.

—¿Este collar? — Repitió, suspirando— Es un regalo. Me lo dio mi padre cuando era niño. Siempre me dijo que era más que un simple accesorio  —

—¿Y por qué parece que tiene... dos almas? —
La incertidumbre de Amaya creció mientras sus dedos trazaban el contorno del collar.

—No son almas, pero no estás lejos de la verdad —Hizo una pausa, como si pensara cómo explicarlo mejor— Es un símbolo, uno que representa algo mucho más grande que nosotros —

—No lo entiendo… — Murmuró Amaya, frunciendo el ceño— ¿Y por qué la parte azul tiene un punto negro y la parte negra un punto blanco? —

Él sonrió con una ternura profunda antes de responder.

—Porque incluso en la mayor bondad siempre hay un rastro de oscuridad, y en la más profunda oscuridad, siempre hay una chispa de luz. El equilibrio es inevitable, Amaya. Ninguna parte del mundo puede existir sin la otra —

Amaya bajó la mirada, su voz teñida de tristeza.

—Nadie quiere jugar conmigo. Me ven como... algo malo. Ya no quiero molestar —

El hombre la observó en silencio durante un momento, percibiendo el peso de sus palabras.

—¿Por qué no les muestras lo que realmente eres? — Sugirió con suavidad— Eres una niña noble, pero a veces, parece que tienes miedo de revelar eso a los demás —

Amaya negó con la cabeza, su mirada aún en el suelo.

—No, no soy buena. Yo… soy mala. Nací así —

El hombre frunció el ceño, pero no de enfado, sino de comprensión. Sabía que esas palabras venían de un lugar profundo.

—¿Qué te hace pensar eso? —
Preguntó, aunque ya conocía la respuesta.

—Lo sé porque... porque no importa cuánto lo intente, siempre siento esta oscuridad dentro de mí — Respondió ella, su voz temblorosa mientras las lágrimas amenazaban con caer— Mis poderes... lo dicen todo. Soy peligrosa, y por eso nadie quiere estar cerca de mí —

El hombre se inclinó hacia adelante, bajando a su nivel, y tomó su mano con cuidado. Su mirada se suavizó aún más.

—Amaya, escúchame. El hecho de que sientas esa oscuridad no significa que te controle. Lo que importa es lo que haces con eso. Siempre te preocupas por nosotros, siempre estás dispuesta a protegernos, incluso cuando nadie lo ve. Eso habla de quién eres, no de lo que temes ser —

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